Turismo en Barcelona: vamos por el buen camino
Turismo, el peligro de morir de éxito
- Dosier
- Ene 25
- 16 mins
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Que el turismo repercuta de forma positiva en la ciudadanía de Barcelona pasa por reducir su capacidad y su peso sobre el mercado inmobiliario. La propuesta de eliminar las licencias de viviendas de uso turístico es una opción óptima. Además, es necesario que el impacto económico del turismo se distribuya de forma equitativa, para aumentar el valor añadido del sector: los salarios que paga, los impuestos que soporta y los beneficios que reparte.
“El turismo es un motor económico clave para la ciudad, generador de empleo y riqueza”.
“Las regiones, provincias y municipios que tienen una excesiva dependencia del turismo presentan niveles bajos de bienestar, posiblemente reflejando que los beneficios de esta actividad no se trasladan a la población residente en ellos”.
Consideremos la primera de las frases que encabezan este artículo. La hemos oído y leído en formulaciones similares un sinfín de veces. Parece que la justifican innumerables estudios que han cuantificado el importantísimo efecto positivo que el turismo tendría sobre la economía de Barcelona. Sin embargo, la segunda frase dice lo contrario, y esta no procede de ninguna publicación antisistema, sino de una monografía sobre la distribución de la renta en España publicada por una prestigiosa institución académica.[1] ¿Cómo se explica esta paradoja? Dedicaré la primera parte de este artículo a responder a esta pregunta. Después, pondré de manifiesto que —sorprendentemente— vamos por el camino de hacer que, en Barcelona, el turismo tenga, en serio, un impacto económicamente positivo.
Los estudios están, en general, equivocados
La metodología estándar para calcular el impacto económico del turismo es la siguiente: se mide cuánto gastan los turistas en transporte, manutención, alojamiento, recuerdos, etc. en la ciudad. Después se calcula el impacto “indirecto”, es decir, la demanda que generan a sus proveedores las empresas que sirven a los turistas. Y, finalmente, se calcula el impacto “inducido”, es decir, la actividad generada por el gasto de los trabajadores que, directa o indirectamente, deben su puesto de trabajo a la actividad generada, directa o indirectamente, por el turismo. Se parte de la base de que esta demanda se añade a la ya existente, de modo que todo el efecto es incremental: más puestos de trabajo, mayor producción, mayor bienestar.
En la jerga de los economistas, esta metodología se conoce como “multiplicador keynesiano”, nombre que proviene del economista J. M. Keynes, que elaboró su teoría como respuesta a la Gran Depresión de los años 1930. Keynes razonaba que, en una economía con multitud de trabajadores en paro involuntario, si el Gobierno encarga cualquier obra pública que implique la contratación de trabajadores, su efecto sobre la economía será muy superior, porque estos trabajadores gastarán sus salarios en una multitud de empresas, cuyos trabajadores, a su vez, aumentarán sus compras en otras empresas…
El resultado será que, si el Gobierno se había gastado 100 unidades monetarias, la economía acabaría recibiendo un impacto positivo de 500 o 600. De ahí la denominación “multiplicador” y de ahí que Keynes explicitara que era poco importante en qué se gastara el dinero el Gobierno; el efecto sería positivo —decía— incluso si el encargo consistiera en abrir agujeros en el suelo para volver a taparlos.
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Keynes lo escribía durante la Gran Depresión y, en cuanto a la mayoría de los economistas contemporáneos, todavía tienen en mente el mundo del último cuarto del siglo xx, un mundo con paro persistente, donde se consideraba justificado pensar que crear puestos de trabajo era positivo porque era la forma de combatir el paro y generar riqueza. Afortunadamente, no vivimos ni en un momento ni en otro, sino en un contexto en el que no sobran trabajadores; más bien faltan. Por eso, lo que el turismo hace no es exactamente crear puestos de trabajo, como suponen implícitamente los estudios ortodoxos, sino una de las dos cosas siguientes: o atraer a inmigrantes, o bien desplazar a trabajadores de otro sector económico.
En las economías especializadas en turismo se da solo el primer efecto. Por eso, desde principios de este siglo el número de trabajadores en Baleares ha aumentado en un increíble 46%, pero cinco de cada seis son nacidos fuera del territorio, y en su mayoría son extranjeros.[2] En las ciudades “globales”, como Barcelona, se dan ambos efectos: por un lado, los hoteleros crean nuevos establecimientos y, por otro, los industriales invierten en viviendas turísticas, pero también aquí la mayoría de los puestos de trabajo están ocupados por inmigrantes extranjeros.
¿Y qué mal hay en crear puestos de trabajo ocupados por inmigrantes? Pues que, si el salario que cobran no está muy por encima del mínimo y si el contrato no es permanente, su aportación a la financiación del estado del bienestar es negativa.
¿Y qué mal hay en desplazar puestos de trabajo desde otros sectores? El problema es que el sector turístico tiene una productividad muy baja, puesto que el trabajo es estacional (más en el modelo de sol y playa que en el de turismo urbano), la formación es baja y, sobre todo, los salarios son bajos; en Cataluña, son un 33% más bajos que en el resto de los sectores económicos. Por eso, entre las poblaciones catalanas con la renta per cápita más baja se encuentran las más dependientes del turismo: Lloret de Mar, Roses, Platja d’Aro, Salou…
Entre las poblaciones catalanas con la renta per cápita más baja se encuentran las más dependientes del turismo, que crea puestos de trabajo, pero no crea riqueza.
El turismo, por tanto, crea puestos de trabajo, pero no crea riqueza. Baleares lo pone de manifiesto de manera diáfana, porque su economía está especializada en el turismo: el número de turistas que visitaron las islas en 2023 fue un 44% superior a los que las habían visitado en 2000, pero la renta per cápita es más baja ahora que entonces.
Lo que sí hace el turismo es redistribuir la riqueza, y concretamente en beneficio de los propietarios inmobiliarios. El mecanismo está claro. El turismo urbano impacta sobre el mercado inmobiliario de dos formas: en primer lugar, los turistas tienen que dormir en algún sitio, sea en hoteles, apartamentos turísticos o viviendas de uso turístico (VUT). En una ciudad llena de viviendas y de habitantes, hay que hacerles sitio reconvirtiendo edificios y gentrificando a una parte de la población. En segundo lugar, como ya se ha dicho, los turistas crean puestos de trabajo que, en la inmensa mayoría, son ocupados por inmigrantes, quienes, obviamente, también necesitan una vivienda.
En el caso de Barcelona, el impacto fue brutal. Si calculamos la relación entre el precio medio de una vivienda de 50 m2 y la renta disponible media de los contribuyentes,[3]observamos que en Zaragoza la relación es de 3,3, mientras que en Barcelona es de 7.
Así pues, si muchos barceloneses tienen la sensación de que el turismo les perjudica, no es por estulticia, sino porque es verdad. Parafraseando la frase inicial, iríamos mejor si nuestra dependencia del turismo fuera menor.
Y ahora, ¿qué?
Para reducir el impacto del turismo sobre el mercado inmobiliario, no existe más remedio que reducir la capacidad del sector. Para reducir el impacto sobre la renta per cápita, debemos aumentar el valor añadido del sector, que es como los economistas denominamos a lo que aporta un sector a la sociedad: los salarios que paga, los impuestos que soporta y los beneficios que reparte.
Afortunadamente, ambas enfermedades piden terapias en gran parte coincidentes. La medida más importante y de efectos más rápidos es una que ya ha sido anunciada: eliminar, en el plazo de cuatro años, las 10.000 licencias de VUT existentes en la ciudad.
Se trata de una medida de extraordinaria importancia porque las VUT representan una de cada tres pernoctaciones turísticas que tienen lugar en Barcelona.[4] Aquesta mesura posarà al mercat del lloguer ordinari —o a la venda— un estoc d’habitatge importantíssim. Cap dels múltiples plans de construcció d’habitatge que s’han anunciat en els últims anys té ni la viabilitat ni el volum d’aquest.
La patronal de los propietarios de licencias de VUT —en legítima defensa de sus intereses— ha anunciado que exigirá indemnizaciones, que cuantifica entre 1.000 y 3.000 millones de euros.[5] La primera cifra parece ser sólida, mientras que la segunda sería una mera conjetura. Los tribunales dirimirán su derecho y cuantía. Decidan lo que decidan, la operación es fácilmente financiable, porque la reducción de la oferta aumentaría la rentabilidad de los restantes establecimientos, que podrían soportar una carga muy superior a la actual. No solo podrían, sino que deberían hacerlo.
En 2012, cuando se introdujo la tasa turística, en Barcelona se habían producido 16 millones de pernoctaciones en los hoteles de la ciudad, y el rendimiento del sector por habitación había sido de 76 euros. Esta temporada terminará con 20 millones de pernoctaciones y un rendimiento de 144 euros por habitación.[6] La causa principal de esta extraordinaria mejora de la rentabilidad del sector hotelero se debe a las medidas restrictivas impuestas por el Ayuntamiento: la congelación de licencias de VUT, la moratoria hotelera (PEUAT) y el asedio al alquiler ilegal.
Esto ha permitido que el recargo a la tasa turística, que rinde al Ayuntamiento 100 millones de euros al año, haya sido fácilmente llevadero por parte de los hoteleros. Insisto: la introducción de una tasa de 4,95 euros por pernoctación en un hotel de cuatro estrellas ha ido acompañada de una mejora del ingreso para el hotelero de 68 euros por habitación.
En 2023 hubo 34 millones de pernoctaciones en Barcelona. La reducción de esta cifra a 22 permitiría que el Ayuntamiento recaudase 330 millones de euros al año con una tasa de 15 euros, una cifra que ya sería asumible hoy, y que lo será aún más cuando los hoteleros tengan menos competencia.
Reducir el número de turistas y el impacto que tienen sobre el mercado de la vivienda ya representa una mejora para el conjunto de los ciudadanos, pero también es necesario que el impacto económico del turismo se distribuya de forma equitativa, algo que hoy ya hemos visto que no ocurre.
Volvemos al valor añadido del sector, es decir, a los salarios, a los impuestos y a los beneficios. Por lo que respecta a estos últimos, la reducción de la oferta impactará directamente sobre ellos. Por lo que respecta a los impuestos, el aumento de la tasa turística no debe ser solo un mecanismo para financiar la reducción de la oferta; también debe servir para reducir la carga fiscal de los ciudadanos. No puede haber mejor campaña para sensibilizar a la ciudadanía sobre los beneficios de ser una ciudad turística que el hecho de que los impuestos sobre los turistas permitan mejorar los servicios públicos y reducir la carga fiscal que soportan los ciudadanos.
Por último, los salarios. Es ridículo pretender ser una ciudad de primera con salarios de segunda. Todos los salarios de la ciudad de Barcelona deben ser salarios dignos. Un dato: a 160 km de Barcelona, el salario mínimo es de 1.500 euros/mes. ¿El sector puede pagar estos salarios? Por supuesto, sobre todo si se les ha limitado aún más la competencia.
Estamos acostumbrados a un mundo en crecimiento perpetuo, pero hace muchos años que la fertilidad está muy por debajo de la tasa de reposición de la población, por lo que ya en estos momentos se están jubilando cada año más trabajadores que los que acceden al mercado laboral. En este contexto, seguir empeñados en hacer crecer el número de turistas que nos visitan no solo es anacrónico, sino estúpido.
[1] Distribución geográfica de la renta de los hogares en España. IVIE y Fundación Ramón Areces, 2024.
[2] Personas afiliadas a la Seguridad Social: 2012, 440.000, de las cuales 45.000 extranjeras; 2023, 589.000 y 155.000, respectivamente.
[3] El cálculo se ha realizado a partir de los datos de Idealista y de la AEAT.
[4] Observatorio del Turismo en Barcelona. Informe de la actividad turística 2023.
[5] “Les reclamacions del sector dels pisos turístics s’enfilen fins als 1.000 milions, segons Apartur”. El Punt Avui, septiembre de 2024. via.bcn/zmpA50U55H1
[6] RevPAR, Revenue per available room. Idescat, 2024.
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