Yo también soy adúltera
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- Ene 19
- 5 mins
Se llamaba María Ángeles Muñoz y fue la causante de la consigna solidaria y rebelde que una multitud de mujeres hicieron también suya: “Yo también soy adúltera”. Una consigna que “no solo infringía la ley positiva de un país, sino la ley simbólica y sagrada, mostrando el rechazo al régimen de valores impuestos por el discurso hegemónico”. Quien hoy analiza así la consigna es Isabel Segura Soriano, en el llibre Barcelona feminista 1975-1988.
Se llamaba María Ángeles Muñoz y en 1976, en Barcelona, fue acusada de adulterio. Muñoz se negó a entregar a su hija al juzgado por la demanda interpuesta por su marido y respondía un sí contundente cuando Marta Pessarrodona, desde la revista Vindicación Feminista, le preguntaba si era consciente de que su caso individual podía dar lugar a una lucha colectiva.
En la medida en que el vínculo que une a las mujeres con sus opresores no es comparable a ningún otro vínculo de dominación (aquí no hay inferioridad numérica; aquí no se trata de una colectividad segregada; aquí la autoridad tiránica escapa al carácter accidental de la historia y es tan de todas partes y de siempre que parece que lleve con ella la justificación atemporal, esencial y rápidamente atroz de un proverbio), en la medida en que media humanidad aún hoy necesita un día internacional, resulta imprescindible que la concreción radical de los nombres acompañe a los análisis estructurales y los raudales de cifras. Resulta imprescindible porque solo así es posible evitar el realismo lógico de la masificación que conduce a caminos peligrosos en los que los sujetos se borran. Resulta imprescindible porque solo así es posible vincular la memoria a la vida.
Se llamaba María Ángeles Muñoz y, justo después del final (oficial) de la dictadura franquista, fue la causante de la consigna solidaria y rebelde que una multitud de mujeres hicieron también suya: “Yo también soy adúltera”. Una consigna que “no solo infringía la ley positiva de un país, sino la ley simbólica y sagrada, mostrando el rechazo al régimen de valores impuestos por el discurso hegemónico”. Quien hoy analiza así la consigna —y analizarla es traerla al presente e implicarse con su legado, el de la denuncia a las legislaciones violentas y el de la subversión de realidades discriminatorias— es Isabel Segura Soriano, historiadora, escritora, directora literaria durante muchos años de la colección “Clàssiques Catalanes” de la editorial LaSal y autora, entre otros, del reciente Barcelona feminista 1975-1988 que despliega este análisis.
Tratándose de este espacio temporal, de este lugar, de este espectro político que apela a los derechos humanos y que entronca con la resistencia antifascista –los movimientos de emancipación de la mujer–, Segura empieza su Barcelona feminista con las Jornadas Catalanas de la Mujer celebradas en Barcelona en mayo de 1976 y las empieza leyéndolas no solo como acontecimiento sucedido, sino también como síntoma político, ya que las Jornadas representan uno de los inicios de la irrupción de la mujer en el espacio público y de un basta que se multiplica: basta de masculino falsamente genérico; basta de silencio forzado; basta de paternalismo hacia las mujeres y, sobre todo, hacia las mujeres trabajadoras; basta de familia autoritaria como puntal del Estado; basta de mitos esencializadores sobre la virginidad, la maternidad y la feminidad; basta de sex-symbols publicitarios y basta de cosificación de la mujer; basta de cruzadas evangélicas y basta de cárceles para “caídas” e “indignas”. Pero las Jornadas, como recoge Segura, no solo fueron un puñetazo sobre la mesa, sino que también dieron origen a las propuestas nacidas de los debates entre mujeres y que van desde la abolición de todas las discriminaciones laborales por razón de sexo hasta la necesaria socialización del trabajo doméstico y el derecho a la libre disposición del propio cuerpo.
Una libre disposición, esta, negada secularmente y que en los años de la Barcelona feminista poco a poco, y no sin obstáculos contrarrevolucionarios, es conquistada. Una libre disposición, la del cuerpo, la de la sexualidad, que, junto a la cuestión material y económica, se convierte en una de las piedras angulares de los feminismos de estos años. Quizás por eso Segura incluye, en las páginas finales del libro, una fotografía extraída de Nuestros cuerpos, nuestras vidas (Icaria, 1982) que da cuenta, no solo de cuán dolorosa y difícil fue esta lucha, sino también de cuán inteligente, radical, lúcida y feliz hicieron que fuera. Dos mujeres: una, desnuda de cintura para abajo, tumbada, con las piernas abiertas y con una linterna en las manos. La otra, justo enfrente, con un espejo delante de la vagina de la otra y sonriendo.
Sonriendo porque Jo també sóc adúltera proviene de una herida, pero esta herida, este estigma, se le puede arrebatar a de sus inductores y, como hacen hoy los movimientos queer con todo lo que tenga que ver con lo que es tildado de desviado y bastardo, se puede resignificar y se puede convertir en una palanca de libertad. En una libertad que permite sonreír allí donde se quiera –ante el auditorio masculino o ante un coño– y sonreír también es propio del ser humano. Por tanto y, por primera vez en estas líneas en primera persona, sí, yo también soy adúltera.
Barcelona feminista 1975-1988
Autora: Isabel Segura Soriano
Edita: Ajuntament de Barcelona
310 páginas
Barcelona, 2018
Del número
N110 - Ene 19 Índice
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