"Lo único que podemos hacer, como autores, es intentar no ser perezosos"

Blanca Llum Vidal

© Àlex Rademakers

Los libros de Blanca Llum Vidal (Barcelona, 1986) funcionan como un trasvase natural de intereses, lecturas y manías. El amor y la relación con los demás, el deslumbramiento por autoras como Marguerite Duras o Víctor Català y el manejo de la filosofía hacen que cree una obra con una lengua marcada por la fibra poética. Es autora, sobre todo, de poesía (La cabra que hi havia, Nosaltres i tu, Punyetera flor, Amor a la brega y Homes i ocells); ha publicado la novela epistolar La princesa sois Vos; y ha editado los cuentos de Víctor Català. En sus dos últimos libros, Llegir petit y No cometràs adulteri, amplía la visión del pensamiento.

Presentas la idea de llegir petit (‘leer pequeño’) como un leer liberado, sin un molde predeterminado, o sin que el molde se imponga a la lectura. ¿El impulso de esta idea es haber acabado cansada de teorías que buscan refrendarse?

Seguramente, sí, de una forma muy evidente por los pasos por la academia. Me refiero sobre todo a Filología y Filosofía, de la que hice un máster. He tenido la sensación de que los textos se utilizaban para ejemplificar grandes discursos previos. A mí me gusta el movimiento contrario. Hay gente que lo hace, sobre todo en Filosofía, personas que para mí son referentes, de método, como Josep Maria Esquirol o Salvi Turró. Deciden no abarcarlo todo, sino centrarse en algo muy pequeño. Me parece más honesto ese movimiento y más respetuoso con los textos.

En la forma de acercarte a las lecturas, rehuyes la contundencia de cómo debe entenderse a un autor.

Rehuyo la totalización. En el mundo hermenéutico existen bastantes gestos totalitarios. Uno se dedica a interpretar a Rodoreda, el otro a Víctor Català, el otro a Derrida o a Adorno, y entonces son grandes especialistas y yo tengo la verdad. A mí esto me pone nerviosa. Hay personas que saben muchísimo interpretando temas concretos; pienso en Arnau Pons interpretando a Paul Celan. Sabe más que yo y que la mayoría de la gente del país, pero eso no significa que los demás no podamos decir nada. Tampoco defiendo la idea de que un texto acoge todos los sentidos posibles.

Aquí hay un itinerario personal, de descubrimientos, amores y reflejos literarios, y de generosidad para iluminar a algunos autores más al margen.

Me pasó mucho cuando descubrí a Charlotte Delbo. Después de leer tantos testigos de hombres, Delbo me impactó. También hablo mucho de Duras, que es mainstream, pero es que para mí es fundamental. No solo por lo que escribe, sino por cómo lo escribe. Si hay alguna escritura referente, diría que es la de Duras.

¿En qué sentido?

Adonde quisiera tender, que es imposible, porque no podré hacerlo nunca. Y aparte, que yo lo hago muy distinto, se me subordina la lengua. Y Duras es de frase corta y contundente, ¡pero me gusta tanto como su lengua refleja su pensamiento! Hay gente que se refleja en cómo coloca los adjetivos Josep Pla; pues a mí me gusta cómo los coloca Duras.

Con Blanchot te preguntas qué te atrae. ¿El rechazo a ciertas obras —dificultad, asco, angustia…— tiene una parte positiva?

Un poco, sí. Cuando cayó en mis manos Thomas el oscuro, de Blanchot, tenía que parar cada diez minutos. Pero al mismo tiempo no podía parar y sabía que no iba a abandonarlo. Sabía que lo leería y acabé por hacer una tesina, de él y Lévinas. Pero, ¡qué doloroso, qué mareo! Esa cosa del metaconcepto me atrapa. Por eso me interesa tanto la obra de Sebastià Perelló. Es nuestro Blanchot catalán. Y se lee poco. Tià es una persona con una biblioteca dentro que impresiona.

Leyéndote, y ahora hablando contigo, me sobrevuela una idea. A los escritores que te interesan te gusta nombrarlos. Yo quisiera ponerte tres nombres sobre la mesa, y que me dijeras qué te han dado a la hora de leer/escribir. Son Arnau Pons, Maria Bohigas y Enric Casasses. No pretende ser una pregunta personal, sino de formación intelectual y de itinerario.

Esta pregunta nunca me la había hecho nadie y, para mí, es difícil. Te lo agradezco. Intentar responder esto es necesario porque son personas a las que debo muchas cosas. Es un gran homenaje. Por tanto, empezaremos por orden cronológico. Lo que más me ha determinado de Enric Casasses es cierta relación no tanto con la lengua, sino con la música de la lengua, que tiene que ver con el ritmo, la rima, la canción. Y esto tiene una implicación con la forma de recitar, con la forma de vivir la poesía desde un punto de vista físico. Empecé a recitar prácticamente junto a Enric. Y de otra mucha gente. Enric, recitando, ha creado una escuela importante. No digo que sea ni la única ni la mejor. Pero sí ha creado escuela. Al principio, me reprochaban que fuera la sombra de Casasses. Luego, gracias a Dios, la gente va separando.

Arnau Pons me ha regalado una biblioteca con patas, me ha puesto muchos libros en las manos. Libros que para mí han sido fundamentales, de Paul Celan, Michaux, Jeanne Hersch, Darwish… De todos estos autores a los que no lee ni su madre. Me ha contagiado también el virus anti-Heidegger, porque es una persona que ha pensado mucho acerca de él y, además, en Cataluña se ha problematizado poco a Heidegger. Con lo que me siento más cerca de Arnau es con el gesto hermenéutico, y con la forma de leer, y con la forma de pensar la lengua. Me gusta mucho un texto que debe reivindicarse mucho más, que es el epílogo de Arnau en La mort i la primavera [novela traducida en español como La muerte y la primavera]. Es un texto que hace una lectura de una novela fantástica en clave histórica y política, que nadie había hecho. Ahora, Neus Penalba, sí, y, además, la desarrolla. Y Neus las hace propias y trascendentales.

Con Maria somos sobre todo íntimas amigas, pero empezamos siendo autora y editora, y nada más. Para mí, Maria es la editora clásica y la editora dura. No hace libros como churros. Y con Maria, como con Montse Ingla y Toni Munné de Arcàdia, haces sesiones de trabajo. Esto es muy bonito y como antiguo. Por otro lado, el catálogo de Club Editor es un catálogo que leo con gran interés. Es muy interesante el recorrido del catálogo, cómo Maria hace dialogar los libros. Y esto tiene un impacto directo con leer pequeño. Cómo Maria toma una obra de Màrius Torres, de Coromines, de Rodoreda y las pone junto a Lispector y Virginia Woolf y Eva Baltasar… Y entendemos la lengua concreta de una forma muy parecida.

© Àlex Rademakers © Àlex Rademakers

¿Cómo?

Idealizamos poco la lengua. La valoramos. Yo me he sentido muy a gusto editando a Víctor Català con Maria. Pensamos que los castellanismos y todas estas cosas deben dejarse porque era la vida de Víctor, su contexto. Maria es muy poco purista con la lengua. Yo la he escuchado contar que ciertos purismos pueden desembocar en actitudes protofascistas. Me provoca cierto descanso que alguien lo diga con esa contundencia.

El cómo está escrito: hay momentos muy orgánicos en los artículos de evidenciar las sensaciones. ¿A veces hemos olvidado que leemos desde un cuerpo?

Leer, aparte de un acto mental e intelectual, ante todo es un acto físico. Estás delante de una página, la coges con las manos, hueles las páginas. Yo necesito declamar el texto en voz alta muchas veces, entonces también está la voz, cosas que ocurren con el cuerpo. No lo digo por sumarme al discurso moderno de la corporeidad, pero yo cuando leo siento cosas con el cuerpo. Cuando leo La muerte y la primavera padezco muy físicamente. Y cada vez que la releo sufro más. Empecé a escribir poesía porque necesitaba decirla en voz alta. Me pasó con un poema de un poeta que después no he leído especialmente, que es Gabriel Ferrater. “Cambra de tardor” era imposible de leer en silencio.

Con Maria Aurèlia Capmany, alertas del peligro de que los feminismos no admitan la disidencia. ¿Es uno de los riesgos, en ideologías que “tienen la razón”?

Exacto. Tienen la razón porque el mundo es machista y el feminismo es necesario. Dicho esto, yo no pienso hablar de feminismo en singular, no me da la gana. Debemos hacer un frente común y tejer red, pero eso no significa negar la diversidad. Y negar que podemos pensar cosas muy distintas. Y negar que puede existir la labor de Carla Vall y la de Clara Serra sin que una acuse a la otra de hacer apología de la violación, que es lo que ha ocurrido, y que me parece gravísimo. O la señora Najat El Hachmi puede hacer un pregón y puede tener ideas tránsfobas con las que uno no está de acuerdo; pero lo que no puede ser es que porque alguien diga “Dejad hablar a Najat, ya pensaremos después qué pasa”, venga Marta Roqueta y me estampe la caballería por encima, conceptual, aparte. Este tipo de maternalismo no lo soporto. Como feminista estoy preocupada por el momento presente, porque hay discursos que acaban siendo autoritarios. Y por eso Capmany ayuda a colocarnos, y en el momento presente, Clara Serra.

Defiendes una ética de la lectura, donde se entiende que no caben las clases, pero al mismo tiempo es una ética que invita a leer en profundidad.

No defiendo una ética de la lectura elitista, sino que defiendo que, si un autor exige, es porque se exige a sí mismo. Por tanto, lo único que podemos hacer es intentar no ser perezosos. Podemos equivocarnos, no saber, hacer preguntas y cagarla, pero al menos intentar no ser perezosos. Ha pasado mucho. Y ha ocurrido con discursos que sirven para cualquier cosa.

¿Qué tienes en mente?

Un ejemplo muy importante es coger a Paul Celan y decir que eso es poesía del silencio. Es de todo menos del silencio. Es como una especie de saco donde podrías meterlo todo. Es muy difícil de leer, yo tengo que decirte que la mayoría de los poemas no los entiendo y quiero entenderlos. Pero es evidente que Celan viene de donde viene y lo que hace es denunciar un exterminio sistemático contra el pueblo judío. Y un uso de la cultura que facilita y crea un caldo para ese exterminio.

Es como una anestesia, ese saco, ¿no?

Sí, exacto. Se realiza con conceptos que quedan muy bien. Incluso la idea de queer a veces puede servir de anestesia. No es que no me guste lo queer, al contrario, me siento muy a gusto, sobre todo desde el punto de vista teórico y vital. Pero hablamos de queer con una facilidad…, que todo es queer y todo es igual.

No quisiera pasar por alto el judaísmo. Señalas cómo actúan unos prejuicios ideológicos. ¿Qué has encontrado en la cultura judía? ¿El universo cultural catalán la ha dejado a un lado?

La literatura y la vida van de la mano. En un momento dado, conozco a una parte del judaísmo catalán a través de algunas personas. Me doy cuenta de que no había estado en contacto con judíos catalanes. Me doy cuenta de que en Cataluña la figura del judío es una entelequia. Está la judería en Girona, esas rutas por el Gòtic, pero es que los judíos catalanes no son solo Maimónides o Bonastruc ça Porta: también los hay actuales. Esto parece que incomoda. De una forma aún más bestia, esto ocurre en Mallorca, con los chuetas. Los chuetas han hecho grandes aportaciones culturales y existe un antisemitismo aberrante, histórico y actual. Por feliz contaminación, veo que en este pueblo o en esta cultura existe, como en todas, diversidad, pero también hay algo importante con la lectura y con la relación con el libro. Y después, otra cosa importante que decir es que, en mi espacio ideológico, que es un espacio que se mueve por la izquierda, es muy complicado hablar de esto, porque se fusiona con Israel, con los ataques a Palestina, que son horribles, atroces… Pero es que Martin Buber [filósofo judío] es una persona que no mataba a palestinos y que denunciaba las matanzas del Estado de Israel. Reconozco que es como poner el dedo en la llaga, y eso me gusta. ¿Qué ocurre? ¿Que a los católicos podemos leerlos y separarlos de la Iglesia y a los judíos no podemos separarlos de Netanyahu? Ese gesto es antisemita.

Al poner el dedo en la llaga me has hecho pensar en un debate al que vas de cabeza: ¿Víctor Català debe reivindicarse como feminista?

Para mí, el interés que tiene leerla es en clave de género. No porque pretenda llevármela al espacio actual. En su obra predominan las mujeres de una forma evidentísima. A continuación, predominan criaturas, animales, gente a la que la sociedad trata de loca… Predominan seres oprimidos y, sobre todo, mujeres. Ante las violaciones, algunas se consumen y otras no, hay una en la que la mujer mata a su violador. Si algún señor se indigna porque la leemos en clave de género es que, francamente, creo que no la leen. Quizá haya un trasfondo machista. También tengo que decirte que en 1952, cuando publica Jubileu, que es su último libro de cuentos, Víctor Català tiene un cuento en el que habla de feminismo, utiliza la palabra. El cuento trata de dos hombres hablando de feminismo, uno de ellos es un carca y el otro, no. Uno intenta convencer al otro de que llegará un momento que solo podremos tender a soluciones de igualdad. Desde el punto de vista textual, no es un anacronismo, es real.

Y toda la imaginería del cuerpo femenino.

Ella se lo pasó bastante bien definiendo a mujeres, y de ahí no quiero sacar ninguna conclusión personal lésbica.

La tropa de autores que aparece en Llegir petit sirve de fundamento para introducir la reflexión sobre el adulterio. Hay, también, una mirada de género, en el sentido de que el adulterio cae sobre las mujeres como una represión.

Pienso en el adulterio a través de mis intereses particulares. Incluso lo pienso a través de Joan Brossa o Joan Miró. En este libro tenía ganas de probar un invento, que era hablar del adulterio a través de objetos, de cosas. Las cosas físicas me gustan mucho. Mis libros están cada vez más llenos de cosas. En La princesa sois Vos hay muchos objetos. Allí hay un modelo de lengua que es Víctor Català, y como temática y posicionamiento está más presente Duras. Me interesa la libertad del tipo que sea, la libertad sexual también.

Hay un momento en que dices: ¿y si casarse es un traumatismo?

Aquí me lo pasé bien. Me vino de repente la imagen de la venda de curar y pensé: una venda sirve para curar una herida, tiene que haber una herida previa, si el adulterio es una venda, justo lo que hay detrás es el matrimonio. Puede ser interpretado en términos de herida, algo que no te deja mover, aunque intento ir recordando que yo no miro el matrimonio ni las relaciones convencionales. Jurarse fidelidad eterna es de una performatividad alucinante. Me maravilla la gente que lo hace. En el fondo, yo tengo una parte en la que la tradición no me molesta. Creo que hay que hurgarla, pero no es necesario eliminarla.

Podría parecer que hablar del adulterio da pereza o es antiguo…

Al hablar del adulterio parece que hables de un festival sexual. Esto es un riesgo que tenemos las mujeres que hablamos de estas cosas, que después piensen que somos personas que nos follaríamos al primero que pasase. Que yo sepa, Albert Serra hace Liberté tan tranquilamente. Me interesa el adulterio en lo que se refiere a la alteridad. Creo que mantener relaciones sexuales con varias personas te ofrece la posibilidad de relacionarte y de hablar, con el cuerpo, con la cabeza y con la lengua, de formas distintas. Y con esto no quiero decir que no sufras. Yo he tenido relaciones en las que el señor me ha impuesto una relación poliamorosa y lo he pasado mal porque no me apetecía. Y no es que tuviera ganas de una estricta fidelidad ni de jugar a la posesión, sino que tenía ganas de un compromiso. Si un día el deseo se te escapa, es fantástico, pero de entrada, como contrato, me parece una forma muy cobarde de empezar. No defiendo el poliamor ni lo ataco, pero no es mi sitio.

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