Exhumar la memoria

En el seno del proyecto Exhumar la memoria, un equipo de arqueólogos intenta localizar y recolectar los restos del Palacio de La Moneda, sede de la presidencia de Chile, bombardeada y parcialmente destruida el 11 de septiembre de 1973 durante el golpe de Estado para derrocar a Salvador Allende. Recuperar los escombros desaparecidos podría aportar valiosos datos sobre aquella mañana fatídica.

Los inicios son tramposos. Cierran la posibilidad de algún acontecimiento que quedará en las sombras gracias a la decisión de partir el relato desde un lugar y no desde otro. En esa lógica incierta, quizá el punto de partida se encuentre al final, donde se abre la excavación en la que iremos removiendo los estratos de la historia.

La que quiero contar podría tener múltiples inicios. Uno ocurriría entre los años 1975 y 1978, en la ciudad de Santiago de Chile. Ahí una joven, a la que llamaremos A, llega ilusionada para comenzar una nueva vida. Rápidamente, encuentra trabajo en un bar del centro histórico donde conoce a B y se enamora. Ambos se casan y compran un sitio para construir la vivienda de la familia que esperan tener. Pero las economías han ido lentas, y solo les alcanza para un terreno que, más que un terreno, es un gran hoyo que hay que rellenar para construir sobre él. La pareja es entusiasta y espera conseguir luego la forma de nivelar el suelo del que será su hogar. Y en esa espera están, cuando un grupo de camioneros llega a desayunar al local donde A trabaja. Son los encargados de sacar los escombros del Palacio de La Moneda, ubicado a un par de cuadras del bar y bombardeado por los militares en el golpe de Estado. El dictador quiere restaurar el edificio para irse a gobernar ahí, como un presidente democrático, pero para eso debe limpiar los escombros de la barbarie. Días después de la llegada de los nuevos comensales, A pregunta si esas camionadas de escombros que sacan a diario podrían ir a dar al hoyo de su terreno. Los camioneros escuchan la insólita petición y, como A es simpática y los atiende tan bien, acceden. En una semana, diez camionadas con los restos de La Moneda van a dar al sitio donde en el futuro se levantará una casa, y nacerán los hijos, y se consolidará el hogar de A y sus descendientes. Todo sobre los restos de La Moneda bombardeada.

Otro comienzo podría ocurrir una tarde del año 2022. Mi amigo Pancho Medina saca su celular para que escuche un audio que ha recibido: “Sí, Panchito, lo que recuerda es cierto. Yo le conté que mi casa se construyó sobre los escombros de La Moneda bombardeada”. La voz es de A. Pancho la conoció hace años, tomando té en su casa, y en esa reunión ella comentó los curiosos orígenes de los cimientos de su hogar. Pese al asombro, el olvido fue borroneando esa conversación en la memoria de mi amigo hasta que, a pocos meses de partir la conmemoración de los cincuenta años del golpe militar, el recuerdo revivió. Pancho estaba en mi casa para hacerme una pregunta que lo tenía inquieto: “Alguna vez pensaste, ¿dónde fueron a dar los restos de La Moneda bombardeada?”.

Nuestra atención siempre estuvo puesta en la búsqueda de los cuerpos. Durante los 17 años que duró la dictadura chilena, hubo aproximadamente 2123 personas asesinadas, y, hasta el año pasado, 1093 personas detenidas desaparecidas. En total, fueron 3216 las personas ejecutadas o hechas desaparecer. En el año 2023, el Estado chileno, por primera vez, asumió como obligación permanente hacerse cargo de la búsqueda de los cuerpos y lanzó un plan de búsqueda. Cincuenta años después del golpe militar, la medida llegó tarde, pero la dimensión simbólica que establece es importante. Y cincuenta años después, podemos también hacernos otras preguntas además del “¿dónde están?”, formulado durante décadas. Podemos preguntarnos, por ejemplo, por el patrimonio. O preguntarnos: ¿dónde fueron a dar los restos de La Moneda bombardeada?

La casa de gobierno fue incendiada y destruida por el ejército de Chile después de albergar a 23 presidentes de la República y permanecer en pie durante siglos. La destrucción de ese cuerpo arquitectónico fue el preámbulo de lo que sucedería a lo largo de los siguientes años con otros cuerpos, otros edificios, otras arquitecturas de pensamiento, acción y relación. La imagen de La Moneda bombardeada quedó en el inconsciente  de una generación, como la primera huella del brutal cambio que sufriría la vida del país. Quizá ese crimen patrimonial merece, cincuenta años después, nuestra atención.

Buscando los restos

Una nueva posibilidad para continuar la historia, o empezarla, podría ser el momento en el que llegamos con mi amigo Pancho Medina y la arqueóloga Flora Vilches, a realizar una excavación a la casa de A. Es marzo de 2023. No estamos solas, una cuadrilla de arqueólogos nos acompaña. Obsesionadas con la idea de encontrar los restos de La Moneda, golpeamos muchas puertas hasta levantar un mínimo financiamiento que nos ayudaría a concretar una excavación. Por supuesto ya habíamos ido a la casa de A, habíamos conversado con su sobrina, que actualmente es la dueña de la casa, y habíamos logrado que la búsqueda obsesionara a la familia también. Todos queríamos saber si era cierto lo que A declaraba sin ninguna prueba más que su recuerdo.

Fueron meses preparándonos hasta que llegó el momento de tomar posesión del patio. Flora y su equipo trabajan minuciosamente. Cavan un cuadrado de un metro de diámetro. Todo ocurre a un ritmo lento, fuera del tiempo ansioso de la cotidianidad, en una especie de paréntesis donde la vida queda fuera y la excavación es el fuego en el que la tribu se reúne a contar historias. Historias sobre lo que nos convoca, los restos de La Moneda y la tierra de esta casa. La familia se nos une. Narran sus experiencias en dictadura, las propias y las que han heredado.

A medida que cavamos, aparecen, en los primeros estratos de la tierra, restos de sus vidas pasadas. Bolitas de vidrio, botones de plástico, huesos de pollo, una pelota de pimpón a la que alguien le dibujó la cara de un conejo. La memoria de la familia se activa y recuerdan esa pelota y las tardes de juego en el patio, que antes no tenía baldosas. El ejercicio arqueológico levanta fantasmas, visibiliza aquello que parece ausente pese a tener presencia material. Una presencia que ha sido invisibilizada por alguna razón, una presencia ausente. Las huellas del relato histórico de esta familia están escondidas bajo sus pies, bastó encontrarlas para que la memoria se encendiera y su vida actual se complementara con ese pasado. Aparecen mugrecitas de otros tiempos, pero ninguna tiene que ver con los restos de La Moneda bombardeada.

Después de un metro de excavación sin encontrar más que piedras redondas y pequeñas de lecho de río, porque estamos relativamente cerca del río, se deja de cavar. Se ha producido un silencio arqueológico. Entonces abrimos una nueva excavación en otro lugar del patio. Los días transcurren y se mezclan, se enredan las conversaciones, los desayunos, los almuerzos, los cafés de media tarde. La tierra que manipulamos comienza a inundarlo todo. Donde pisemos hay polvo. Barremos, sacudimos, pero la tierra ha sido removida y está en el aire; va a dar a nuestro pelo, a nuestra comida. Abrimos la puerta a la tierra y ya es difícil retroceder. Los últimos cuarenta años de esta familia emergen desordenadamente, sin inicios ni finales, se mezclan con las piedras de río, con los recuerdos recientes y antiguos. Hemos revuelto los tiempos con nuestra excavación, todas las capas que sedimentan este momento han sido trastocadas y ya no hay claridad en el suelo que pisamos, no sabemos dónde estamos, mucho menos cómo contar esta historia, que ya no es mía, es de la familia, de A, de Pancho, de Flora, del equipo de arqueólogos, y quien sabe de cuánta gente más.

Al no encontrar nada, pedimos autorización para abrir una tercera unidad. No hay rincón del patio que no haya sido revuelto por nuestra obsesión. Esta oportunidad es la última, no podemos seguir rompiendo baldosas. No hay recursos ni tiempo, tampoco paciencia que aguante esta invasión. La situación se desborda y dudamos que bajo este suelo haya restos de La Moneda bombardeada. Quizá los hubo y los respiramos sin darnos cuenta. Quizá comenzamos a hacerlo hace mucho tiempo, cincuenta años para ser más específica, y los llevamos dentro sin saberlo. O quizá no hay más que buscar y solo nos queda aceptar que somos piedras de río, huesos de pollo y mugrecitas plásticas enterradas en la tierra.

La mañana del 11 de septiembre de 1973

La mejor escena para terminar, que seguramente era la mejor para partir y no se me ocurrió, es la que transcurre esa mañana del 11 de septiembre de 1973. En ella el presidente Allende ha llegado temprano a La Moneda. Ahí escucha el primer comunicado de la junta militar, la aparición de los tanques, el inicio del ataque terrestre. Luego da su último discurso y, finalmente, comienza el bombardeo. Durante quince minutos los Hawker Hunter de la Fuerza Aérea atacan el palacio, destruyendo las dependencias y provocando el demoledor incendio. Pocos minutos después, los militares entran a La Moneda y el cuerpo del presidente es hallado sobre un sillón, junto al arma suicida.

Este resumen es parte de la información que contienen los restos de La Moneda, donde quiera que estén. Los misterios de esa mañana podrían ser develados por los escombros, si tuviéramos acceso a interrogarlos. Mareadas de tierra, intoxicadas de polvo de historia, cavamos y observamos con atención esperando que algo aparezca. Estamos en eso cuando, a unos cincuenta centímetros de profundidad, un pequeño trozo de una baldosa se asoma. Con una escobilla despejan sus alrededores hasta que podemos verlo con claridad. Es una baldosa tipo chocolate, así la llaman. La familia no la reconoce, no tiene recuerdos de una baldosa como esa, no es parte del paisaje ni de la casa ni del barrio. Al rato aparece otra más. Y luego otra. Pancho y yo celebramos la aparición. Flora y los arqueólogos se ríen de nosotros, saben que nada puede darse por hecho, que todo hay que comprobarlo y que esto se trata de preguntas más que de respuestas, lo mismo que escribir una historia.

Entremedio de los festejos aparece un clavo oxidado de unos quince centímetros. Lo miramos como si fuera el hueso de un santo. Es del siglo XVIII. En ese momento no lo sabemos, estudios posteriores lo informarán, y aunque esa certeza no indica que necesariamente pertenezca a La Moneda, para nosotros lo es. Ese clavo y las baldosas y los trozos de ladrillo aparecieron en esa unidad, o quizá en las otras, ya no recuerdo bien, porque todo se revuelve en el suelo y la memoria una vez que se han mezclado los estratos de la tierra. Las respuestas que ordenarán esta búsqueda llegarán en el futuro, si es que llegan, porque una segunda parte de este proyecto es enviar nuestros hallazgos a investigación. Pero necesitamos más fondos. Y más empujes.

Para cerrar las excavaciones hay un procedimiento que parece un rito, pero que Flora y su equipo desarrollan con una inquietante fluidez. Cada hoyo es cubierto con una malla de rafia de plástico. Sobre ella se lanza el material que fue extraído con anterioridad. Las piedras de río vuelven a las profundidades y con ellas las historias narradas por esta familia: la llegada a Santiago, los camioneros, La Moneda, el golpe, Allende, la construcción de esta casa, sus recuerdos de dictadura. La tierra retorna a la tierra, vuelve como nosotras volveremos a la vida, revueltas después de esta experiencia. Antes de cerrar las excavaciones, el equipo entierra un sobre. En su interior está el nombre de quien hizo la intervención y en qué fecha, para que, si alguien se topa con ella, sepa de qué se trata y quiénes fueron los responsables. Es un mensaje para los arqueólogos del futuro. Nosotras participamos. Introducimos en el sobre una moneda, el recibo de una compra, mugrecitas de este estrato de vida en el que nos tocó vivir, para agradecer a la tierra el regalo de su memoria de basura. Las niñas de la familia agregan un dibujo de la casa y de los posibles restos de La Moneda en el subsuelo de su hogar. Quizá la historia se resuma a esto, a un enredo de tiempos, recuerdos y mugrecitas.

Hoy seguimos recolectando pedazos de La Moneda. Queremos registrar ese cuerpo roto cuyas partes están dando vueltas por lugares insospechados. Trozos escondidos bajo nuestros pies, envueltos en polvo y olvido, como si no fuesen lo que son, huesos de un verdadero santo. Los restos de La Moneda bombardeada están más cerca de lo que creíamos y probablemente para contar bien nuestra historia debemos seguir buscando. Pero ¿cuánto tiempo se debe buscar? ¿Tiene fin esa búsqueda? Es probable que, así como los inicios son tramposos, los finales también lo sean. No hay manera de saber cuándo termina la historia de una búsqueda. Si hablamos de cuerpos, mientras quede uno sin aparecer, esa búsqueda no habrá finalizado. Y el sentido común nos dice, cincuenta años después, que esta historia de inicio incierto no tendrá nunca un final.

Esta crónica está asociada al proyecto Exhumar la memoria, de Francisco Medina Donoso. Bajo la pregunta “¿Qué pasó con los restos de La Moneda bombardeada?”, se ha realizado una práctica expandida que abrió su proceso de investigación el 11 de septiembre de 2023, en el Centro Cultural Palacio de La Moneda, con una exposición. El proyecto sigue su curso con la intención de recolectar los restos de La Moneda.

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