Impacto de la migración cualificada y los nómadas digitales en la transformación urbana de Barcelona
- Visiones urbanas
- Abr 23
- 10 mins
Las grandes ciudades globales están experimentando un importante incremento de la cualificación de los migrantes, que contrasta con la anterior migración poco formada. Barcelona ilustra nítidamente esta tendencia: el porcentaje de población con estudios superiores es mayor entre la nacida en el extranjero (49,1%) que entre la nacida en España (48,5%). Pero, a menudo, se trata de población transitoria, que favorece la gentrificación.
La migración es un fenómeno consustancial al desarrollo urbano, y así ha sido en Barcelona desde la revolución industrial. El componente migratorio explica íntegramente el crecimiento demográfico del plan de Barcelona desde 1830 hasta 1930 (de 100.000 habitantes a un millón). La subsiguiente mejora de las condiciones de supervivencia propició que el saldo natural también contribuyera al aumento de la población urbana durante la segunda mitad del siglo xx, aunque la aportación de este componente se ha debilitado hasta desaparecer debido al descenso de la fecundidad y al envejecimiento de la población.
Así pues, no es posible comprender la ciudad contemporánea sin remarcar el papel de la migración. Hasta hace muy poco, la migración urbana se había caracterizado, al menos en las ciudades del sur de Europa, por el perfil demográfico marcadamente joven de personas de ambos sexos, por su carácter mayoritariamente obrero y poco cualificado, y por incluir proyectos migratorios que buscaban cierta sedentarización en el lugar de destino. Las características del propio espacio urbano, las del mercado de la vivienda, así como las redes migratorias, definieron la distribución espacial de los distintos colectivos tras una primera etapa de mayor inestabilidad residencial. Por lo general, se acabaron asentando en espacios alejados del centro urbano (con la excepción de los cascos antiguos), en zonas menos accesibles y peor provistas de servicios e infraestructuras. El campo inmigratorio, en cambio, se iba ampliando a medida que las distancias se acortaban en un mundo cada vez más globalizado.
Además del aumento del nivel de estudios de la población de origen extranjero, cabe destacar su elevada concentración espacial.
Incremento del nivel educativo de la población migrante
El inicio del siglo xxi ha deparado algunos cambios de gran trascendencia en el comportamiento de las migraciones en el sur de Europa, en particular en España, que se concretan en una creciente heterogeneidad de los perfiles migratorios. El primero fue el de la internacionalización de los flujos a principios de siglo. Poco después, hemos asistido al incremento de la cualificación de los migrantes, tanto internos como internacionales, sobre todo, aquellos que se desplazan hacia las grandes capitales conectadas al sistema de ciudades globales. Esta tendencia es un punto de inflexión en comparación con la migración poco cualificada que había protagonizado los flujos desde la revolución industrial.
Los estudios sobre migración cualificada se han abordado fundamentalmente desde una perspectiva estatal, y se han destacado los impactos positivos en el desarrollo económico de los países receptores, los beneficios de la circularidad del conocimiento o la contribución al gasto y la fiscalidad en la recaudación pública. En la otra cara de la moneda, se han cuestionado los desequilibrios territoriales a consecuencia de la fuga de cerebros, que implica la pérdida de capital humano en determinadas regiones del sur global. Sin embargo, son más bien escasos los trabajos sobre las implicaciones de la migración cualificada a escala local.
A principios de este siglo, Richard Florida popularizó el concepto de la clase creativa, y abanderó una corriente que propugnaba la atracción de talento y capital humano cualificado en las urbes occidentales como garantía de éxito y progreso económico. Poco después surgieron voces que advertían de los riesgos a escala local de la especialización migratoria en perfiles altamente cualificados, ya que podrían aumentar las tensiones en el mercado de la vivienda e intensificar los procesos de gentrificación. El propio Florida acabaría matizando sus planteamientos admitiendo una serie de fracturas socioespaciales en las ciudades, derivadas de la concentración de talento y de empresas del conocimiento.
Es en las ciudades centrales donde este fenómeno es más evidente, y el caso de Barcelona ilustra nítidamente esta realidad en el marco del sur de Europa. El volumen de llegada de personas con estudios universitarios se ha duplicado a lo largo de la década de 2010 (de un flujo anual en torno a las 17.000 entradas a 35.000). Según el reciente censo de 2021, residen en el municipio de Barcelona unas 200.000 personas nacidas en el extranjero con estudios superiores, aproximadamente la mitad (49,1%) de la población nacida en el extranjero mayor de 20 años. En el censo anterior, el de 2011, representaban el 38,2%, y en el de 2001, el 28,4%. Por primera vez, el porcentaje de población con estudios superiores es mayor entre la nacida en el extranjero (49,1%) que entre la nacida en España (48,5%).
Además del aumento del nivel de estudios de la población de origen extranjero, cabe destacar su elevada concentración espacial. Por ejemplo, los migrantes con estudios universitarios que llegaron a Barcelona durante la década de 2010 se empadronaron en el barrio Gòtic cuatro veces más de lo que lo hubieran hecho si se hubieran localizado aleatoriamente, en función de la distribución de la población de Barcelona. En Sant Pere, Santa Caterina y la Ribera, lo hicieron 3 veces más; en la Barceloneta, 2,7, y a la derecha de L’Eixample, 1,9. La elevada concentración espacial de la población altamente cualificada de origen extranjero, principalmente de países de renta alta que se deslocaliza a ciudades de países de renta menor, así como sus efectos en los procesos de transformación urbana y sociodemográfica, constituye un objeto de estudio emergente en la investigación académica que se ha conceptualizado bajo la denominación de gentrificación transnacional. Una de las características de este tipo de espacios es la fuerte presencia de población adulta joven, una franja de edad en que la población nacida en el propio entorno es decreciente. En la capital catalana, el porcentaje de población entre 25 y 49 años nacida en la provincia de Barcelona es del 15,1% en el barrio Gòtic, y del 19% en Sant Pere, Santa Caterina y la Ribera.
Rotación y temporalidad de la población
Las decisiones migratorias de la población altamente cualificada están fuertemente condicionadas por las características del lugar de destino, y se valoran el bienestar y la calidad de vida que ofrece su entorno. El deseo de una nueva vida puede tomar forma a través de un desplazamiento a otro país: es lo que la literatura recoge como migración por estilo de vida. Uno de los rasgos cada vez más distintivos de la migración internacional cualificada es su fuerte transitoriedad, un aspecto que también constituye una novedad si consideramos la migración al sur de Europa desde una perspectiva histórica. Entre la creciente heterogeneidad de perfiles migratorios de alta temporalidad, encontramos algunos ejemplos de hipermovilidad, como los estudiantes de intercambio o los llamados nómadas digitales, cuya actividad profesional no está vinculada a un lugar concreto. Estos grupos han surgido en el contexto de dos tendencias globales: la movilidad y la digitalización. Como en otras zonas del sur de Europa, las ciudades españolas atraen a un número creciente de población privilegiada flotante, que impulsa procesos de gentrificación transnacional en áreas específicas, más comúnmente en los centros históricos.
La Encuesta Sociodemográfica de Barcelona arroja algo de luz sobre este fenómeno. Para empezar, la población nacida en el extranjero con estudios superiores es, con diferencia, la que está menos registrada en el sistema de padrón español (en 2017, un 6% no lo estaba). Asimismo, los datos ilustran la concentración espacial de las poblaciones temporales y el elevado nivel de rotación residencial que se vive en estos entornos. En Ciutat Vella, el 36,1% de las personas residentes en 2020 había accedido a la vivienda durante los dos últimos años (un 46,2% en los cinco años anteriores), frente al 22,7% en el resto de la ciudad (31,5% en los últimos cinco años). Si atendemos solo a la población adulta nacida en el extranjero con estudios universitarios de Ciutat Vella, el 57% había llegado a la vivienda durante los dos últimos años.
La concentración de determinadas infraestructuras y servicios turísticos atrae también a los residentes de corta duración, que adoptan prácticas urbanas no tan alejadas de las de los turistas y, por tanto, tienen una capacidad similar para contribuir al cambio urbano. Pensamos en el uso de alojamientos temporales como lugar de residencia, en la oferta de ocio y restauración que consumen, o en la proliferación de hoteles que están añadiendo espacios de coworking a su oferta.
De acuerdo con diversos estudios, en los entornos con fuerte presencia de población temporal no solo se experimentaría un refuerzo de los procesos de gentrificación a escala de barrio, con dinámicas de desplazamiento de población vulnerable y sustitución sociodemográfica, un empeoramiento de las condiciones de acceso a la vivienda, exclusión en el espacio público o cambios comerciales, sino que esta dinámica también estaría contribuyendo a procesos más amplios de polarización y segregación socioespacial, alejando a los diferentes grupos sociales que viven en la metrópoli. Además, con esta elevada rotación poblacional, el sentido de pertenencia y las relaciones entre vecinos se debilitan, y las redes comunitarias y los tejidos asociativos se resienten profundamente.
Todavía es pronto para calibrar el impacto de la pandemia en la migración internacional. Los datos de 2021 ya muestran una recuperación significativa de los flujos después de un 2020 condicionado por el descenso global de la movilidad. Las hipótesis apuntan a que se acentuará el carácter hipermóvil de la población cualificada que ya se observaba antes de la pandemia como resultado de la mayor flexibilidad laboral y la expansión del teletrabajo. Aunque son de difícil cuantificación a través de las fuentes tradicionales de información, se está hablando mucho sobre la llegada de nómadas digitales y de la pugna entre estados y ciudades por atraerlos. En este marco, afloran debates sobre las contribuciones en forma de impuestos y tasas. Por un lado, muchos estados ofrecen ventajas fiscales bajo políticas de atracción de talento. Por otro lado, no está claro hasta qué punto las poblaciones flotantes, a menudo con trabajos en otros países, contribuyen a las finanzas públicas en forma de impuestos. En términos territoriales, la llegada de migrantes cualificados a los centros urbanos en el contexto pospandémico coincidiría con el creciente atractivo de los espacios suburbanos para las clases medias locales después de la pandemia, lo que acentuaría los procesos de segregación de la población en el territorio.
Las ciudades son la punta de lanza de una creciente diversidad y complejidad en la relación entre los movimientos migratorios, los puestos de trabajo y los de residencia en un contexto cada vez más global e hipermóvil. En este escenario, las urbes del sur de Europa en general, y Barcelona en particular, se convierten en espacios muy atractivos tanto para migrantes privilegiados como para el capital, atraído por las plusvalías que generan estos procesos en un contexto marcadamente neoliberal. En unas ciudades que cambian a ritmos acelerados, no se deben perder de vista las implicaciones de estas dinámicas en la transformación de los barrios y en las condiciones de vida de la población residente.
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