Donde la ciudad gana todos sus nombres
- Visiones urbanas
- Oct 20
- 14 mins
En Linde, el proyecto fotográfico de Myriam Meloni y Arnau Bach, vemos la Barcelona tras las rondas. La del Rec Comtal y de la antigua carretera de Ribes. La que todo usuario de cercanías relaciona con la imagen del bar Fandila, desde la ventanilla del tren. Más que acercarnos la Barcelona más lejana, las fotografías nos dan la bienvenida a los primeros barrios de la ciudad.
Myriam Meloni y Arnau Bach ofrecen, en su trabajo Linde, un profundo retrato fotográfico contemporáneo —que raya en lo etnográfico— de los cuatro barrios fronterizos del extremo norte de la ciudad: “El primer interés es retratar fotográficamente los límites de Barcelona, y Nou Barris es el distrito más alejado del centro”, apunta el coautor del libro, Arnau Bach. En ese distrito, los cuatro barrios que marcan la línea postrera de la ciudad y dan nombre a esa frontera son Canyelles, Torre Baró, Vallbona y Ciutat Meridiana. Son barrios en los que, si te despistas caminando por las boscurias o las rampas empinadísimas, o por los ríos de autopistas, sales, físicamente, de Barcelona.
Este libro es el resultado de un año y medio de trabajo de campo de Meloni i Bach, fotografiando a los protagonistas de las pequeñas grandes historias que se cuentan en Linde, y escuchando sus glorias y sus miserias. La coautora Myriam Meloni explica el método que siguió para aproximarse a los barrios y a sus gentes: “Primero acudimos a las asociaciones de vecinos, porque son quienes más relación tienen con el tejido social de cada barrio, pero a partir de ahí procuraamos no ceñirnos a ser portavoz de sus reclamos, sino a fluctuar entre diferentes posiciones, generaciones, entre diferentes proveniencias, que sin duda nos iban a aportar una visión más completa y, a veces, contradictoria”.
En Canyelles y Ciutat Meridiana destacan los edificios colmena, desarrollistas y enormes, muchos de ellos faltos de condiciones para vivir dignamente.
Históricamente, en estos barrios se han encontrado gentes de procedencias muy diversas y con unas posibilidades económicas bastante bajas. Ciutat Meridiana, Vallbona y Torre Baró, en ese orden, son los tres barrios con la media de renta familiar más baja de la ciudad. Canyelles se sitúa en el décimo puesto por la cola. En cuanto a número de habitantes, Vallbona y Torre Baró no juntan ni 5.000 vecinos. En Canyelles son casi 7.000 y, en Ciutat Meridiana, más de 10.000. Este último barrio presenta además una densidad de población de 28.000 personas por kilómetro cuadrado. Una bestialidad, aunque lejana a la densidad de población del barrio de La Florida, en L'Hospitalet de Llobregat, que con más de 74.000 habitantes por kilómetro cuadrado es la más alta de Europa. Las casas también son diferentes según el barrio. En Torre Baró y Vallbona abundan las viviendas autoconstruidas, bajas. En Canyelles y en Ciutat Meridiana predominan los edificios colmena, desarrollistas y gigantescos, muchos de ellos carentes de condiciones para vivir dignamente.
Pasado (y presente) de lucha vecinal
Filiberto Bravo es una institución en Ciutat Meridiana. Histórico presidente de su asociación de vecinos, su acervo de lucha vecinal es una enciclopedia abierta para cualquiera que hable con él: “La visión del barrio que tiene Filiberto es la de la unión y la lucha social, pero la visión de Ciutat Meridiana que puede tener una mujer recién migrada de un pequeño pueblo de Marruecos es la de sensación de libertad —explica Myriam Meloni—. Para esa vecina, disponer de una comunidad cercana que se cuida entre ella pero que a la vez no se inmiscuye en la vida de los demás es básico para el desarrollo personal en libertad”. Ciutat Meridiana, el Bellvitge de la frontera norte de Barcelona, es libertad y es lucha y, como recuerda uno de los testimonios recogidos en Linde, el de Esperanza, también es dignidad de clase: “Cuando nos propusieron venir a vivir a Canyelles, aceptamos porque nos gustó. […] Por la noche solo podía pensar en el piso —Esperanza vivía con su familia en una chabola del Carmel—, en cómo estaba hecho, la galería... Una vivienda humilde de clase obrera, pero para mí era un palacio... Y sigue siéndolo”.
En Linde, la aproximación a la realidad de cuatro de los barrios más pobres de Barcelona procura articularse a través de la belleza y evitando el drama.
Aunque denunciar la injusticia social ha ayudado a mantener vivo el sentimiento de arraigo entre sus vecinos después de tantas generaciones, caer en mostrar Ciutat Meridiana únicamente como Villadesahucio, lejos de concienciar, estigmatiza. Lleva siendo así muchas décadas, y la equis de la ecuación ya la despejó Candel en Els altres catalans: “En realidad, los inmigrantes forman una sociedad aparte aquí, de la misma manera que la formaban allí. Es el triste destino de su condición de bajo proletariado”. En Linde, la aproximación a la realidad de cuatro de los barrios más pobres de Barcelona procura articularse a través de la belleza y evitando el drama. Además, se aleja también de las constantes revisiones historicistas que se hacen de los ahora trece “nou barris”. Más allá de la precariedad, las realidades de los cuatro barrios retratados en el libro se entremezclan en un todo narrativamente más rico.
“Es fácil caer en la piedad, en la exaltación de la pobreza, en el paternalismo y en la estigmatización —asume Meloni—, pero en Linde no hemos pretendido hablar del otro de manera objetiva, sino dar una pincelada dentro de una realidad mucho más compleja”. Cuando un periodista ha de cubrir una historia sobre precariedad, siempre le debería saltar el resorte que avisa del peligro de rendirse a la romantización de la pobreza. Las historias de precariedad se transmiten oralmente por parte de la persona afectada; el periodista las escucha, las interioriza y las contextualiza (o, al menos, debería hacerlo); después plasma esa historia, ya sea en palabra o en imagen; y, por último, la publica para el escrutinio y juicio de la opinión pública. Pero esa historia no acaba ahí, ni con la publicación ni con la factura que ingresa el periodista, sino que sigue siendo la realidad única y presente de esa persona y su entorno. El gran malabarismo consiste en contar la historia de una forma consciente de la alteridad, y eso solo se consigue con tiempo y mediante un trato honesto con las fuentes, entre otras cosas: “La idea principal era entender y comprender el día a día de estos barrios, que acaban siendo la periferia de la periferia cuando ni lo son ni deberían ser así considerados. Ni en sentido social ni en sentido político”, dice Myriam Meloni.
Barrios ganados casa a casa
Más allá de la realidad económica y de la histórica dejadez institucional para con esos barrios, hay otro factor que explica cómo se vertebra la idiosincrasia de sus vecinos y cómo ha prendido aquí el sentimiento de arraigo: los cuatro son barrios recientes, construidos en muchas ocasiones por los mismos vecinos que aún residen en ellos. O, si no, por sus hijos, que han heredado las viviendas que levantaron sus padres. En muchas ocasiones, se levantaban cuatro paredes y un techo por la noche para que los guardias, al día siguiente, no pudiesen echar por tierra la construcción, ya que se trataba de una casa habitada. No es el único ejemplo de unos barrios ganados casa a casa por sus propios moradores: Huertas Clavería cuenta en su Barrios de Barcelona cómo los vecinos pertrecharon unos rudimentarios escalones para salvar las cuestas de Torre Baró, auténticos toboganes los días de lluvia. Otro: durante el secuestro del bus de la línea 47 en mayo de 1978 (que sirvió para demostrar al ayuntamiento que el bus podía subir las pendientes de estos barrios), los vecinos ensancharon a pico y pala algunas curvas, demasiado pronunciadas para el Pegaso Monotral que conducía el autobusero Manuel Vital, vecino del barrio. Y, hoy en día, la gente sigue efectuando pequeñas mejoras en estos barrios, motu proprio, sin pedir permiso ni perdón: “Aquí, el sentimiento de arraigo es muy diferente del de un barrio que fue construido siglos atrás, por gente ya olvidada y cuya historia se ha perdido”, dice Myriam Meloni.
La concepción centralista y productiva del aquí y del allí se difumina en estos barrios. Es decir, el aquí suele ser la sierra, el bosque; y el allí, el resto de Barcelona, lo que hay más allá de las autopistas.
Son barrios aislados, para lo bueno y para lo malo. Hasta que levantaron el puente del Congost en 2005, después de décadas de reivindicaciones vecinales, Vallbona estaba separada de Barcelona. Solo un camino de cabras la conectaba con los contiguos barrios de Torre Baró y Ciutat Meridiana. Dice Arnau Bach que, por aquí, si hay un terruño más o menos plano, alguien prepara lo necesario y en un par de días los niños ya están jugando al fútbol. Y si hay un descampado, los jóvenes lo adecuarán para practicar coreografías de música urbana: “La legislación es la misma que en el resto de la ciudad, pero quizá hay más permisividad. Tampoco necesitan canalizar a miles de turistas al día”. Remata la reflexión Myriam Meloni: “Allí, en Barcelona (sic), cada trozo de espacio público ha sido destinado a un uso, 'aquí se camina, aquí se cruza, aquí va la terraza', pero aquí, en estos barrios, no. Acaba siendo una cuestión de interés económico. En la Barcelona de los turistas, cada trozo de ciudad tiene un rédito económico potencial enorme; aquí, no”.
La concepción centralista y productiva del aquí y del allí se difumina en estos barrios. Es decir, el aquí suele ser la sierra, el bosque; y el allí, el resto de Barcelona, lo que hay más allá de las autopistas. Para un vecino de la Barcelona a nivel del mar, sin embargo, Collserola, el Tibidabo, quedan allí. Candel se refería a este tipo de barriadas periféricas con su célebre Donde la ciudad cambia su nombre, y si bien es cierto que los vecinos (incluso la fotógrafa que ha pasado año y pico en estos barrios) dicen “ir a Barcelona” cuando ya están en ella (cosa que también pasa en los barrios que hace siglos eran villas independientes), el anhelo histórico de los vecinos de Canyelles, Torre Baró, Vallbona i Ciutat Meridiana pasa por superar esa alteridad y ser tratados igual que el resto de Barcelona.
Las conexiones viarias de entrada a Barcelona por el norte han marcado la vida de estos barrios, separándolos del resto de la ciudad y entre sí.
Resignificar espacios a veces monstruosos
La relación con la naturaleza es mucho más estrecha en estas latitudes de la ciudad. En Vallbona, por ejemplo, los últimos vestigios del Rec Comtal aún son aprovechados por los jóvenes para echarse un baño, y por esa zona se encuentran también los últimos huertos de la ciudad. En Linde conocemos la historia de Rosita, una jabalí que ronda la zona: “Cuando la llamo —dice Blas, vecino del barrio—, siempre viene a verme y pasamos el rato juntos. Esto es pura naturaleza. Esta casa es mi vida, es todo lo que quiero”. Blas trabaja la tierra y ha criado animales, sobre todo palomas, aunque ya no para competición, solo para exhibición. Cuando murió su hija, enterró sus cenizas en el jardín. Tal es el arraigo.
En estos barrios, el paisaje cambia en pocos centenares de metros. De las inmediaciones de la sierra pasamos al enjambre de carreteras (C-17, C-33, C-58, AP-7), el no-lugar por excelencia de la ciudad que ha sido reapropiado por sus vecinos. Si en Canyelles, Torre Baró, Ciutat Meridiana y Vallbona han aprendido a vivir junto a la sierra, todavía han tenido que aprender más a vivir encajonados entre moles de hormigón. Las conexiones viarias de entrada a Barcelona por el norte han marcado la vida de estos barrios, separándolos del resto de la ciudad y entre sí. Puentes, pasos elevados, entradas y salidas de las autopistas y columnas de diámetros inverosímiles para sujetarlo todo se escurren entre las casuchas, los huertitos y los descampados de los barrios más septentrionales de Barcelona. Las fotografías de estos paisajes que encontramos en Linde transmiten esa abrumadora sensación de insignificancia de la medida humana ante tales aberraciones arquitectónicas.
Los vecinos de estos barrios han resignificado el no-lugar dándole vida, reuniéndose con los suyos, aportándole un uso, negándole el apelativo de no-lugar.
Muchos de los vecinos que usan esos no-lugares para reunirse vienen de realidades en las que muchas personas tenían que convivir en lugares muy pequeños, de manera que toda la vida social tenía lugar en la calle, explican los autores del libro. De igual manera, muchos de los pisos en Canyelles y Ciutat Meridiana son muy pequeños y siguen siendo habitados por muchas personas, a menudo hacinadas, así que en cierta medida no solo están reproduciendo costumbres, sino que se siguen adecuando a las circunstancias. “También en el Raval se da esto. Gente jugando a la pelota, a críquet, por la calle. Es algo muy cultural, y que se hereda, lo de la ocupación del espacio público”, recuerda Meloni. Es una reapropiación del espacio sin demasiada prensa, pero efectiva. Los vecinos de estos barrios han resignificado el no-lugar dándole vida, reuniéndose con los suyos, aportándole un uso, negándole el apelativo de no-lugar. En definitiva: “Se resignifica el espacio exterior de las viviendas para convertirlo en un elemento a compartir por la comunidad”, explica Meloni.
Bajo toneladas de cemento y miríadas de coches que salen y entran y cruzan la frontera de la ciudad en una movilidad frenética, siempre productiva, infinita e irritante, unos metros más abajo, a ras de suelo y aprovechando la sombra de los puentes, los vecinos montan un pícnic. Y visten trajes regionales que llevan urdiendo semanas, y bailan, conversan y ríen y, de tanto estar ahí y haber hecho suyo el lugar, también han interiorizado el ruido constante y penetrante de neumáticos que ruedan y motores que suenan, y eso ya no les molesta.
- LindeMyriam Meloni i Arnau Bach. Ajuntament de Barcelona, 2020
Del número
N116 - Oct 20 Índice
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