Las contradicciones políticas de la vida contemplativa
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- Oct 23
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Todos los libros del filósofo Byung-Chul Han proponen un retorno de la negatividad: contra un exceso de transparencia, secreto; contra una estética de la lisura, rugosidades; contra la digitalización, cosas materiales. Y contra la vida activa, vida contemplativa, que no ha de confundirse con el tiempo libre. Este es el tema de Vita contemplativa. Elogio de la inactividad, la última de sus publicaciones.
A la hora de establecer una jerarquía entre las cosas que uno puede hacer en esta vida, los filósofos siempre habían puesto la filosofía en lo más alto. Es una tradición venerable que comienza con Platón y Aristóteles, de los que hemos heredado la distinción entre vida activa y vida contemplativa, reservando las mejores palabras para la segunda. Pero la modernidad puso fin a todo esto: la teoría crítica, que hoy ha sustituido a la filosofía, rechaza los ideales trascendentes y las almas distanciadas que deberían pasarse el día contemplándolos, y pide cuerpos implicados en la militancia política y la revolución. Marx, que dijo que “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversas formas el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”, estaría contento de ver hasta qué punto hoy se repite que una política es “transformadora”.
Que esta inversión de valores ha transformado el mundo a una velocidad sin precedentes es irrefutable. Pero, también típico de la filosofía, la noria gira, y comienzan a salir voces contrarias. El filósofo surcoreano establecido en Berlín Byung-Chul Han es una de las más escuchadas de los últimos años; un intelectual público que ha conquistado las listas de ensayos más vendidos de todo el mundo con una ristra de volúmenes delgados, concentrados y sugerentes sobre los problemas de la sociedad contemporánea. Como todo éxito de masas, el secreto de Han se encuentra en cierta ambigüedad que lo hace reclamable tanto para la izquierda como para la derecha. Maestro del capítulo breve y el aforismo poético, es imposible que alguna frase de Han no toque alguna fibra u otra en el lector.
Han diagnostica nuestros tiempos con un exceso de positividad. La comparativa con el psicoanálisis freudiano es muy ilustrativa: a principios del siglo xx, el imperativo dominante era el de la represión y el deber —contén el deseo y trabaja para ser un miembro respetable de la sociedad—. La enfermedad resultante era la neurosis. Pero con la mutación neoliberal del capitalismo, el superyó ya no nos dice “debes hacer”, sino “puedes hacer”: la lógica del mercado deja de oponerse a la del deseo para colonizarla plenamente, y el sujeto deja de ser un trabajador para convertirse en “empresario de sí mismo” y “autoexplotarse”. La enfermedad es el síndrome del burnout.
Después de años criticando cómo nos hemos convertido en empresarios de nosotros mismos, Han nos sugiere que la respuesta había estado allí desde el principio: la vida contemplativa de los antiguos.
Todos los libros de Han proponen un retorno de la negatividad: contra un exceso de transparencia, secreto; contra una estética de la lisura, rugosidades; contra la digitalización, cosas materiales. Y contra la vida activa, vida contemplativa, que es el tema de Vita contemplativa, su última publicación. “Dado que solo percibimos la vida en términos de trabajo y de rendimiento, interpretamos la inactividad como un déficit que debe remediarse cuanto antes mejor. La existencia humana en conjunto es absorbida por la actividad. Como consecuencia, es posible explotarla”. Después de años criticando cómo nos hemos convertido en empresarios de nosotros mismos, haciendo horas extras no remuneradas, Han nos sugiere que la respuesta había estado allí desde el principio: la vida contemplativa de los antiguos.
Recuperar la relación religiosa con el mundo
Lo importante es no confundir la vida contemplativa con el “tiempo libre”, que, según Han, “no tiene tanta intensidad vital como la contemplación. Es un tiempo que matamos para impedir que surja el tedio. No es un tiempo realmente libre, vivo, sino un tiempo muerto”. Tomando como ejemplo las fiestas religiosas, Han propone un tipo de inactividad que no se pueda cooptar como optimización del yo. La vida contemplativa no es un programa de diez sesiones de mindfulness para el crecimiento, sino restar importancia a lo personal. Han busca recuperar la relación religiosa con el mundo para poner un tope a la tendencia moderna a instrumentalizarlo todo.
Esto nos lleva de cabeza a la ambigüedad política de la propuesta. Han, que escribe muy bien en diálogo con los grandes pensadores de la tradición occidental, dedica el capítulo más tenso del libro a Hannah Arendt, con la que discrepa plenamente. Para Arendt, que tomaba los debates del ágora griega como ideal, la política es el espacio de libertad en el que la actividad humana se desata de toda necesidad social para hacer emerger algo nuevo, y la consumación de la libertad política es la revolución. Como proceso sin inicio ni final, el deber de la política sería mantener un espacio abierto en el corazón de la sociedad para que una revolución pueda redimir al mundo cada vez que la libertad ganada por las revoluciones pasadas entra en decadencia.
Corren a señalar que en la polis griega, aparte del ágora, había espacios reservados para lo sagrado y la contemplación religiosa: “Contra la convicción de Arendt, el futuro de la humanidad no depende del poder de las personas que actúan, sino de la reactivación de la capacidad contemplativa, es decir, de la capacidad que no actúa”. A la inversa de la revolución activa, como la rusa o la francesa, que para Arendt son el modelo, Han sueña con una revolución pasiva inspirada en una parábola de Walter Benjamin: “Hay un proverbio jasídico sobre el mundo futuro que dice que allí todo estará dispuesto igual que aquí. Tal como es nuestra habitación ahora, así será también en el mundo futuro; donde ahora duerme nuestro niño, aquí dormirá también en el mundo futuro. Todo será igual que aquí, solo un poco diferente”.
Incontrovertiblemente anticapitalista, Han desconfía de los revolucionarios y lo fía todo al espíritu, la espera de una redención estoica, heideggeriana.
Para Han, introducir la contemplación en nuestro mundo enfermo no cambiará necesariamente la propiedad de los medios de producción, sino la sensibilidad. “Nada está aislado del resto. Nada persiste en sí mismo. Nada se afirma a sí mismo. No hay fronteras fijas que separen las cosas unas de otras. Estas se abren unas a otras. También podemos decir: se vuelven mutuamente amables”. Incontrovertiblemente anticapitalista, Han desconfía de los revolucionarios y lo fía todo al espíritu, la espera de una redención estoica, heideggeriana, que hace que su diagnóstico guste al progresismo y la receta, a los conservadores; una contradicción irresoluble en su filosofía que es también la clave de su éxito editorial.
Vida contemplativa:
elogio de la inactividad
Byung-Chul Han
Taurus, 2023. 144 páginas
Del número
N128 - Oct 23 Índice
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