En un escenario donde las desigualdades y el machismo todavía están muy presentes, encontramos evidencias de que, entre los jóvenes, se están produciendo cambios hacia una sexualidad más libre y justa. Aunque la falta de acompañamiento adulto los puede llevar a escenarios donde se reproduce el discurso de una sexualidad violenta y sesgada, aparece una nueva generación que cuestiona el orden establecido; y eso puede descolocarnos más o menos, pero es una victoria.
El imaginario colectivo en torno a la sexualidad determina cuáles son los elementos que la conforman: la identidad, las preferencias sexuales o algunas prácticas en las relaciones sexuales compartidas. Sin embargo, se trata de una dimensión transversal a todas las personas y bastante más extensa y central de lo que se asume habitualmente. Los cuerpos y el conocimiento que tenemos de ellos, la autoestima, el afecto, las relaciones que tejemos, las decisiones en torno a cómo nos cuidamos, los imaginarios, y los deseos y el placer son algunos de los elementos clave que se entretejen para dar forma a la vivencia de la sexualidad. Así pues, trasciende el hecho individual, que se convierte en una cuestión social y cultural con un peso importante en la conformación y organización de las sociedades. Además, se construye de forma lenta, gradual, heterogénea y compleja desde que nacemos hasta que morimos, a través de múltiples elementos fisiológicos, emocionales y relacionales, pero también contextuales, morales, políticos e incluso económicos.
Existe un consenso social en el hecho de que debemos prestar atención a la sexualidad, pero solo en su construcción durante algunas etapas. Que la sexualidad en la adolescencia es arriesgada e irresponsable no solo es un consenso, sino también una constante histórica. Lo que hoy, a ojos de los adultos, son prácticas y actitudes correctas, sensatas y prudentes, en algún momento fueron extremistas, arriesgadas o alocadas para otros adultos.
Si acercamos la mirada a lo que ocurre durante la adolescencia como un proceso integral, vemos como se trata de una etapa clave en la construcción de la identidad de las personas, de sus relaciones y de la consolidación de valores. Todo ello en un momento en el que se desarrolla la máxima expresión de la curiosidad, las dudas, el sentido de pertenencia y la diferencia respecto al mundo familiar. Si lo aplicamos al ámbito de la sexualidad, es evidente, normal y saludable que aparezcan las ganas de explorar y experimentar. También, ciertamente, se manifiestan las preocupaciones y las incertidumbres que a menudo planean sin saber dónde aterrizar, sin encontrar un espacio que el adolescente entienda y que dé respuesta a sus necesidades. Lejos de encontrarlo, a menudo choca con muros que alertan y miden sus conductas en clave de riesgos, relegando esta búsqueda de información o apoyo a otros canales. A menudo, el vacío que existe entre el imaginario del mundo adulto sobre la sexualidad adolescente y la realidad de esta sexualidad refleja la falta de capacidad de los primeros para garantizar los derechos de los segundos.
El estudio La sexualidad de las mujeres jóvenes, publicado por el Instituto de las Mujeres en 2022, nos muestra cómo la información a través de los progenitores llega tan solo en un 8% de los casos y cómo se buscan otros espacios de referencia e información que suelen ser principalmente las amistades e internet. Si bien la búsqueda de información es un indicador positivo de su curiosidad y autonomía, la falta de acompañamiento puede generar escenarios en los que se reproduce el discurso hegemónico de la sexualidad machista, violenta y sesgada en cuanto a la representación de cuerpos, prácticas o vivencias. Es imprescindible, pues, facilitar el acceso a información real y comprensible para fomentar el desarrollo de una mirada crítica ante el alud de información que encuentran en distintos canales.
La sexualidad de la población joven recoge las expectativas de una sociedad que no quiere reconocerse en sus defectos y desigualdades estructurales.
La población joven debe aprender; y el aprendizaje, casi siempre, es a través de referentes, modelado e información. Estamos transfiriéndoles todo el sistema que hemos creado y sostenido, a la vez que les estamos pidiendo que no lo reproduzcan. Queremos que cambien, que vivan y se relacionen de forma diferente, pero les ofrecemos lo de siempre. Las mismas desigualdades, discriminaciones y relaciones de poder, las mismas carencias sistémicas.
La sexualidad de la población joven representa de forma explícita todo este fenómeno: recoge las expectativas de una sociedad que no quiere reconocerse en sus defectos y desigualdades estructurales, a la vez que debe demostrarse transgresora con estos defectos que ha sido incapaz de combatir durante las últimas décadas.
¿Qué encontramos si miramos directamente?
De entrada, debemos reconocer que seguimos en un escenario donde las desigualdades y el machismo están bien presentes: siguen existiendo relaciones violentas, que adquieren formas específicas en la población joven que todavía nos cuestan más de identificar. Encontramos, por ejemplo, que una de cada cuatro mujeres se siente insegura en la calle al volver a casa; que la principal fuente de discriminación hacia las chicas (más del 50%) es su aspecto físico; y que más de la mitad de ellas (un 57,7%) reconoce haber mantenido relaciones sexuales en alguna ocasión sin desearlas. Pero no podemos olvidar que las violencias y discriminaciones no forman parte de la sexualidad, solo intentan cuestionar su libre expresión y, aun así, cada vez tienen menos espacio.
Por otro lado, si realizamos una lectura más profunda de la realidad, junto a estos elementos que indican la pervivencia de los modelos que se proyectan desde el mundo adulto, también encontramos evidencias de que se están produciendo cambios importantes hacia una sexualidad más libre y justa.
Según la encuesta FRESC 2021, el 26,3% de las chicas de 15 y 16 años identifica haber sufrido violencia machista por parte de su pareja. Pero también muestra que el 64,2% de los chicos y el 71,8% de las chicas de todos los grupos de edad estudiados declaran sentirse satisfechos en el ámbito sexual y que el 77,1% de las chicas y el 80,2% de los chicos han utilizado algún método anticonceptivo durante la última relación sexual. O, dicho de otro modo: la población joven identifica cada vez más las violencias machistas, disfrutan cada vez más de sus relaciones sexuales, exploran más su deseo y buscan la manera de cuidarse.
Cuando todavía no hemos dejado atrás creencias como la romantización del sufrimiento y el sacrificio, aparece una generación que cuestiona el orden establecido.
Estamos ante una generación que se preocupa, se moviliza y se interesa por el autocuidado, entendido no solo como un acto individual, sino colectivo. Las jóvenes luchan activamente por defender su derecho a decidir como ejercicio de soberanía individual y colectiva. Entienden que la salud es una dimensión amplia que comprende la salud física, la mental y la afectivo-sexual de forma integral, y quieren cuidar de todas ellas. Comprenden que todo también depende de su entorno y piensan en clave de sostenibilidad. Las jóvenes exigen poder decidir sobre los cuerpos, sobre los cuidados y sobre las relaciones. Elegir qué métodos son más adecuados en cada momento vital y escoger con quién compartir experiencias y cómo hacerlo. Las jóvenes se preocupan por el placer, en todas sus dimensiones.
Cuando algunas generaciones todavía no hemos dejado atrás valores y creencias como la romantización del sufrimiento y el sacrificio, aparece otra generación que quiere disfrutar, se interesa por conocerse, atender sus necesidades y hacerlas posibles de forma sostenible, cuestionando el orden establecido. Y esto puede descolocarnos más o menos, pero es una victoria como seres que sienten, viven y experimentan, teniendo como meta la búsqueda del placer, la satisfacción y el bienestar.
Y esta búsqueda del bienestar no consiste en llegar a un punto específico socialmente aceptable en el que instalarse, sino en recorrer un camino de autoconocimiento en construcción permanente. De hecho, es en este camino de aprendizaje y descubrimiento donde son necesarios espacios de escucha, el derecho a equivocarse, el permiso de tener dudas y la posibilidad de preguntar sin ser juzgadas. Esta debería ser nuestra premisa y principal preocupación. No tanto lo que hacen o dejan de hacer, sino lo que nosotros estamos haciendo y dejando de hacer a la hora de acompañar en este camino.
Nuestra principal preocupación no debería ser tanto lo que hacen o dejan de hacer los jóvenes, sino lo que nosotros estamos haciendo y dejando de hacer a la hora de acompañarlos.
Cada año pasan por el Centro Joven de Atención a las Sexualidades (CJAS) más de 7.000 jóvenes y adolescentes preocupándose —y ocupándose— de su salud sexual. En 2021, 132 personas recibieron acompañamiento psicológico especializado en violencias machistas, alrededor de 1.200 jóvenes se realizaron un cribado de infecciones de transmisión sexual (ITS) y se dispensaron 2.041 pastillas de anticoncepción de urgencia para evitar un posible embarazo no deseado. Es evidente que las jóvenes han encontrado la forma de llenar el vacío que ha dejado nuestra incapacidad de garantizar estos derechos y de asegurar el acceso a espacios, herramientas y estrategias necesarios para afrontar un tema tan complejo que, ni siquiera como adultos, hemos resuelto.
¿Cómo podemos estar ahí?
Preguntémosles. Hay preguntas que sentencian a los colectivos, que determinan su posición inamovible y los condenan a seguir reproduciendo las mismas desigualdades. En cambio, existen otras que acompañan al movimiento, que dan agencia e interpelan la capacidad de transformación.
Escuchémoslos. Nos ha tocado vivir un momento histórico que ha hecho volar por los aires la fantasía de una supuesta estabilidad y control que creíamos tener. Ante la absoluta incertidumbre en casi todos los ámbitos de sus vidas, y con las pocas herramientas de gestión emocional y relacional que han recibido, la población joven se ha adaptado con una madurez y una resiliencia admirables. Y nosotros no podemos hacer más que sentarnos a escuchar lo que nos está diciendo.
Un buen objetivo, si queremos entender cuál puede ser nuestro papel, es ofrecerles un contexto en el que informarse, tomar decisiones y disfrutar de sus sexualidades, cualesquiera que sean. La vivencia positiva de la sexualidad depende de todos estos elementos, así como la posibilidad de desarrollarlos y lograrlos de forma tranquila y desde el bienestar. Dicho de otro modo, podemos decir que el grado de libertad y equidad en la sexualidad de una población es un buen indicador de la salud democrática y los derechos individuales y colectivos de una sociedad.
Referencias bibliográficas
Sánchez-Ledesma, E., Serral, G., Ariza, C., López M. J., Pérez, C. y Grupo colaborador encuesta FRESC 2021. La salut i els seus determinants en adolescents de Barcelona. Enquesta FRESC 2021. Agencia de Salud Pública de Barcelona, Barcelona, 2022: http://ow.ly/GwX350MSCmt
Pinta, P., Vázquez, S. La sexualidad de las mujeres jóvenes en el contexto español. Percepciones subjetivas e impacto de la formación. Ministerio de Igualdad, Secretaría de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género. Instituto de las Mujeres, 2022: http://ow.ly/PFbH50MSCnk
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N126 - Abr 23 Índice
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