Barcelona es una de las ciudades más densamente pobladas de Europa. Según datos de Eurostat, 16 de los 20 kilómetros cuadrados con más habitantes del continente se encuentran en la ciudad, todos ellos con más de 40.000 residentes. Encajada entre el mar Mediterráneo, la sierra de Collserola y los ríos Llobregat y Besòs, Barcelona no puede crecer. Estos espacios naturales la limitan, pero al mismo tiempo le dan aire.
En su descubrimiento, el fotógrafo se pregunta cómo se relacionan los barceloneses con la naturaleza que los rodea. ¿Son simples visitantes? ¿Se sienten cómodos? ¿Por qué los habitantes de los barrios que se sitúan en los márgenes naturales dicen que van a Barcelona cuando se adentran en la ciudad?
Las imágenes publicadas incluyen también algunas fotografías del proyecto “À la ville de… Barcelona”, que toma su nombre de la célebre frase pronunciada por Joan Antoni Samaranch, al anunciar la sede olímpica de 1992. El trabajo contrapone aquella ilusión colectiva con la posterior eclosión del turismo y la conversión de la ciudad en una de las urbes más visitadas del mundo.
La frontera entre ciudad y naturaleza. Entre asfalto y bosque. Esta imagen simboliza el proyecto: tras esta puerta cerrada del monte del Coll, parece que empiece la aventura. El corzo, una especie ausente en nuestro entorno, nos da la bienvenida.
La naturaleza invita a socializar. En la carretera de las Aigües, un grupo se reúne para hacer volar aviones teledirigidos, que planean sobre la sierra, en función del viento. A veces caen; buscarlos entre los matojos forma parte de la distracción.
Parece un perro salvaje en una sierra lejana, pero es el monte del Coll, muy cerca de los búnkeres del Carmel. Y el perro tiene dueño. Debajo, una familia de excursión en Collserola busca el aire puro que contrasta con la pesadez de la ciudad.
La naturaleza que rodea Barcelona tiene un punto de desubicación, de no saber estar. En un canal seco del delta del Llobregat, hay una barca que nadie recuerda haber visto nunca en el agua. En Can Zam, los bloques superpoblados se han comido parte de la sierra de Marina.
Un momento de descanso con la ciudad a los pies y, al fondo, el Tibidabo y la torre de Collserola. Palomas en competición, con las alas pintadas, sobrevuelan los búnkeres del Carmel.
El urbanismo desaforado se adentra en el campo e intenta colonizarlo, pero a veces la naturaleza se rebela. Si la brigada no pasa por aquí, esta marquesina publicitaria, que se encuentra en la zona del Besòs, podría terminar completamente cubierta por la vegetación.
La convivencia con la naturaleza puede ser serena y sanadora, pero también rebelde y desconcertada. En el Observatorio Fabra, las cenas a la fresca reúnen a familias. En el delta del Llobregat, un chico se encarama a la Casa del Semàfor, desde donde se regulaba el tráfico marítimo.
La playa de El Prat de Llobregat se convierte a menudo en punto de encuentro. En el mirador de la Bunyola, un grupo de jóvenes pasa el tiempo, como podría hacerlo en cualquier plaza de cualquier ciudad.
En el rompeolas del hotel Vela, con barco de carga al fondo, la calma de la noche invita a relajarse contemplando la negrura del mar. En la playa de la Barceloneta está muy oscuro y hace frío, pero dos chicos se entretienen. Parece como si lanzaran piedras a un río.
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