David Walliams. El hombre al que Roald Dahl salvó la vida

David Walliams estuvo en Barcelona para pronunciar el Pregón de la Lectura durante la víspera de Sant Jordi, en el Born Centre de Cultura i Memòria. © Ajuntament de Barcelona

Los padres de David Walliams le concedieron un deseo: un pequeño televisor en blanco y negro en su habitación. El niño que era entonces fue feliz tragándose horas de lucha libre británica. Pero, mira por dónde, la lectura se le atragantaba. David Walliams adulto sabe que sus padres se equivocaron y aconseja a todas las personas que no cometan el mismo error. Por suerte, un día topó con un libro que le salvó la vida: Charlie y la fábrica de chocolate. A partir de entonces, todo cambió.

“Dennis era diferente”. Esta es la primera frase del primer libro del autor británico de literatura infantil y juvenil David Walliams (1971), que ha sido pregonero del último Sant Jordi en Barcelona. El libro, El chico del vestido, publicado por Montena, al igual que el resto de sus libros en castellano, fue el primero de una obra que ha vendido 56 millones de libros y se ha traducido a más de cincuenta idiomas. Nacer teniendo el inglés como lengua propia, con una industria editorial potentísima que se dedica a vender a los autores de literatura infantil y juvenil propios en todo el mundo, de forma decidida y desacomplejada, y que traduce una cantidad ínfima de autores al inglés ayuda mucho. Pero sus cifras de ventas no se explican solo por esto. La frescura, el humor, la calidad, la ternura y las ganas de contar una historia de tú a tú a niños y jóvenes para hacerlos más felices son elementos clave de todos sus libros.

Walliams, en el pregón que leyó el pasado 22 de abril en el Born Centre de Cultura i Memòria, puso voz a lo que tantos autores de literatura infantil y juvenil catalanes pensamos: que nuestro trabajo es de una gran responsabilidad. Dijo: “Si nuestros libros no captan la imaginación de los niños, estos dejarán de leer, los libros acabarán desapareciendo y todos estarán enganchados a las pantallas”. Y es exactamente así. Por eso era tan importante que, por fin, después de tantos años, un autor de literatura infantil y juvenil fuera elegido pregonero. Tal y como he escrito tantísimas veces, la literatura dirigida a niños y jóvenes (o, como decía Pep Albanell, la literatura que también pueden leer niños y jóvenes) es literatura en mayúsculas.

En Cataluña y en España no tenemos claro que sea así, pero en la Inglaterra de David Walliams, sí. Y allí no han perdido el tiempo discutiendo sobre si el autor era mediático o no por el hecho de haber formado parte, como actor, de la serie Little Britain y, como cómico, de otros programas de televisión. Ni tampoco lo han menospreciado porque escriba para niños y jóvenes. En Inglaterra están más que orgullosos de que el autor haya vendido diecisiete millones de libros con un solo título, La abuela gánster, un libro infantil entrañable y delicioso donde Ben, un chico que quiere ser fontanero y no bailarín como quisieran sus padres, unos locos de los bailes de salón, descubre que su abuela es una ladronzuela de joyas… O quizás no, porque la abuela, una mujer que desea que Ben la quiera y no piense que es una abuela aburrida, idea una estrategia para que su nieto la mire con otros ojos.

A menudo se ha comparado a David Walliams con Roald Dahl, y no es de extrañar. En primer lugar, por la devoción de Walliams hacia el autor que lo convirtió en lector (tardío) gracias a sus libros. También porque su primer libro, El chico del vestido, fue ilustrado por Quentin Blake, el ilustrador de cabecera del autor de Las brujas. Luego fue Tony Ross el elegido para trasladar en imágenes las historias de Walliams, y ambos forman un tándem magnífico.

Pero también existe en él una voluntad cercana a la de Dahl de utilizar el humor y lo que es políticamente incorrecto. De dibujar claramente a personajes buenos y a otros detestables (qué mal nos caen los padres de Ben…). De querer divertir al lector sin endiñarle la pastillita pedagógica de turno. De querer divertir, seducir, atraer al lector hacia la página siguiente, y a la siguiente, y a la siguiente. Y de hacerlo con absoluto respeto hacia su inteligencia. Tal y como decía la celebrada y añorada Lolo Rico, creadora del programa de televisión La bola de cristal y escritora de libros para niños, “los niños no son tontos”. Tuve la fortuna de poder entrevistarla y esta frase se me quedó tan adentro que desde entonces divido a los autores de literatura infantil y juvenil entre aquellos que piensan como Lolo Rico y todos aquellos que se dirigen a los niños desde el paternalismo, el buenismo y todos los -ismos posibles.

David Walliams está sin duda entre los primeros. Él escribe para el niño que fue, para aquel que no encontraba libros que lo atraparan. Y lo hace tramando historias originales y alocadas a partir de aquella varita mágica de la que tanto hablaba Gianni Rodari, la gran pregunta: “¿Y qué pasaría si…?”.

¿Qué pasaría si un niño decidiera ir vestido con faldas a la escuela? (El niño del vestido). ¿Qué pasaría si esa abuela tan aburrida en realidad estuviera planeando robar las joyas de la corona británica? (La abuela gánster). ¿Qué pasaría si un mamut del Polo Norte de hace 10.000 años se paseara por las calles de Londres? (El gigante alucinante). ¿Y qué pasaría si la nueva dentista del barrio fuera la culpable de que debajo de la almohada aparecieran luciérnagas horribles en lugar de monedas cuando se te cae un diente? (La dentista demonio).

Durante su estancia en Barcelona, David Walliams recordó que “todos los estudios nos dicen que a los niños que leen con frecuencia les va mejor en la escuela. Hacen los deberes más fácilmente y pueden aspirar a una mejor educación”. Y puso un énfasis especial en la lectura por placer hasta el punto de afirmar que “un libro leído por placer vale cien veces más que un libro leído por obligación”. Creo que tiene toda la razón, pero en nuestro país hay demasiados niños y niñas que no llegarían a según qué títulos si no los prescribieran en la escuela.

Competir con la oferta digital

Es difícil no conectar con el deseo de Walliams de querer aportar placer, gusto e imaginación a los lectores, un reto que él mismo explica que “es dificilísimo por la competencia que representa la oferta digital”. De ahí su grito de alerta para que la sociedad eduque a los más pequeños y jóvenes en el buen uso de las pantallas. Walliams no se las carga, porque la televisión le ha dado trabajo y mucha alegría, como actor y como guionista. Pero sabe que un cerebro joven expuesto de forma cruda y sin ser educado en los límites se quedará atrapado en TikTok, Instagram, Twitch y cualquier otro contenido disponible de forma abierta e infinita.

 © Ajuntament de Barcelona  © Ajuntament de Barcelona

Un día alguien tendrá que dedicar una tesis doctoral a cómo la irrupción de las pantallas ha cambiado la forma que tenemos de escribir, especialmente los autores que nos dedicamos a la literatura infantil y juvenil. Cuando leo a David Walliams, detecto esa voluntad de atrapar desde la primera página. Porque sabe que, si no lo hace, probablemente ya no tendrá la oportunidad de hacerlo en la segunda, porque el lector lo habrá abandonado. En la primera frase del libro Un gigante alucinante, Walliams capta nuestra atención con una frase maravillosa hablando sobre el abandono: “Una cruda noche de invierno, en un barrio muy humilde de Londres, alguien dejó a un bebé recién nacido en los escalones de un orfanato”. Pum. Ya tenemos intriga, ternura, ganas de saber más, y los ojos nos llevan, sin que podamos evitarlo, a seguir leyendo.

Walliams es uno de los grandes, y vive su oficio desde la alegría, con un talante humano, cercano, divertido y nada soberbio. Aquí, donde cuesta tanto que los autores que escribimos en catalán ocupemos un espacio en nuestra cultura, la elección de Walliams ha generado un cúmulo de sentimientos contradictorios entre muchos autores de literatura infantil y juvenil. Nos hemos alegrado mucho por él, porque lo vale, y hemos proclamado un “¡viva!” sin condiciones porque la literatura infantil y juvenil era protagonista del pregón. Pero no hemos podido evitar pensar en tantos de nuestros compañeros, autores de largo recorrido tanto en obra como en cifras de ventas, que podrían haber sido elegidos. Aun así, es un primer paso importantísimo. Walliams ha abierto una puerta con sus palabras que permanecerá abierta para siempre: la dignificación de la literatura infantil y juvenil. Y lo ha hecho con encanto, humor, palabras sabias y sentido común, como no podía ser de otro modo.

Leed a David Walliams, sea cual sea vuestra edad. Descubriréis a un autor maravilloso. Y leed también a los autores más cercanos, los autores de literatura infantil y juvenil kilómetro cero. Leed para vosotros en silencio y también en voz alta para vuestras hijas y vuestros hijos, para los alumnos y para todo el mundo que lo desee. Si lo hacéis, como le ocurrió a David Walliams, seréis más felices.

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