Barcelona Metropolis

En otras, son noticia por el supuesto escándalo cultural que supone que los restos materiales de la vida de una personalidad destacada del mundo intelectual se vean “dilapidados” en el frío suelo del humilde mercado… Porque los Encants, a pesar de la sofisticada y sutil estructura arquitectónica millonaria que los cobija, sigue siendo el mismo mercado popular y humilde —de forma totalmente indiscutible y evidente— de cuando estaba en la antigua ubicación entrañable e inconvenientemente polvorienta de la plaza de les Glòries. Y los Encants también pueden ser mediáticos porque ha aparecido un álbum inédito de la nevada de 1962, o porque un turista estadounidense ha comprado unos clisés anónimos, de una calidad poco conocida, que muestran una Barcelona perdida y que recuerdan el caso de una Vivian Maier Catalana…

Aquella novela leída en el instituto

Los hallazgos son diarios y al tiempo inabarcables, porque los Encants, como espejo de la ciudad, siempre complacen la mirada de quien escruta sus lotes con pasión cultural, obsesión coleccionista o en busca de la propia autobiografía sentimental urbana. En casa de los respectivos autores del libre abundan objetos procedentes de los Encants, como probablemente sea también el caso en los hogares de muchos de los lectores que ahora leen estas líneas: discos de vinilo que escuchamos de adolescentes ahora felizmente reencontrados, la edición de una novela leída en el instituto que nos marcó y que jamás habíamos vuelto a ver, viejas cartas de visita del siglo xix con retratos familiares que evocan la seguridad de un pasado estructurador, el teléfono de dial giratorio que colgaba de la pared del salón de casa, los vasos Duralex que parecían olvidados, dedicatorias de escritores consagrados, primeras ediciones imposibles de encontrar… “Muchos objetos se convierten en una muñeca rusa —evoca Victoria Bermejo—: esa caja de puros en cuyo doble fondo se esconde una muela de oro; un reloj detrás de cuya esfera hay una moneda con una esvástica. Se trata de entrar en el arte de intentar adivinar los hilos secretos que los unen”. Bermejo nos confiesa su debilidad: “Tengo alma chamarilera, adoro el reciclaje y los objetos genuinos o irrepetibles. Cuando visito ciudades, siempre acudo un mercado de pulgas, un mercado de comida y un cementerio: son una muestra viva de una manera de vivir y de morir".