Las políticas familiares como un asunto público, estratégico y rentable

Ilustración ©Mariona Cabassa

Siguiendo el modelo de los países nórdicos, las políticas de infancia y familia deberían actuar en cuatro ámbitos: la etapa de cero a tres años, el impulso de la escuela como clave para la conciliación familiar y la garantía de oportunidades, el papel de las empresas en materia de flexibilidad horaria y el rol fundamental de la esfera comunitaria, que debe llenar el vacío dejado por la desaparición de la familia extensa.

Muchas familias, mientras estábamos confinadas con niños en casa en marzo de 2020, pudimos seguir ejerciendo nuestras profesiones a través del teletrabajo. La tranquilidad de la vertiente laboral iba, sin embargo, de la mano de la incertidumbre sobre cómo sostener, al mismo tiempo, la crianza sin las escuelas en funcionamiento. La conciliación de la vida familiar y laboral de las personas con niños a cargo se convierte en un juego de malabarismos a lo largo del año, y esta situación de emergencia provocada por la irrupción de la covid generó aún más malestares.

Incluso para las parejas, entorno donde la corresponsabilidad es la norma, fue muy angustiante la sensación de tiempos laborales y de crianza pisados unos por otros, sin fronteras claras y con la única certeza de que no estábamos abordando ninguna de estas esferas de forma satisfactoria (por no hablar de la ausencia de tiempo personal). Pese a estos malestares, la pandemia sí ha abierto una brecha de luz, ya que se ha empezado a dar visibilidad a los cuidados en la agenda pública. Parece que el apoyo a la familia está dejando de ser un asunto privado para pasar a ser, cada vez más, una cuestión pública que pertenece, también, a la sociedad en su conjunto.

La futura Ley de familias y la corresponsabilidad del Estado en los países nórdicos

A menudo, nos preguntamos por qué ahora se tienen menos hijos e hijas. Entre otras razones, hay parejas que deciden no tenerlos, y otras que no pueden permitírselo. Tal y como indica el informe Evolving Family Models in Spain​[1], España tiene una de las tasas de fertilidad más bajas (1,2 criaturas por mujer versus 1,6 en los países de la OCDE en 2021), a pesar de haber tenido una de las más altas en la segunda mitad del siglo xx. El mismo informe indica que el gasto público en infancia y familias tampoco es suficiente (1,3% del PIB versus 2,1% en los países de la OCDE en 2019).

Fruto de estos datos, y con el objetivo de hacer de la familia un asunto público, el Proyecto de Ley de Familias del Gobierno español[2], que todavía no ha podido ser aprobado —a excepción de algunas medidas— debido al adelanto electoral, va en la dirección correcta. La futura ley reconoce la diversidad de familias presentes en la sociedad, y hace referencia a necesidades específicas que pueden tener las que son monoparentales o las que tienen hijos e hijas con discapacidad, y pone en evidencia que el país vive una emergencia de conciliación que genera trabas importantes para formar una familia. La corresponsabilidad de las administraciones públicas es imprescindible para socializar la crianza e irnos equiparando con otros países europeos.

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De hecho, los países nórdicos son un ejemplo de cómo el Estado puede desempeñar un rol de corresponsabilidad con el impulso de políticas familiares. La incorporación masiva de las mujeres al mundo profesional en estos países, décadas antes que en España, hizo que se encontraran antes con las dificultades de una sociedad en la que se empezaba a romper la división de género basada en la especialización de las tareas laborales y de cuidado. Mientras que los países del sur de Europa nos hemos caracterizado por un fuerte peso de la familia como proveedora de bienestar, en el norte han tenido claro que, sin un Estado que la apoye, esta familia no tendrá las ayudas necesarias para sostenerse en un mundo en el que hombres y mujeres combinan la faceta profesional con la familiar y personal sin que ninguna esfera ocupe su centralidad.

En los países nórdicos encontramos un amplio consenso social para facilitar las políticas familiares y de infancia como apuesta estratégica y rentable. Es estratégico porque invertir en las primeras etapas genera beneficios preventivos a lo largo de la vida, con personas más satisfechas con sus trayectorias vitales, educativas o laborales. Y es rentable porque hay más nacimientos y, por tanto, más hombres y mujeres que sostienen la economía y un estado del bienestar generoso, que también necesita financiarse. Se trata de un círculo virtuoso que, además, beneficia a la igualdad de género y de clase en la sociedad.

Cuatro ámbitos de actuación que son clave

¿Pero de qué hablamos cuando hacemos referencia a políticas de infancia y familia? Existen cuatro ámbitos de actuación que resultan clave más allá de aspectos fundamentales como la posibilidad de emanciparse o el acceso a la vivienda. En primer lugar, la apuesta por los primeros mil días de vida o, lo que es lo mismo, las políticas orientadas a la etapa de los cero a los tres años. Estamos lejos de equipararnos a países como Suecia, que tiene guarderías públicas universales y asequibles para todo el mundo, aunque ciudades como Barcelona sean referentes en el ámbito español por su extensa red de guarderías de calidad con voluntad de avanzar progresivamente hacia la universalidad.

En los países nórdicos se tiene claro que esta apuesta favorece la educación de los niños en una etapa estratégica de la vida, fundamental para el desarrollo; reduce las desigualdades sociales y no perjudica la incorporación de las mujeres al mercado laboral. Además, los nórdicos también muestran la importancia de facilitar el cuidado en el hogar durante el primer año de vida, con permisos parentales iguales e intransferibles. Noruega fue pionera en romper el techo de cristal masculino e introducir la daddy quota para garantizar que el cuidado de los bebés no es una tarea que solo pertenece a la esfera femenina. Los padres que se implican en los primeros años de vida tienen un patrón laboral y de cuidados más similar al de las mujeres, y la corresponsabilidad en la pareja beneficia que se quieran tener más hijos o hijas. España ha empezado a destacar en este ámbito, y ya se está expresando la voluntad de avanzar hacia permisos parentales de seis meses para cada progenitor o de implementar una prestación económica universal para la crianza.

En segundo lugar, los servicios que giran en torno a la escuela son clave para contribuir a la conciliación familiar y, al mismo tiempo, garantizar oportunidades educativas enriquecidas para el conjunto de la infancia. Estamos hablando de las tardes, con actividades extraescolares de refuerzo, deportivas y culturales al alcance de todas las familias y con unos horarios saludables para la infancia. Nos referimos también a las épocas de vacaciones en los que niños y niñas tienen más del doble de días libres que sus progenitores y, de nuevo, se necesitan opciones de tiempo enriquecido y tiempo libre entre iguales, en colaboración con las entidades de educación en el ocio. Las escuelas también pueden convertirse en equipamientos de los barrios, con patios abiertos los fines de semana o espacios de intercambio para facilitar el tiempo en familia.

Países como Portugal nos muestran los beneficios que tiene la concepción de la educación a tiempo completo, tanto para el éxito educativo de los niños como para la conciliación familiar. El tiempo fuera de la escuela debe formar parte de la política pública si pretendemos que tener familia sea una opción viable para las personas que desarrollan una profesión, y no queremos generar diferencias entre los propios niños y niñas ni dejar espacio para que su tiempo esté ocupado con las pantallas, lo que tiene consecuencias graves para la salud.

En tercer lugar, las empresas también tienen mucho que decir con el consenso de los agentes sociales y el impulso de las administraciones. Si con la pandemia de la covid vimos que los cuidados se hacían visibles, fuimos conscientes, al mismo tiempo, de que el mundo laboral no debía basarse en la presencialidad. El teletrabajo y la flexibilidad horaria empezaron a introducirse en muchas empresas, lo que puso en evidencia que para ser productivos no es necesario que todo el mundo esté en el mismo espacio al mismo tiempo. Este avance hacia el trabajo híbrido, en el que se han producido algunos retrocesos, no está exento de dificultades; del mismo modo que la vida personal puede entrar virtualmente en el trabajo, la esfera laboral también puede introducirse en la vida cotidiana y penalizar el tiempo familiar y personal. Por esta razón, tendremos que seguir trabajando aspectos como la desconexión digital efectiva, en línea con países como Francia, que fueron pioneros en su legislación. O aprender a gestionar equipos en remoto, dar valor al trabajo por objetivos más que las horas de presencia, y reservar los espacios presenciales para aquellos momentos en los que el trabajo compartido sea necesario y enriquecedor.

También estamos inmersos en un debate sobre la reducción de la jornada laboral, y encontramos experiencias piloto en Bélgica o en nuestro país sobre la semana de cuatro días o de treinta y dos horas con el mismo salario. Habrá que estudiar sus ventajas e inconvenientes, y ver cómo se pueden compensar aquellos sectores donde existen más dificultades, pero asumiendo que las sociedades que avanzan hacia un mayor bienestar necesitan un equilibrio mejor entre el tiempo de cuidado, el laboral y el personal.

Y, en cuarto lugar, la esfera comunitaria y las familias también desempeñan un rol fundamental. Con la desaparición de la familia extensa, la red comunitaria y el intercambio entre familias contribuyen a crear un nuevo escenario que se debe incentivar desde el ámbito público. La idea de la ciudad de los quince minutos, surgida en París, valora la proximidad como espacio donde se pueden conjugar el tiempo para vivir, para trabajar, para aprender, para el cuidado, para la provisión de servicios o para disfrutar. Estas ciudades son más amables para las familias y las niñas y niños, y ayudan a ofrecerse apoyo mutuo en momentos en que los padres o las madres no pueden estar presentes.

Los abuelos y las abuelas no son las figuras a las que corresponde realizar un trabajo de cuidado intensivo y, por ello, las familias necesitan múltiples apoyos. Evidentemente, estos apoyos también pasan por la corresponsabilidad en la pareja, puesto que necesitamos a madres y padres presentes, y reequilibrar la distribución de poderes entre el hogar y el mundo laboral. En este sentido, los padres y las madres también podrían recibir más apoyo a través de la adquisición de habilidades parentales para aprender a gestionar lo que implica tener hijos e hijas, para poder conjugar la pareja con el ámbito del cuidado y el disfrute personal, y aprender a dar lugar al espacio que ocupan el grupo y también al individuo en el seno de la familia.

Volviendo a los aprendizajes que nos trajo un momento tan convulso como la pandemia, se ha abierto una brecha para redefinir el papel de las familias en la sociedad y el rol que deben tener las esferas pública, laboral, comunitaria e individual. La futura Ley de Familias, con una visión holística, o experiencias que encontramos tanto en el ámbito internacional como estatal y local nos hacen pensar que podemos ser optimistas sobre el futuro de esta política pública. Se trata de una cuestión estratégica y rentable, una inversión para avanzar hacia una sociedad donde la familia se convierta en un espacio confortable y donde la suma de identidades (personal, laboral o de cuidados) no genere tensiones, sino bienestar.


[1] OCDE. Evolving family models in Spain. 2022. via.bcn/kRnK50Q25Pl

[2] Congreso de los Diputados. Proyecto de Ley de Familias. 2023. via.bcn/j20t50Q25Ot

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