Nuevas culturas del trabajo: entre el emprendimiento y la precariedad

Ilustración ©Patricia Cornellana

El siglo XXI ha traído consigo cambios en la forma de ejercer y entender el empleo. Los nuevos trabajadores y trabajadoras dan más prioridad a la autonomía y la autorrealización que a la estabilidad y la protección social. Así, crece la idea del paradigma emprendedor como arquetipo del buen trabajador, junto con las ocupaciones emergentes vinculadas a la tecnología y un nuevo pluriempleo que persigue equilibrar la vocación y la sostenibilidad económica.

El trabajo está cambiando, y también el valor y el sentido que se le atribuyen. En poco más de tres décadas, muchos de los rasgos que definían lo que se consideraba un buen empleo —estabilidad, seguridad, derechos y protección social— se han convertido, a los ojos de muchos trabajadores y trabajadoras, en reliquias del pasado. “Sinceramente, estable, no creo que sea nada. Creo que esa mentalidad es muy de los ochenta, y ahí hay una brecha de pensamiento muy grande entre, por ejemplo, lo que mis padres piensan y lo que la generación millennial piensa. Porque el trabajo ha cambiado muchísimo, y la forma de ejecutarlo, y de verlo. Entonces, “la expresión ‘ya tienes la vida resuelta’, eso ya no existe. No, no es así, da igual que tengas una supernómina en una empresa, eso puede ser hoy y mañana no”. Esta reflexión de Alicia, una mujer de 31 años entrevistada para una de mis investigaciones más recientes, expresa bien esta tendencia. En el mundo laboral en el que ella se sitúa, la inseguridad, la inestabilidad y la intermitencia son situaciones consideradas normales.

La “nueva normalidad” del mercado de trabajo

En conjunto, en los mercados de trabajo de la mayor parte de las economías desarrolladas, sigue predominando el empleo considerado estándar o convencional, es decir, indefinido, a tiempo completo, regulado por la legislación laboral y la negociación colectiva y vinculado a derechos de protección social. Las formas de empleo atípicas y precarias aún distan mucho de ser mayoritarias. Sin embargo, cada vez son más diversas y afectan a más trabajadores y trabajadoras.[1] Algunas, como la contratación temporal, el empleo a tiempo parcial involuntario, la subcontratación o los contratos de cero horas,[2] se producen en el seno del propio trabajo asalariado. Otras, como el trabajo por proyectos, el gig work[3] o el trabajo autónomo dependiente, operan al margen del mismo. Pero todas ellas comparten un cierto grado de vulnerabilidad, la probabilidad de sufrir desempleo intermitente, ingresos bajos o variables, y un acceso restringido a la protección social.

Asimismo, empiezan a ser frecuentes las trayectorias laborales caracterizadas por un ir y venir entre distintas situaciones de empleo, atípicas o no, o por combinar situaciones diferentes en un mismo momento. En general, las fronteras entre las diversas modalidades de empleo son cada vez más borrosas; a veces, es difícil dilucidar con seguridad si un empleo reúne las condiciones para ser considerado convencional o debe ser clasificado como atípico o precario. Y esta indefinición se ve acentuada por los cambios tecnológicos impulsados por la digitalización, que facilitan la flexibilidad en la organización del trabajo en cuanto a tiempos y ubicaciones, y propician la aparición de nuevas formas de trabajo y nuevas ocupaciones.

Nómadas digitales, clickworkers, riders, influencers o youtubers son algunos ejemplos de modalidades de ejercicio de la actividad laboral y de ocupaciones emergentes vinculadas al desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. Pese a su aparente variedad, todos ellos trabajan a través de plataformas digitales (Glovo, UberEats, YouTube o Instagram, entre otras). El número de trabajadores y trabajadoras de plataformas es todavía relativamente pequeño, pero se está incrementando muy rápidamente y se prevé que este crecimiento se acentúe en el futuro. Las plataformas generan oportunidades laborales, generalmente de escasa calidad, inestables e inciertas, para los sectores más vulnerables del mercado de trabajo. Numerosos estudios muestran que están contribuyendo a socavar la relación laboral estándar y a promover su mercantilización.

En busca de la pasión y de la autonomía

Esta creciente flexibilización, diversificación e hibridación de las formas de empleo va de la mano de cambios en los imaginarios y representaciones sociales asociados al trabajo. La idea, cada vez más extendida, de que las trayectorias laborales convencionales —estables y predecibles— pertenecen al pasado, unida a procesos más globales como el de individualización o la hegemonía ideológica del neoliberalismo, ha favorecido la emergencia y la extensión de lo que Stephanie Taylor[4] ha denominado una “nueva mística” relacionada con el trabajo. Se trata de lo que podría considerarse una nueva forma de entender el trabajo según la cual este ya no solo se considera como una fuente de ingresos y de estabilidad económica, sino que, además, ante todo, se espera que proporcione realización personal, que tenga un sentido y un propósito. Estos trabajadores y trabajadoras aceptan la incertidumbre laboral y los ingresos insuficientes a cambio de disfrutar de autonomía, de flexibilidad y de la posibilidad de desarrollar sus inquietudes o su creatividad.

Las siguientes afirmaciones, que aparecen cada vez más frecuentemente en las entrevistas a trabajadores y trabajadoras, ejemplifican esta transformación de las culturas del trabajo: “Yo siempre he primado hacer cosas que me gusten en cada momento, antes que ponerme a hacer un trabajo que a lo mejor me podía dar más dinero o más estabilidad”; “Es que es una decisión vital, es que, si mi pensamiento estuviera más del lado de la seguridad, yo probablemente estaría haciendo carrera académica, pero yo quiero hacer lo que me gusta”; “Hago lo que me gusta como artista independiente precario, con todos los riesgos que esto conlleva”; “Tengo la libertad de poder elegir en qué trabajo y en qué no, lo cual me encanta porque, además, soy bastante creativa y me gusta inventarme cosas… No me gusta estar cumpliendo normas estrictas de una empresa que me esté diciendo ‘tienes que hacer esto y aquello’”. La satisfacción de realizar un proyecto personal o una vocación, o el hecho de no tener jefes —“ser su propio jefe”—, parecen compensar las condiciones de precariedad con las que, con frecuencia, desarrollan su trabajo.

Un claro exponente de la extensión de estas nuevas formas de entender el trabajo es el surgimiento de un nuevo tipo de pluriempleo. Frente a los pluriempleados de finales del siglo xx, cuya principal motivación era la necesidad económica, los del siglo xxi tienen otro perfil. El pluriempleo ya no es exclusivamente una estrategia de supervivencia económica; es, sobre todo, una vía para equilibrar la autorrealización en el trabajo con la sostenibilidad económica. Los nuevos pluriempleados combinan un primer trabajo con el que pagan las facturas y consiguen tener unas condiciones de vida adecuadas con otro que, aunque les proporciona ingresos insuficientes, les permite desarrollar su creatividad, sus inquietudes artísticas o una actividad vocacional. Así, la principal motivación de estos nuevos pluriempleados no es obtener ingresos adicionales para poder vivir; buscan, sobre todo, enriquecer su experiencia laboral.

La producción de nuevas identidades laborales

Algunas investigaciones sugieren que este proceso de transformación cultural podría ser considerado como una reacción frente a la flexibilidad, la inseguridad y la precariedad de los empleos actuales y, más específicamente, como una suerte de estrategia de supervivencia en las circunstancias actuales del mercado laboral. De hecho, esta representación del trabajo se parece mucho a la que tradicionalmente ha caracterizado a las carreras artísticas. Es muy plausible que la extensión a todo el mercado laboral de la precariedad propia de las personas que trabajan en las industrias culturales y creativas haya convertido las prácticas y las representaciones del trabajo de los y las artistas en un modelo cultural para los trabajadores y trabajadoras de otros sectores.

Otra explicación, que no excluye a la anterior, apunta a la difusión cultural del paradigma emprendedor que se ha llevado a cabo en los últimos años, no solo como referente de un nuevo modelo laboral, sino también como arquetipo del buen trabajador. Desde esta perspectiva, se considera que esta difusión, que tiene un alto contenido político, ha tenido como uno de sus principales objetivos la producción de identidades laborales ajustadas a las reglas del juego del nuevo modelo productivo. Así, la narrativa del emprendimiento resalta las capacidades individuales y el esfuerzo personal como vías para el éxito, y promueve la autonomía, la responsabilidad individual sobre cualquier triunfo o fracaso profesional, y la representación de la inseguridad como oportunidad en lugar de como riesgo; consecuentemente, la autorresponsabilización frente a la vulnerabilidad en el mercado de trabajo. Se trata de un discurso que ha tenido un fuerte calado por su intensa difusión a través de distintas vías, entre las que destacan los medios de comunicación; las políticas de empleo promovidas, entre otras, por las instituciones europeas; y el sistema educativo que, a todos los niveles, considera el emprendimiento como una competencia clave.

Este escenario constituye un desafío para las formas tradicionales de representación colectiva y de defensa de los derechos sociales. Estos trabajadores y trabajadoras fragmentados por el mercado y “empresarizados” se sitúan ideológicamente muy lejos de los sindicatos y de cualquier institución tradicional de representación colectiva. Sus identidades individualizadas y su concepción del trabajo como espacio de autorrealización tienden a despolitizarlos y a distanciarlos de cualquier percepción de injusticia laboral. Alicia, la mujer cuyas reflexiones abren este artículo, lo expresa muy claramente: “Es que me voy a poner un poco hater, pero la gente que se está quejando todo el día yo no la puedo soportar. Eso es lo fácil, el decir: ‘No, es que las condiciones…’ Jolín, pues busca tú la manera de entrar en otro trabajo, o de crear tus propias ideas de negocio o de lo que sea. Yo, sinceramente, no entraría en un trabajo para meterme en un sindicato”. Sin embargo, la experiencia demuestra que, para contrarrestar la inseguridad, la inestabilidad y las brechas en la protección social que caracterizan a la situación laboral de estos trabajadores y trabajadoras, lo más efectivo es organizarse colectivamente. Sería necesario explorar formas de organización colectiva que sean capaces de conjugar lo nuevo y lo viejo y, así, actuar de forma eficaz en este terreno tan complejo.

[1] Para profunditzar sobre esta cuestión, se puede consultar el número monográfico de la revista Cuadernos de Relaciones Laborales titulado “Nuevos trabajos y nuevas identidades”, publicado recientmente.

[2] En el contrato de cero horas, el empleador no está obligado a proporcionar un número mínimo de horas de trabajo y el trabajador no está obligado a aceptar cualquier trabajo que se le ofrezca.

[3] El gig work, gig economy o microtrabajo es una forma de empleo que opera mediante aplicaciones en línea que facilitan diferentes empresas. El trabajo se encuentra disponible en internet, pero se realiza fuera de la red, de forma física.

[4] Taylor, S. “A new mystique? Working for yourself in the neoliberal economy”. The Sociological Review, 63(1), 174-187. 2015.

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