Vivimos una emergencia absoluta en lo que respecta al acceso a la vivienda. La máquina del denominado mercado inmobiliario y la falta de políticas contundentes para dotar a la ciudad de un parque residencial asequible abocan a la precariedad a muchas de las personas que viven de alquiler. Familias con menores, personas mayores con contratos de alquiler indefinidos, parejas con trabajo que no llegan a fin de mes y jóvenes en situación laboral precaria resultan especialmente vulnerables. Y a todo esto se añaden los errores judiciales y el mobbing inmobiliario que se ejerce sobre algunos inquilinos.
Durante cuatro años, el fotoperiodista Marc Javierre-Kohan y el periodista Jesús Martínez han cubierto numerosos casos de desahucios. En este trabajo nos acercan a las vidas y a los espacios personales de vecinos y vecinas que estaban a punto de perder su bien más preciado: el hogar donde han pasado toda su vida o buena parte de ella. En esta historia, ellos y ellas siempre pierden. No es nada personal, solo son negocios.
Blanca de la calle de Els Boters. Entró de novia en 1969 en su piso de la calle de Els Boters y lo hizo bendecir. Ahora tiene 80 años y el piso lo ha comprado una abogada como inversión, para destinarlo a alquiler temporal. Aprovechando la edad avanzada de la inquilina y un error en los pagos, logró echarla tras siete intentos de desahucio. Blanca acabó en una pensión.
La hipoteca de Juanjo. Lleva 24 años viviendo en el piso de la avenida de Els Rasos de Peguera. Lo compró con una hipoteca con una cuota mensual de 600 euros, y después de perder el trabajo y de separarse no pudo pagar los 1.300 euros que le pedía el banco. Desde entonces el piso ha cambiado de banco y de fondo buitre cinco veces. Juanjo lucha por conseguir un alquiler social.
La familia de Cecilia. En 2014, Cecilia y Carlos alquilaron una habitación en un piso de la avenida de Els Rasos de Peguera. El subarrendador, que se quedaba el dinero y no pagaba el alquiler, desapareció en 2017, cuando ellos tenían ya tres hijos. Inmediatamente, llegó la demanda de expulsión, que tuvo lugar a finales de 2023. Con tres menores, la familia acabó en una pensión.
El hotel de Jordi. Jordi Papell vive desde hace 66 años en la Via Laietana, en un edificio que ahora es el hotel ILUNION Almirante. Vio cómo los propietarios iban comprando todos los pisos para acabar construyendo un hotel a su alrededor. Pero se negó a dejar su casa. Su piso ocupa el espacio de seis habitaciones del hotel.
El pelo de Yolanda. Tiene 30 años y dos hijos, de 9 y 5 años. Separada y en paro, lleva siete años viviendo en un quinto piso sin ascensor de Ciutat Meridiana propiedad de la Sareb, que forma parte del programa Reallotgem de la Agencia de la Vivienda de Cataluña. Tras cuatro intentos de desahucio, ha empezado a perder el pelo.
La grieta de Lluïsa. Es vecina de toda la vida del barrio de Sant Andreu, donde vive con su madre de 90 años en la calle de Otger. Cinco generaciones de la familia han vivido en el primer piso de la finca. Los propietarios tienen el resto cerrado y abandonado, y advierten del mal estado del edificio para justificar que se derribe el inmueble y construir una promoción de pisos nuevos.
La casa de Marina. Entró en el piso de la calle de El Mar de La Barceloneta en 1934, cuando sus padres se instalaron en el inmueble. En 2022 un juzgado intentó echarla con el argumento de que el contrato de alquiler era de los años ochenta, una trampa judicial que finalmente el propietario, el banco BBVA, tuvo que corregir: tuvieron que reconocer a Marina como arrendataria titular.
La vecina del refugio. Isi Sáez lleva diez años viviendo en la calle de Tapioles de El Poble-sec, en una finca que tiene un refugio antiaéreo en el sótano. Un día empezó a recibir visitas de un fondo de inversión inmobiliaria. Habían comprado todos los pisos para reformarlos y venderlos a precios desorbitados que ella no puede pagar: 320.000 euros. Se le ha acabado el contrato, pero quiere seguir en casa pagando el alquiler.
El exilio de Sergio. La familia de Sergio vivía en la calle de Sant Jeroni de El Raval desde hacía noventa años. Él cuidó de su madre hasta que murió y, al quedarse solo, entró en depresión. La propiedad aprovechó el impago de algunos alquileres para desahuciarlo sin negociar la deuda. Ahora vive en el piso de una hermana y quiere volver a su barrio de toda la vida.
La vida de Victoria. Llegó a la calle de Perafita en 2018 con su hijo Abraham. Pagaba un alquiler de 355 euros. Durante la pandemia no lo pudo seguir pagando, y en 2022 le llegó la carta de desahucio. Ha intentado negociar sin éxito el alquiler y la deuda con el propietario, Budmac Investiments, empresa que se dedica a la adquisición y promoción de pisos.
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