El hogar, mucho más que un bien inmueble
- En tránsito
- Abr 19
- 11 mins
“Lo residencial es siempre político”, afirmaba David Madden en su reciente visita a Barcelona para presentar su libro En defensa de la vivienda, escrito en colaboración con Peter Marcuse. Madden opina que hay una crisis de la vivienda porque el sistema jurídico y ejecutivo protege el derecho de los propietarios de los bienes inmuebles, pero no el derecho de los habitantes de los hogares. ¿La solución? Repolitizar el espacio de debate público sobre la vivienda y concebir al habitante como un sujeto político emancipado.
Un amigo me dijo, hace muchos años, que para él su habitación representaba una suerte de menú principal del videojuego de su vida. Un espacio amable en que se tiene a mano todo aquello necesario para el bienestar del individuo. El alfa y el omega de toda aventura diaria, pues cada día empieza en la habitación, y cada noche descansa también en ella. Cuando me dijo aquello, mi amigo era un joven recién salido de la pubertad, en su familia no se pasaban penurias y sus máximas preocupaciones eran sacar buenas notas en el instituto y salir a rondar por Barcelona con sus bicicletas. Llegar a casa cada tarde con los deberes en la mochila, sentir el olor de la cena preparándose en la cocina, oír a lo lejos el televisor encendido emitiendo el programa de siempre... Todas esas sensaciones cotidianas le hacían sentir a mi amigo en su hogar. Esa confianza le confería a él (y a cualquiera en esa situación) un sentimiento de autonomía en el espacio de su propia casa: el concepto de espacio se convertía en el de lugar, y el concepto de casa, en el de hogar. Para él, esto era el menú principal de su vida; pero, si le preguntamos a un filósofo, nos dirá que estamos hablando del concepto de seguridad ontológica.
Sin la certeza de saber cuánto o cuándo te van a subir el alquiler; sin la tranquilidad de poder pagar la luz, el agua y el gas cada mes; sin la seguridad ontológica de tu propio hogar, resulta una odisea mantener un núcleo familiar, emprender un trabajo o involucrarse en el tejido social de la ciudad. Más de la mitad de los habitantes de Barcelona dedica como mínimo el 40% de su renta a pagar el alquiler, un 15% más que la media europea, según datos del informe La llar és la clau, elaborado por Caritas Barcelona y presentado en diciembre de 2018. En el estudio también consta que el 36% de los vecinos de Barcelona y su corona metropolitana carece de vivienda digna (sin contar con los que no tienen ni donde dormir). Para las personas que viven detrás de estos fríos porcentajes, la inseguridad, el miedo, el estrés, la ansiedad y el desempoderamiento son desencadenantes de graves problemas de salud.
‘En defensa de la vivienda’
David Madden, profesor asistente en el Departamento de Sociología de la London School of Economics, es uno de esos jóvenes profesores universitarios ataviados con americana de tweed y jersey de cuello vuelto, con un discurso pausado y sereno. A principios de febrero presentó en una gira por España el libro En defensa de la vivienda, dos centenares de páginas que hablan sobre la dimensión política de la vivienda, su mercantilización y los movimientos sociales que se oponen a esta. Un ensayo que ha escrito junto con Peter Marcuse, abogado y profesor emérito de planificación urbana en la Universidad de Columbia (e hijo de Herbert Marcuse, filósofo de la escuela de Frankfurt).
Durante los dos días que pasó en Barcelona, Madden tuvo ocasión de compartir experiencias con algunos de los actores sociales que más trabajan en el problema del acceso a la vivienda en la ciudad como, por ejemplo, el Sindicato de Inquilinas de Barcelona o el Observatori DESC.
Solo en el momento en que a las clases medias también les ha resultado difícil vivir en sus casas, es cuando le hemos añadido el término crisis al problema.
Aprovechamos su visita para comentar con él algunas de las reflexiones de más calado sobre la falta de seguridad ontológica de los habitantes en sus viviendas, a la que él y Marcuse llaman alienación residencial: “Cuando no hay seguridad en la vivienda, la gente permanece en empleos que preferiría dejar o acceden precariamente a un segundo o incluso un tercer empleo.” Atendiendo a esa mitad de barceloneses que gasta más del 40% de lo que ingresa en pagar su casa, se puede afirmar que la libertad de residir en nuestra ciudad sin grandes dificultades ni temores es, hoy en día, un privilegio.
Madden es un tipo con inquietudes artísticas y con un fino sentido de la ironía. Reside en el Reino Unido —no quiso comentar, visiblemente afligido, nada acerca del Brexit—, aunque es natural de Nueva York. Señala sin miramientos a los que considera culpables de la falta de acceso a la vivienda; en su cuenta de Twitter puede verse el cuadro de Goya Saturno devorando a su hijo como tweet fijado desde 2015, y también se lee, a modo de nota al pie: “Financialized capitalism [Saturno] and social housing [el hijo devorado].”
Aunque el problema pueda estar bien determinado, el diagnóstico de la situación empeora la posibilidad de tratamiento. Pretender revertir esta situación de opresión y alienación nos hace chocar contra un muro enorme: el sistema habitacional del capitalismo neoliberal global.
Las viviendas no solo son, estrictamente, un lugar para vivir y construir la vida. En un sistema económico global, capitalista y financierizado hasta el tuétano, la vivienda deviene el bien de consumo más duradero y caro de los que se conocen. Para Madden, hay tres pilares fundamentales en la hipermercantilización de la vivienda, tres procesos que se han dado para llegar hasta la situación actual: primero, la desreglamentación (véase la Ley 4/2013 sobre arrendamientos urbanos); segundo, la financierización (véase la crisis de las hipotecas subprime en 2008); y, por último, la globalización, que aleja a las administraciones municipales —las que mejor conocen los problemas de sus vecinos— de la gestión de sus propias viviendas.
Vivienda y Estado
La gente no solo vive en sus casas, sino que hace vida en sus barrios, compra en sus tiendas y paga sus impuestos. Pero el espacio urbano que ocupa la vivienda marca el lugar de vinculación social de los individuos. La vivienda crea y consolida las interrelaciones entre las personas, pero también marca las relaciones de poder. Desde que se construyeron, los estados modernos han regulado y desregulado los aspectos clave que afectan a la vivienda, desde los usos del suelo hasta los contratos de alquiler, pasando por la política de desahucios.
A menudo, los gobiernos han metido mano en las leyes referentes a los temas habitacionales bajo una bellísima premisa: la de la defensa del derecho a la vivienda. Sin embargo, si esa defensa no ha de hacer tambalear los cimientos del sistema de distribución de los beneficios y los costes de la vivienda, se trata de un derecho débil, como comenta Madden. El resultante es un sistema jurídico y ejecutivo que protege el derecho de los propietarios de los bienes inmuebles y no el derecho de los habitantes de los hogares.
Vivimos un período de expansión del mercado de la vivienda paralelo a un proceso de creciente desigualdad económica; combinado con el recorte en los salarios y el aumento disparado del precio del alquiler, podría dar a entender que atravesamos una crisis del sector. Algo nos dice, sin embargo, que el acceso a la vivienda siempre ha estado en crisis para unos segmentos concretos de la población: extranjeros, mujeres (a menudo con menores a su cargo) o personas en situación precaria; y que solo en el momento en que a las clases medias también les ha resultado difícil vivir en sus casas es cuando le hemos añadido el término crisis al problema. Al fin y al cabo, y siguiendo la tesis que mantienen Madden y Marcuse en En defensa de la vivienda, no hay una crisis de la vivienda porque el sistema falle, sino porque está funcionando perfectamente.
De hecho, esta crisis no es tal si la vemos desde la perspectiva de los propietarios que viven de las rentas del arrendamiento. Dinero que entra regularmente, que no crea innovación, dinero sin valor social. Y que se transforma en dinero virtual y deuda en el mercado hipotecario. Propietarios y banqueros obtienen beneficios de los bienes inmuebles a través de procesos especulativos. Algo lógico, si tenemos en cuenta que la vivienda no se construye ni se distribuye para que todo el mundo tenga un techo bajo el cual vivir dignamente, sino como una mercancía para enriquecer a esas élites. Tal y como apunta el doctor en Antropología Social y portavoz del Sindicato de Inquilinas de Barcelona, Jaime Palomera, en el prólogo de En defensa de la vivienda, “el capitalismo ha mutado hasta el punto de que el hogar resulta tan crucial para la extracción de riqueza como la esfera laboral”. En la economía de mercado, para que haya ricos ha de haber pobres.
“¿Cómo revertir el problema de la vivienda si la crisis está dentro de la propia razón de ser del sistema económico actual?” Formulé esta pregunta el pasado 7 de febrero en la conferencia organizada por el CIDOB, titulada “Què passa al món? En defensa de l’habitatge a Europa”, que llevaron a cabo el propio David Madden y Sorcha Edwards, la secretaria general de Housing Europe, la federación europea de viviendas públicas, cooperativas y sociales. Ella misma dio la respuesta más concisa: “No podemos esperar a que caiga el sistema económico actual para actuar sobre la vivienda.” Para Madden, la clave está en la repolitización del sujeto habitante. Ante mi pregunta, Madden abogó por defender que “lo residencial es siempre político”, y que la lucha que subyace es transversal: “Dado que la vivienda es utilizada para reforzar un sistema político-económico propenso a sufrir crisis y que es medioambientalmente suicida, la opresión residencial nos afecta a todos.”
La privatización de los espacios de vida conduce a la individualización de los problemas y, de ahí, a la falta de organización colectiva para afrontarlos.
“Propietario antes que proletario”
En 1961, el gobierno franquista llevó a cabo un plan de vivienda brutal. Se construyó a mansalva, pero no para alquiler, sino para que la gente comprase. Se edificaron seis millones de pisos en quince años. José Luis Arrese, ministro de Vivienda, pronunció la gran frase: “Queremos un país de propietarios, y no de proletarios.” El Spanish way of life, que era comprar una casa, un 600 y que te quedase para irte de vacaciones, caló hondo. Esa es otra herencia de la dictadura. Según la Guia de l’habitatge, publicada por el Ayuntamiento de Barcelona en 2016, la ciudad cuenta con 880.000 viviendas para más de 1,6 millones de habitantes. El 63,8% de esas casas están en régimen de propiedad, el 30,3% son de alquiler. Y únicamente el 1,5% son pisos de alquiler social y asequible, esto es, poco más de 10.000 viviendas, mientras que existen informes que hablan de 80.000 viviendas vacías en toda Barcelona. Unas cifras que están a años luz de los parques de alquiler de las grandes ciudades europeas. El reparto es, a todas luces, injusto y socialmente preocupante. La privatización de los espacios de vida conduce a la individualización de los problemas y, de ahí, a la falta de organización colectiva para afrontarlos. Además, a tenor de las palabras de la filósofa Iris Marion Young, que recogen Madden y Marcuse en su libro, la propiedad adormece conciencias: “El objetivo de conseguir la casa de sus sueños empuja a los trabajadores a empezar a trabajar y seguir trabajando, les hace tener miedo a perder su empleo y trabajan horas extras. El deseo de privatismo ciudadano centrado en el consumidor tiende a producir quietismo político.” A Arrese, el ministro franquista, las palabras quietismo político le deberían de saber a miel.
Ante el quietismo solo cabe el movimiento: desmercantilizar el sistema de vivienda actual, volverlo a dotar de una dimensión humana y no meramente crematística. Potenciar la vivienda de titularidad pública y las alternativas de vivienda cooperativas o basadas en regímenes de no-tenencia. Durante su paso por Barcelona, Madden insistía en repolitizar el espacio de debate público sobre la vivienda y ponía el ejemplo del Sindicato de Inquilinas de Barcelona como una vía de trabajo en la que ahondar. Ir más allá de los remiendos y hablar de opresión residencial como forma de perpetuación de las élites. Hay que concebir al habitante, pues, como sujeto político emancipado. Curiosamente derivado del latín focus (‘luz’), el hogar refleja la primera domesticación del ser humano: hacer fuego para darse luz, calor y protección ante las bestias. Apelar al sentido revolucionario del derecho universal a hogares dignos tiene un potencial de transformación social radical.
Del número
N111 - Abr 19 Índice
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