Marta Orriols: “Nunca en la vida había pensado: ‘Quiero ser escritora y publicaré’”
- Entrevista
- Ene 25
- 14 mins
Marta Orriols

Estamos en la Casa Fuster, el edificio modernista que el arquitecto Lluís Domènech i Montaner levantó en el paseo de Gràcia. Convertido en un hotel de lujo, nos sentamos en un sofá de terciopelo granate. En la mesita tenemos los cafés y el último libro de Marta Orriols (Sabadell, 1975), Ese lugar al que llamamos casa (Destino, 2023). Es autora, también, de Anatomía de las distancias cortas, de Aprender a hablar con las plantas y de Dulce introducción al caos (editados por Lumen). Hablamos de qué hay dentro y fuera de lo que escribe. Y lo hacemos en una sala en la que van entrando y saliendo turistas, y donde podría resonar una de las ideas de su última novela: qué significa sentirte extranjero de ti mismo.
Escribes: “A menudo, en nuestras vidas vamos adelante y atrás sin rumbo”. ¿Es mentira eso de que la vida siempre va hacia delante? A veces te instalas en un no lugar, ¿no?
Y puede durar mucho. Nos educan para ir superando etapas: primero debes estudiar, después debes desempeñar un trabajo, luego formar una familia. Pero la vida no es eso; es más bien dejarte llevar y si tienes que quedarte un tiempo estancado en un no lugar, tampoco está mal. Parece que siempre tengamos que ir logrando cosas, y hay temporadas en que es imposible buscar objetivos porque estás perdido y debes volver a encontrarte. Un poco es lo que le pasa a la protagonista del libro, que huye de Beirut con una crisis personal y profesional, y se queda en un no lugar: no sé a dónde pertenezco y no sé a dónde ir.
La protagonista regresa a casa de sus padres a los cuarenta y tantos años y es como si más bien retrocediera.
Ella piensa que encontrará refugio en casa de sus padres, pero no es el sitio, porque la persona que se fue no es la que regresa. Creo que todo es circunstancial: a veces hay cosas absolutamente inesperadas que cambian el rumbo de lo que tenías pensado.
Y tú, ¿qué relación tienes con la incertidumbre?
Buena, aunque he comprendido que los grandes cambios me asustan mucho. Te aferras a una seguridad y, de repente, todo cambia. Pero al final me he dado cuenta de que son retos.
El libro habla de cuántas personas llevamos dentro.
Uf, esa es otra: la cantidad de Martas que hay dentro de mí. Y el libro habla mucho de quiénes somos cuando estamos solos con nosotros mismos.
¿Cuál es la Marta que te gusta más y cuál es la que más detestas?
A veces es como si dentro tuviéramos a una persona que, cuando te están halagando porque lo estás haciendo bien, sale y te dice que no, que eres un desastre. Me da mucha rabia. Esta es Marta de la que quisiera deshacerme.
¿Y la que te gusta más?
Tengo pocos amigos, pero los conozco desde hace muchos años, y me hablan de esta Marta que sabe escuchar. La gente, en general, me lo cuenta todo. Esta Marta quizá sea la que más me gusta.
Dices que podemos llegar a parecernos a los lugares que habitamos. Somos en función de a quién tenemos a nuestro lado, ¿verdad?
Sí, en el libro hay esa sensación de dejar de ser nosotros para ser alguien diferente. Pasa mucho cuando estás en el extranjero; es como si en tu interior hubiera una persona que todavía no conoces y que vas descubriendo cuando estás lejos de tu espacio, de tu rutina. Y la vas descubriendo cuando te atreves a probar cosas que aquí no probarías, cuando hablas con desconocidos o haces lo que en tu país no harías nunca. La lejanía, esta deslocalización de lo que es más conocido, sirve para descubrir que puedes ser otra persona distinta a la que eres con la familia, donde ya se dan muchas cosas por supuestas.
El problema viene cuando eres una persona nueva y vuelves a un sitio antiguo.
Sí. Vuelves de un lugar donde eras una persona sin filtros y cuando llegas aquí tienes que volver a ponértelos, porque tienes que acercarte a la familia de una forma determinada. La vida es una adaptación constante a las circunstancias.
¿Qué relación tienes con la etiqueta de escritora?
Me cuesta mucho. Ahora ya lo he dejado de decir, pero siempre que me entrevistaban decía que no me siento escritora, y mi padre me regañaba: “No tienes que decir esas cosas, porque no es serio”. Me cuesta, porque pienso —y no lo digo desde la humildad— que todavía tengo que aprender mucho. Y que he llegado en gran parte por el azar. Estoy superagradecida por cómo está yendo todo, pero siempre pienso que, cuando se acabe, habrá terminado. No estaré tirando del hilo y venga, un libro y otro. Solo quiero escribir cuando realmente tenga algo que contar.
¿Es una liberación vivirlo así?
Totalmente. He escrito desde muy pequeña, y nunca en mi vida había pensado: “Quiero ser escritora y publicaré”. Me encanta el mundo del libro, incluso hace mil años trabajé en una agencia literaria. Por circunstancias, me alejé, y volver en forma de escritora hace que siempre tenga el síndrome de la impostora. Parece que sea mentira, pero es que ese síndrome soy yo, de verdad. Por otra parte, cuando escribo hay momentos en los que digo: “Ahora sí, ahora soy yo, y me siento tan bien aquí dentro”. Pero cuando entrego la novela al editor, todo lo que viene después me viene como un traje muy grande, me siento disfrazadísima.
¿Qué es lo que te hace sentir extraña?
El mundo de la literatura te da un altavoz, y parece que debes tener razón solo por el hecho de que escribes. Soy una persona que duda mucho, y uso la escritura para ordenarme. Cuando acabo de escribir pienso: “Ya lo he dicho todo”. Leía una entrevista a Sally Rooney en la que decía: “Es que siento que todo lo que tenía que decir ya lo he dicho en el libro”. A veces te fuerzan a sacar un discurso de lo que has escrito, pero en mis libros el argumento es lo de menor importancia; lo que me interesa son las contradicciones, las dudas, todo lo que puede hacer que te plantees preguntas mientras lees. Pero que te pongan la etiqueta de “Marta ha escrito un libro de esto y, por tanto, entiende de ello” no es verdad.
Y vienen las listas de los más vendidos, las giras de presentaciones…
No me interesa. Sé que está feo decirlo, porque al final es lo que da vida a los libros, pero tampoco pasa nada por reconocerlo. Me gusta mucho escribir, pero todo esto no lo considero escribir, sino dedicarte al libro como producto, y cómoda, cómoda, pues no me siento.
¿Te ha ocurrido alguna vez el pensar que ya no sabrás escribir?
Muchas veces. Pero siempre he escrito porque he querido escribir. Jamás en la vida he dicho: “Ahora tienes que escribir una novela porque te toca”.
¿Es peligroso ese funcionamiento?
Sí, pero depende de cómo entiendas la literatura. Si dices: “Voy a dedicarme profesionalmente, por lo tanto, ahora toca hacer una y después otra”… Pero, más que bloqueo, el peligro es eso de “Ya tengo una fórmula hecha y me saldrá bien”. Tampoco es que quiera escribir algo totalmente diferente, porque hay autores que me gustan mucho y, de repente, escriben un libro que no tiene nada que ver con lo que hacían y es como si me sacaran de una zona de confort. Ahora he entregado una novela y, si me pusiera a ello, se me ocurriría otra idea, pero siento que tengo que parar y saborear lo que me ha pasado. Todo esto empezó de una forma muy azarosa, me han ido saliendo libros y libros, pero, un momento: yo tenía un trabajo, y de repente mi mundo se ha reducido a escribir, que es un lujo, pero es más duro de lo que la gente piensa.
¿Ahora no tienes otros trabajos?
No, estoy haciendo alguna colaboración para alguna editorial haciendo algún editing, pero no.
Por tanto, tienes mucho tiempo para escribir.
Y no tienes tanto. Soy madre sola y tengo dos hijos, y cada día tengo que ir a comprar, preparar almuerzos y cenas, tengo que ir a buscar a mis hijos a los entrenamientos. Además, escribes bien cuando escribes bien, y no siempre ocurre. Pero sí es un lujo decir que ahora tengo la casa para mí y que puedo ponerme a escribir en vez de ir a la oficina, que es lo que hacía con el primer y segundo libro: escribía por las noches, y creo que me gustaba más.
¿Sí?
Era mi vía de escape: por las noches los niños dormían, desconectaba del trabajo y era ese momento de la oscuridad, del recogimiento, de escribir. Ahora se ha convertido en una tarea diaria que me gusta, evidentemente, pero me cuesta encontrar esa sensación de aislamiento y recogimiento que tenía antes. Es curioso, ya te digo, nunca estamos contentas.
Háblame de este antes: ¿de dónde venías?
Había hecho mil trabajitos, pero llevaba casi diez años en un departamento de posgrados de una escuela universitaria, donde hacía de secretaria académica, de traductora, montábamos congresos…, y el equipo que éramos me encantaba. El ratito del café en la máquina era un nido de historias. Es que para escribir tienes que vivir, y cuando te encierran a hacer de escritor el mundo se detiene un poco.
¿Y cómo fue que te acabaran publicando?
Nunca pensé que sería escritora, pero he escrito desde siempre por gusto y por necesidad, para mí misma. Quería ser editora, pero cuando empezó a salir la primera formación de edición mis hijos eran pequeños y trabajaba, y no sabía de dónde sacar el tiempo para ponerme a estudiar. Fui a parar a la escuela de escritura del Ateneu Barcelonès, porque ofrecían un curso de narrativa en línea. No era edición, pero al menos podía hacer algo relacionado con la literatura, aunque fuera por las noches desde casa. Después del curso de narrativa me animé a continuar la formación con la especialidad de cuento. El proyecto final era tener una recopilación de cuentos. No terminé la formación por circunstancias personales, y, un día, con un montón de cuentos en un cajón, pregunté a Periscopi si querían leer alguno, y aquí empezó.

Lo que hace la protagonista es regresar. ¿Te gustaría volver a algún momento del pasado?
Mira, pensaba que muchos lectores se alejarían de este libro porque dirían: “Yo nunca he vivido fuera o no he sido corresponsal”, pero es un volver simbólico: puedes regresar de épocas pasadas. Yo volvería a una época de mi vida, que es antes de que muriera el padre de mis hijos. Y no es que todo fuera coser y cantar, íbamos así así de dinero y era una vida difícil, pero encantadora. A veces pienso en ello y no regresaría a ninguna parte más que allí. Pero como sé que no puedo volver, creo que la vida que tengo ahora es buena.
¿Tienes claro qué quieres ser en la vida?
Nunca he sabido qué soy. Vivimos en una época en la que nos parece que todos debemos poder ser capaces de montar proyectos, empresas, y aún ahora, que ya tengo cuarenta y nueve, pienso: “¿Y si envío un currículum a algún sitio?”.
¿Dónde lo enviarías?
No sé, quiero estudiar, quiero ir a la universidad, pero me miro los programas y pienso que no podría porque estaría todo el día fuera de casa. De joven estudié Historia del Arte porque me gustó, pero fue un error garrafal, porque era una buena estudiante y podía haber estudiado cosas con mayor proyección profesional. Pero tenía la edad que tenía, era superromántica, y la historia del arte no me llevó a ninguna parte. Después empecé con los másteres y cosas de gestión cultural, que tampoco se han materializado en nada. Y, por ejemplo, un trabajo que a mí me encantaría sería el de editora.
No tener una vocación clara tiene ventajas.
Sí, puedes hacer mil cosas todavía. Fui a la exposición que el CCCB dedicó a Agnès Varda, y te da la sensación de que esta señora fue superfeliz, porque hacía lo que le gustaba, porque era supercuriosa. Y yo quizá sí soy curiosa, pero soy poco atrevida, y eso es un defecto gordo.
En el libro, la protagonista siente algo especial hacia Valeria. Me ha gustado la timidez de ese amor, esta etapa ingenua e, incluso, chapucera.
Es que me parece básico, y con Tinder y las nuevas formas de relacionarnos nos lo hemos cargado. Todo está tan predeterminado que ya no hay nada fortuito. Y esta fase de inocencia, por muy adultos que seamos, es preciosa, porque es el arte de la conquista. Además, nos despierta una cara de nosotros que normalmente tenemos dormida.
¿Ya no hay margen para perder la cabeza por alguien y sentirse ridículo?
En Tinder eliges a una persona que ha pasado muchos filtros. Pero ese descubrimiento, ese no saber si el otro querrá lo mismo que tú, es precioso y básico para mi idea del amor.
Escribes: “Pero, ¿cómo se mide la compenetración?, ¿bajo qué estándares deriva hacia un amor, hacia una amistad o hacia una obsesión?”
Y no siempre es amor romántico, pero conoces a una persona y dices: “Estoy muy bien. Pero, ¿qué somos? ¿Amigos? ¿Hay algo más? ¿Qué diferencia una cosa de otra?”. Y el libro habla de las etiquetas, que entiendo que son necesarias, pero que a veces tienen ese doble juego que no dejan de ser compartimentos estancos: o eres amigo o eres un amor.
¿Es como si hubiera una frontera?
Sí, a veces lo único que diferencia a una amistad de un amor es que no hay sexo. Hay una frontera, y puede que haya cierta atracción, pero nunca pasará nada porque hay una lealtad: no la rompemos porque, si no, lo convertiremos en otra cosa.
La protagonista tiene tentaciones de volver con su expareja, de ir a buscar algo que ya no existe.
Es que cuesta mucho reconocer que las cosas han cambiado. A veces tenemos que pasar página, pero nos aferramos al recuerdo de lo que fue muy bonito. Debemos ser muy realistas y muy objetivos, pero cuando hablamos de sentimientos cuesta mucho serlo.
¿Necesitamos engañarnos?
Es que la vida es dura para todos. Y es aburrida si no nos engañamos. Tienes que provocarte un poco las expectativas, la emoción, y es lo que le pasa a ella.
¿A quién llamas cuando tienes una buena noticia?
A mi madre. Y mira que nos llevamos bastante bien, pero no es la persona con la que tengo más confianza. Ella no es distante, pero le cuesta más acercarse a mí. Cuando ve que entro en temas más profundos, se me agobia un poco, porque es de esas generaciones que les cuesta hablar mucho de los sentimientos. Pero, en cambio, siempre que me pasa algo bueno, la llamo a ella, siempre.
Otro tema importante en la novela es el paso del tiempo. De entrada, comienza con la abuela que muere.
Sí, la protagonista ha estado lejos de la familia y, como excusa, dice que vuelve porque sus padres ya son mayores. Pero cuando llega se da cuenta de que no es una excusa, sino la verdad. Y esto es duro de reconocer. Aunque mis padres sean jóvenes, es inevitable pensar que se hacen mayores. Desde que cumplí cuarenta y cinco años que no lo llevo bien, lo de ir cumpliendo años. Antes me encantaba; ahora noto que la vida me pasa muy rápido. Pero tan rápido que me da miedo. La última vez que fui a renovar el carné de conducir, hace diez años, me reí pensando que cuando volviera a ir tendría cincuenta. Y, de repente, fui el otro día y pensé: a ver si me lo renuevan la próxima vez. O mi hijo mismo: el otro día cumplió veinte años, y me impresionó. La única conclusión a la que llego es que amo mucho la vida y que no quiero marcharme. Pasamos por aquí una sola vez, todavía no he entendido nada y quiero entenderlo todo.
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