Hablamos de economía social cuando la actividad económica y empresarial de una organización tiene a las personas y las finalidades por encima del capital. Este sistema se concreta en una gestión democrática, transparente y participativa donde las decisiones se toman más de acuerdo con sus aportaciones al trabajo, al servicio o a la actividad realizada que con sus aportaciones de capital.
Las empresas de economía social orientan sus resultados en función del trabajo y de acuerdo con la finalidad objeto de la organización. Este tipo de estructura también lleva inherentes una serie de valores —igualdad de oportunidades, cohesión social, inserción de personas en riesgo de exclusión, empleabilidad estable, conciliación, sostenibilidad— que ponen el bien común por encima del bien individual o a su mismo nivel, y este elemento es fundamental para el buen desarrollo de estos modelos de empresa.
Muchos de los servicios de atención a las personas que encontramos actualmente en la cartera de servicios sociales tienen su origen en entidades benéficas, en muchos casos de origen religioso, y en iniciativas de la propia sociedad, grupos de padres y madres, grupos de vecinos, grupos provenientes del asociacionismo o en entidades que, ante situaciones de vulnerabilidad, se organizan para dar respuesta a unas determinadas situaciones no resueltas en un barrio, un pueblo o un área determinada. La economía social ha estado siempre dando respuesta a necesidades, diseñando proyectos y buscando recursos de todo tipo para atender estas necesidades. Y también reclamando que la Administración se hiciera cargo de ellos, los subvencionara o los integrara en las políticas sociales.
Sin embargo, en un momento dado del año 2006 se produce un cambio significativo en el sector de los servicios de atención a las personas: cuando se promulgaron leyes que universalizaban los servicios. Es un punto de inflexión en el que la iniciativa privada con afán de lucro irrumpe en el sector, ve una gran oportunidad de negocio y crecimiento, y empresas que tradicionalmente han operado en sectores como la construcción dan el salto a los servicios de atención a las personas. Esta presencia ha hecho desaparecer muchas de las entidades que en los años noventa prestaban los servicios que se habían ido incorporando a la cartera de servicios sociales y que pasaban a ser licitados por las diferentes administraciones por concurrencia pública. Hemos visto que muchas de las cooperativas que habían nacido ayudadas, espoleadas, por los ayuntamientos iban quedando fuera de las licitaciones y perdían los concursos municipales. Y muchas han terminado por desaparecer. Donde más evidente ha sido este proceso es en las cooperativas que prestaban servicios de atención a domicilio.
La innovación, clave para la transformación
El sistema de licitación, que comporta contratos de duración bastante limitada en el tiempo, va en detrimento de aspectos como la formación de las personas que trabajan en el sector, la incorporación de cambios y sobre todo la innovación. La innovación disruptiva, la que pretende dar un salto importante en un producto o servicio, la que permite un paso más en la prestación, con cambios no incrementales, sino de alcance más transformador, necesita periodos de tiempos más largos. El diseño, la creación de un mínimo producto viable (MPV), las pruebas piloto, la validación de resultados, la readaptación y la mejora del MPV y el lanzamiento al mercado requieren mucho tiempo, y cuanto más disruptiva es la innovación, más tiempo se necesita. La innovación es un elemento clave para la transformación, y tiene que ir acompañada de acciones políticas y sociales que la impulsen, la ayuden y no le pongan dificultades ni palos en las ruedas.
Nos encontramos en un momento en el que hay que introducir cambios en el modelo de atención a las personas. Tenemos necesidades que están creciendo y seguirán creciendo con fuerza durante los próximos años, relacionadas con las personas mayores, la infancia en situación de vulnerabilidad, las personas migrantes, los sin techo… Por lo tanto, los retos de transformación son importantes. Por ejemplo, cada vez habrá más personas mayores que necesitarán ayuda y cada vez necesitaremos disponer de más recursos públicos y privados. Serán necesarios más presupuestos públicos para mantener el nivel de bienestar que tenemos y más gasto en las familias para hacer frente a necesidades que ahora no tienen respuesta y que en el futuro es muy probable que no puedan ser totalmente cubiertas por las administraciones. Cada vez vivimos más, queremos seguir viviendo en casa, y por este motivo los servicios de ayuda a domicilio (SAD) necesitarán más recursos económicos.
La reinversión de excedentes, en el caso de las cooperativas, permite dedicar recursos económicos a la formación, uno de los elementos previos a la innovación.
Aquí tenemos el primer gran reto, una primera gran transformación: tenemos que ser capaces de adaptar los servicios que prestamos con la tecnología que ahora ya está disponible y con la que estará disponible en el futuro, para dar más cobertura a las personas y que esta cobertura sea mejor. La economía social tiene una larga tradición de transformación, y uno de sus elementos clave es que no tiene afán de lucro y reinvierte los excedentes que genera. Este hecho es un elemento diferencial respecto al resto de empresas, en las cuales el objetivo, además de prestar el servicio, es retribuir a unos accionistas, unos propietarios. La reinversión de excedentes, en el caso de las cooperativas, también permite dedicar recursos económicos a la formación. La inversión en el aprendizaje es uno de los elementos previos a la innovación y, por lo tanto, a la transformación. La gestión de servicios de atención a las personas desde la economía social da coherencia a la concreción de las políticas públicas, que siempre tienen que procurar el máximo retorno social de cada euro público invertido.
Las condiciones en las que muchas de estas organizaciones han nacido como empresas de la economía social, con muy poca inversión inicial, han hecho que las personas que participan en ellas hayan sido siempre muy creativas. Tenían que serlo para dar una respuesta óptima con muy pocos recursos. Y lo han conseguido con procesos de creación de pensamiento e innovación constante para encontrar soluciones a los problemas. Lo llevan en su ADN desde el principio.
Participar para decidir
Otro elemento clave es la participación en la toma de decisiones, tanto en el día a día sobre el puesto de trabajo que cada uno ocupe, como en las decisiones más estratégicas de la organización. Cuando tú participas (eres parte), el grado de implicación, de responsabilidad, sobre tus actuaciones se incrementa. La participación va obligatoriamente asociada a la decisión. No se puede preguntar a las personas, que las hagamos participar, y que después sean otros los que tomen las decisiones. Participar es poder decidir. Y la economía social se caracteriza por la participación en las decisiones de las personas que la integran.
Las profesionales debemos procurar no quitar nunca —por comodidad, protocolos o efectividad— la capacidad de decidir a las personas a las que atendemos.
Por otra parte, también es muy importante el empoderamiento de las personas, dar la información y las herramientas para que las decisiones se puedan tomar lo más cerca posible de las personas a las que atienden. Todo lo que puedan decidir las personas atendidas lo tienen que decidir; por lo tanto, es importante que las profesionales procuremos no quitar nunca —por comodidad, protocolos o efectividad— la capacidad de decidir a las personas a las que atendemos. Como profesionales no debemos olvidar nunca este acompañamiento en el empoderamiento: para poner en el centro a las personas es fundamental profundizar en las dinámicas que lo permiten.
Las cooperativas de iniciativa social, entre otras, reúnen estas características, y eso las convierte en un elemento transformador. De hecho, en los estatutos de muchas de ellas figura la transformación social como objetivo, que es el motivo por el cual fueron creadas y constituidas.
El gran reto de futuro es encontrar nuevas vías de colaboración entre el sector público y la economía social de modo que, seguramente con nuevas fórmulas jurídicas, se pueda avanzar en las líneas que hemos expuesto. En otros sectores ya hay experiencias interesantes de cooperativas que prestan servicios, formadas por tres actores: las personas que reciben los servicios, la Administración y la entidad gestora, y son modelos que van en la línea que las profesionales queremos promover.
¿Nos atrevemos a ello? ¿Transformamos?
Del número
N122 - Abr 22 Índice
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