“No quiero que las mujeres tengamos que modificar nuestro físico para poder trabajar, me niego”

Clara Segura

© Ferran Forné

Nos encontramos en la Biblioteca de Catalunya, bajo las impresionantes vueltas del siglo xv y junto a una retahíla también imponente de carteles de teatro. Entre estas piedras, Clara Segura ha sido Antígona, Filumena Marturano, la novia (Bodas de sangre), Antonietta (Una giornata particolare), Nawal Marwan (Incendis), Svetlana Aleksiévitx… y las que vendrán. Hay pocas actrices con el magnetismo y el talento arrollador de Clara Segura en el escenario, y que fuera tengan su proximidad y honestidad intelectual para abordar cualquier tema de nuestro presente.

Es una actriz que no tiene techo. En febrero ganó el tercer Premi Gaudí y estuvo nominada al primer Goya por la película Creatura. En marzo terminó la segunda temporada de La trena en el Teatre Goya y en abril empezó a ensayar Tots ocells, el drama épico de Wajdi Mouawad que Oriol Broggi ha dirigido en el marco del Festival Grec y que este otoño ha regresado a la cartelera teatral.

Veo que este año has cumplido cincuenta, un número redondo. Tenemos ese dicho según el cual, a los cincuenta, o te duele algo o estás muerto. ¿Cómo los llevas?

Bastante bien. Es verdad que la cifra de cincuenta la relacionas con la mitad de las cosas. Te das cuenta de que ya es algo más de la mitad de la vida y tiene lugar una especie de punto de reflexión de “¡Guau!, todavía hay cosas por hacer, ¿hacia dónde quiero enfocarme?”. Es cierto que esto ya hace tiempo que me pasa: ahora ya tienes más claro a qué quieres destinar el tiempo y a qué no. Ves que el tiempo se cuela como la arena entre los dedos y te marcas prioridades: poder disfrutar de los hijos, porque crecen muy deprisa, y también de los padres, porque se están haciendo mayores, y tienes la sensación de que comienza una carrera de esas que coge carrerilla, en bajada, porque parece que el tiempo te pasa más deprisa.

¿En el ámbito profesional también has hecho balance?

Sobre todo te planteas hacia dónde quieres ir. No quieres repetir las cosas porque sí, sino que quieres acentuar más las curvas, que sean un poco más cerradas. Piensas: vamos, demos algo más de gas a la máquina, para aprovechar que todavía tenemos energía.

Tienes ganas de salir del carril.

Cuando he generado yo las cosas, con La trena o con Bruno [Oro], es cuando he sentido que estaba decidiendo realmente lo que quería hacer, y han sido aventuras fructíferas. Ahora veo con mucha clarividencia. Me ocurrió cuando dirigí. Te aventuras en algo que no sabes si sabrás hacer y entonces te das cuenta de que es un lenguaje que llevas trabajando desde hace muchos años. En el fondo, estás en el escenario y estás siendo espectadora de tus compañeros, y es muy placentero porque notas cuándo las cosas funcionan. Ha sido muy nutritivo. Lo que ocurre es que estos son proyectos de largo recorrido, a dos o tres años vista, y si es cine son cuatro o cinco, y tienen que convivir con lo que vas eligiendo por el camino.

Aparte de mirar adelante y atrás, ¿te sucede que miras al lado, a la gente de tu edad, y te parece que los demás envejecen peor? Tengo la teoría de que todos sentimos que tenemos diez años menos de los que tenemos realmente.

Yo esta sensación hace ya mucho tiempo que no la tengo porque el audiovisual es absolutamente cruel, y desde hace veinte años, o quince, ya digo: “¿Pero qué es esta cara?”.

¡Anda!

Hombre, cuando no te enfocan bien o la luz no sé qué, y te ves, dices: “¿Pero qué significa esto?”. Entonces es como que ya me he relajado, en el sentido de que es un poco complicado gustarse, y ya está, contamos con ello. Tienes que gustar por otras cosas que no sean tu físico, porque el físico obviamente se irá deteriorando y no te acompañará siempre.

¿En algunos momentos, esta presión que sufren las mujeres ha sido dura? No sé si ahora es todavía más difícil, por la exposición en las redes.

Sí, yo creo que antes lo teníamos algo más fácil. También porque el teatro sigue manteniendo ciertos privilegios, como el hecho de que yo, si quiero, puedo hacer una Julieta [hace el gesto de tocarse la barbilla, como los italianos cuando quieren decir “me da igual”]. ¿Quién me dice que Julieta tiene que tener catorce años? Si es teatro podemos hacer lo que nos dé la gana, podemos transgredir un poco más. No eres tan esclavo de tu imagen y esta es la gracia, transformarnos en lo que no somos. La tiranía del audiovisual es mucho más cruel. Y yo siempre he estado dudando, me gusta, no me gusta, porque no he querido sentir esta esclavitud del peso de la imagen. No quiero que las mujeres tengamos que modificar nuestro físico para poder trabajar, para poder gustar, y me niego, porque este no es el problema. El problema es que alguien piensa que este es el problema; no obstante, si tú crees que es tu problema, aquí tendrás a un doble enemigo: el de fuera y tú misma.

Marta Marco me decía, cuando estrenó Bèsties, que tenéis un club de actrices en contra de tener que pasar por la cirugía estética.

Sí, sí [ríe]; también te diré que luego estamos con “Hay una crema buenísima”…

¡Ella me hablaba del yoga facial! Bueno, es que querer gustar también es humano…

[Ríe.] Sí, pero lo que ocurre sobre todo es que, en este aspecto, tenemos un audiovisual muy pobre. Yo lo critico abiertamente, con mucho amor, pero siempre pongo este ejemplo: ¿cuántas actrices calvas con barriga están trabajando con los sueldos de los actores que están trabajando calvos y con barriga? Ninguna. Es decir, existe una tolerancia con el físico masculino que no se da con el femenino. Me reboto contra este tipo de cine que no lo incluye todo. Empiezan a aparecer nuevas voces, nuevas directoras, guionistas y escritoras y nuevos directores, guionistas y escritores que están hablando de otra realidad, de la realidad amplia, diversa, que pueda interpelar a todo el mundo o bien a un sector muy concreto. Hay otras escuelas de cine que tienen una diversidad no normativa: la noruega, la danesa, la alemana… Yo creo que se está produciendo una revolución social importante, pero el cambio todavía es muy lento.

El feminismo ha transformado la mirada de la sociedad, y ha sucedido mientras tú ya estabas trabajando. ¿Cómo lo has vivido, desde dentro?

Ha sido una liberación en muchas cosas. Veo a mujeres mucho más jóvenes que yo con unas ideas mucho más claras de esta diversidad, que dicen “mi cuerpo es mío y hago con él lo que me da la gana”, y nadie tiene que decirles si se deben depilar, si las estrías son bellas, si este cuerpo es precioso. Esto lo encuentro maravilloso. Pienso que es bonito que estas mujeres, por el trabajo que han hecho nuestras abuelas, nuestras madres y nosotras de alguna manera, ahora estén diciendo: “Se acabó”. Al igual que el “Hermana, yo sí te creo”.

De hecho, el #MeToo nació con el cine. ¿Tú has vivido esta parte oscura de tu trabajo o has visto situaciones incómodas?

Personalmente, no, pero seguro que normalicé muchas cosas que no eran normales. A mí me ocurre que ahora me he puesto las gafas [del feminismo] y ya no puedo cambiar. Cuando veo que se enfoca a la chica con la camiseta ajustada en la realización de un concierto pienso “¿De qué vas?”. Lo encuentro muy heavy, cuando antes era normal. Y me doy cuenta de que muchos disgustos que tenía, que los atribuía a algo mío, no lo eran. Si me cabreaba el porno no era porque yo fuera una reprimida, sino porque había algo que no encontraba igualitario, porque estaba basado en la mirada masculina y nadie estaba hablando de mi placer como mujer, ni de lo que a mí me gustaba, ni de verla gozar. Me he dado cuenta con el tiempo de que no era un problema mío, sino de la sociedad.

Hay una leyenda que dice que te retiraste de una obra en la que no se te pagaba lo mismo que a tu partenaire hombre.

No es exactamente así. La realidad es que luché por eso y se me acabó igualando el sueldo. Luego no hice el espectáculo porque apareció otro proyecto.

Este año se cumplen dos décadas de la película Mar adentro, y te hemos visto en tres papeles en el cine: en Creatura, en Casa en llamas y en El 47. ¿Se te ha resistido un papel protagonista en la pantalla grande? ¿O es que el teatro no te ha dejado espacio?

Es que… ¿qué dejas? Para mí, el hermano mayor es el teatro, no el hermano pequeño. La tradición de la literatura dramática tiene más de dos mil años de historia, por lo que hay mucha gente, aunque muchos sean hombres, que han escrito mucho; se ha hecho, se ha deshecho, se ha innovado… Y, por tanto, las obras de teatro que me llegan muchas veces son de una calidad superior a la de los guiones de cine que me llegan. No lo digo por conservadurismo, porque a mí también me gusta la autoría contemporánea, pero tengo unos referentes que… Si te llega un Tennessee Williams, cuesta igualarlo. Ya sé que la palabra es el teatro y la imagen es el cine, pero… siempre que me llama el representante, dice: Clara, hay un proyectillo. Y yo: “¿Es El cuento de la criada?”. Porque, si no es así, ¡ay!, me costará dejar el teatro porque afortunadamente toco materiales muy buenos, una materia prima muy pura. Luego está también el hecho de que siempre puedes levantar una obra de teatro con mucho menos presupuesto que una película.

Me ha sorprendido ver que nunca habías trabajado con Emma Vilarasau hasta la película de Dani de la Orden. ¡Es fortísimo! ¡Si sois como Espert y Sardà!

Es fuerte, pero ¿cuántas obras hay con protagonistas mujeres donde puedas juntar a Espert y Sardà? Por eso nos inventamos La trena.

Oriol Broggi tendrá que hacer una Bernarda Alba.

No va por aquí, pero quizá nos encontremos. Hay una idea, sí.

Te sientes identificada, con este estatus de la Segura, ¿cómo decimos de la Sardà y la Espert?

[Ríe] No. Yo creo que siempre me ha salvado restarle importancia, porque, si no, primero, habría destinado mucho tiempo a preocuparme por ello y no por lo que hay que hacer. Y segundo, me habría puesto más límites. Creo que la imagen que se tiene de un actor o una actriz es muy relativa. Es un relato. Tú hablarás de mí de una forma; otro, de otra, y yo hablaré de mí misma de otra. No quiero engancharme porque, si tienes malos días, seguro que te mirarás desde el peor plano y prefiero no perder mucho tiempo en eso.

A ver, tengo que decirte que hay bastante unanimidad, ¿eh?

Yo lo noto por la calle porque veo que alguien me sonríe. Lo que recojo es muy bonito, y me siento valorada, me siento apreciada, querida incluso. Y con eso me basta.

No sé si te planteas demasiado el “qué habría pasado si…”, si hubieras tomado otros caminos, por ejemplo, en el cine.

No tengo esta sensación, porque si realmente me hubiera llegado otra película como Mar adentro, seguramente me habría encaminado hacia aquí, pero estos proyectos no abundan. Ya lo decía Bardem: “Esto no es normal”. Donde haya una buena historia, yo quiero estar cerca. Pienso más en los noes que he dicho, en aquellas cosas que nunca he visto y que hubieran podido existir, y me digo: “¡Suerte que dije que no a esto!”. Lo cierto es que me alegro de ello.

© Ferran Forné © Ferran Forné

Las plataformas han cambiado el mercado del audiovisual respecto a veinte años atrás. Hay mucha más oferta, ¿no?

Claro, pero ¿cuánta industria audiovisual de calidad hay? Este es el tema. Llega un momento en que todo es un sacrificio, tanto en el teatro como en el audiovisual. ¿Tres semanas de rodaje de noche? Para hacer según qué, prefiero estar estudiando De Filippo. Hay mucho audiovisual, pero hay mucho audiovisual que a mí no me interesa. No quiero llevar el peso de una historia que no me conmueva.

¿Qué debe tener un proyecto para que digas que sí?

Que la historia que cuente sea una de las cosas que yo quiero contar en este momento, o que no lo había pensado y me dé cuenta de que hay que hablar de ello. ¿Qué pone sobre la mesa? ¿En qué llaga meteremos el dedo? A veces me hace muy feliz hacer reír, solamente, pero cuando haces humor con mala leche, entonces todavía me gusta más.

¿Piensas en lo que quedará? ¿O pones el acento en cómo te lo pasarás haciendo una obra? ¿O en el público que la verá?

Es más egoísta. Pienso en la vivencia que yo tendré. ¿El teatro me gusta? Sí, guay. ¿No he currado nunca con tal actriz o actor? Perfecto. ¿El texto es maravilloso? Pues todo lo demás ya lo veremos. Es que, de una obra de teatro, ¿qué queda? Ahora, ni siquiera el programa de mano. Queda un código QR, no hay ni foto. El recuerdo es la otra cosa que te queda, y esta es la grandeza del arte. Me viene una frase de Guardiola en un documental que dice que los títulos a la larga se olvidan, lo que no se olvida es la felicidad con la que la gente veía jugar a un equipo, lo que sentía, lo que generaba. Y yo creo que lo que no se olvida es lo que sientes cuando ves un acto artístico, lo que te conmueve cuando ves el David de Miguel Ángel. En el arte, las sensaciones son las que te quedan.

¿Hay alguna obra concreta que te convirtiera en actriz?

Yo creo que las lecturas que hacíamos en BUP. Lorca me hizo estallar un poco la cabeza. ¿Cómo se puede hablar así? Cuando hicimos Bodas de sangre tuve una sensación de que aquello estaba allí [señala en la cabeza] desde hacía mucho tiempo y que había acabado bajando.

Después de una cumbre como Incendis, has vuelto a otra tragedia épica de Wajdi Mouawad.

Tots ocells es una historia que enlaza los campos de exterminio, el conflicto de Israel y Palestina, y se va a Estados Unidos. Es una radiografía de un siglo y un conflicto que, además, está abierto. Siempre ha estado abierto, pero ahora hay mucha sangre. Y esto fue casualidad, porque la obra estaba decidida de antes. Creo que hay más dialéctica en esta función que en Incendis. Tiene mucho más peso el no entendimiento verbal, porque resume perfectamente este conflicto. Hay una búsqueda de la identidad, obviamente, pero también está el hecho de querer encontrar explicaciones a lo que es inexplicable, que es el odio. ¿Por qué odiamos?

¿Te ha causado impresión interpretarla en este momento?

Sí, porque cualquier fragmento descontextualizado puede interpretarse muy mal. Esto que ocurre ahora en las redes puede ser una bomba. Pero si tú ves las más de tres horas que dura la obra, vas todo el rato haciendo un viaje, no, sí, no… No vengas con el prejuicio, porque en el fondo es una obra pacifista. En los ensayos ya pasaban cosas que decías: “Hostia, no sé si le está pasando al actor o es el personaje”. Sigo sin entender por qué estas palabras, combinadas como las combina Mouawad, son como bombas. Cuando las dices por primera vez, te asaltan.

¿Te cuesta encontrar retos en el teatro?

Cuesta, cuesta un poco. Pero es que, si no, siempre vives de lo que fue, de ese momento. Ahora veo los carteles de cosas que he hecho por aquí y son cosas bastante distintas. Pero, claro, están Mouawad, Lorca, De Filippo… Shakespeare en sí mismo ya es un reto, pero, sobre todo, lo que cuesta es volver a tener la sensación de que estás cascando un huevo y que nace una nueva forma de hacer.

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