Convivencia, sí; mezquita… ¿no?
- Visiones urbanas
- Dic 18
- 7 mins
La apertura de un oratorio islámico en la calle Japó, en el barrio de Prosperitat, se ha desarrollado con tensión por la oposición vecinal a este centro. La gestión del conflicto ha permitido el acercamiento de las distintas comunidades en el marco de una política más amplia de defensa de los derechos humanos y de promoción de la diversidad.
Desde principios de 2017, la calle Japó, en el barrio de Prosperitat del distrito de Nou Barris de Barcelona, ha vivido una situación excepcional de ruido, protestas y tensión vecinal. El motivo: la Comunidad Islámica de Nou Barris, una entidad constituida en 2016 por vecinos musulmanes de la zona, había alquilado el local del número 28 de dicha calle para abrir allí un oratorio. Y así, la calle Japó pasa a formar parte de la lista de los conflictos en torno a la presencia formal e institucionalizada de las comunidades islámicas que se han dado en los barrios y poblaciones de nuestro país a lo largo de los últimos veinte años, junto con Premià de Mar, Lleida o Santa Coloma de Gramenet. Pese a que quizás el ruido de las protestas se haya apagado desde hace años, muchos de estos conflictos están muy lejos de estar resueltos porque, aunque ya no hay protestas, tampoco hay mezquitas, cuando menos, en las condiciones en las que las comunidades islámicas habían proyectado. En Prosperitat, al final, la mezquita está, y el proceso que ha llevado hasta su apertura nos proporciona nuevos elementos para la reflexión y la intervención para que la diversidad cultural y religiosa (y todas las diversidades que se nos puedan ocurrir) se incorporen con naturalidad al imaginario colectivo sobre el espacio público.
La mezquita o, más rigurosamente, el oratorio de la calle Japó (una mezquita es un equipamiento del que, desgraciadamente, Barcelona aún no disfruta) es el vigesimonoveno de la ciudad, según datos de la Oficina de Asuntos Religiosos del Ayuntamiento de Barcelona (OAR), y es solo uno de los más de quinientos centros de culto de diversas tradiciones religiosas que hay en funcionamiento, según la Memoria de actividades 2017 del OAR. Con todo, esta ha sido la primera vez que Barcelona ha vivido un movimiento de oposición de esta dimensión y de estas características.
El relato de los hechos es muy similar al de otros casos. Unos cuantos vecinos de tradición islámica, después de años viviendo en un territorio concreto, se agrupan para abrir una mezquita en su barrio, un espacio de encuentro de la comunidad para la oración, la enseñanza y la vida social y, al mismo tiempo, un recurso para abrirse al entorno, para hacerse visibles, identificables y, por tanto, para convertirse en actores e interlocutores. Sin la entidad y sin la mezquita, ¿cómo sabrán los demás adónde ir para encontrar a la comunidad musulmana?
Aunque, desde el primer momento, la comunidad busca alianzas y cuenta con el apoyo de otras entidades del territorio (la Red 9 Barris Acull o el Centro Cultural Els Propis) y con el acompañamiento y el apoyo técnico del Ayuntamiento, la reacción de un sector del vecindario es de rechazo absoluto y frontal. Alegan dificultades técnicas (el local no les parece adecuado, la calle es demasiado estrecha), pero también elementos más intangibles, como el miedo. E inician una campaña de protestas protagonizada por una cacerolada diaria. El atentado de la Rambla del 17 de agosto y la incorporación de grupos de extrema derecha en las movilizaciones incrementan la tensión, también entre los propios vecinos de la calle, y se repiten las pintadas y los desperfectos en la persiana de entrada del oratorio, aún en obras. Finalmente, el oratorio inicia sus actividades en febrero de 2018 en medio del ruido de cazuelas y pitos que, a partir de aquel momento, han ido perdiendo volumen.
Situaciones como la que se ha dado en la calle Japó no son solo un conflicto entre aquella comunidad islámica concreta y los vecinos contrarios a su presencia en particular, sino que representan una muestra de las dificultades y los retos del encaje de la diversidad cultural y religiosa a escala global, de ciudad. Así, la salida del conflicto no pasa por contentar a unos u otros, ni por dar respuestas coyunturales a situaciones concretas, sino que las acciones que se emprendan, especialmente por parte de los ayuntamientos, tienen que estar enmarcadas en una política más amplia de defensa de los derechos fundamentales y de promoción de la diversidad.
En este caso, el criterio básico de la intervención de los diversos servicios municipales que han estado implicados, y también de las entidades del territorio, con la Asociación de Vecinos y Vecinas de Prosperitat al frente, ha sido el derecho de la comunidad islámica a abrir el centro de culto, eso sí, cumpliendo todos los requerimientos técnicos y urbanísticos que exige la normativa. Y desde este punto de partida, que es, a la vez, un límite, se inicia un largo proceso de aproximación y diálogo con el vecindario y el entorno del oratorio, incluidas las personas contrarias a su apertura, con el objetivo de informar y desactivar miedos y prejuicios pero, sobre todo, de escuchar y acompañar.
Impulsar la comunicación con los vecinos
“La comunidad islámica tiene que ser responsable de sus acciones al mismo tiempo que establece alianzas y colaboraciones con otras entidades del territorio y que hace uso de los recursos municipales. De este modo, ha podido explicar el proyecto al vecindario y hacerle partícipe del proceso de apertura del centro de culto.”
El propósito es muy complicado. Las posiciones están muy polarizadas, hay mucha tensión y se expresa una gran desconfianza respecto al Ayuntamiento y las entidades. Por eso se decide emprender una estrategia a medio plazo para facilitar la comunicación con las personas que se oponen a la abertura del oratorio y que participan en las protestas que tienen lugar cada noche en la calle. Durante casi un año, el Servicio de Gestión de Conflictos del Ayuntamiento estuvo presente en la calle escuchando a los vecinos y los entrevistó casa por casa con el fin de recoger un abanico lo más amplio posible de inquietudes y sensibilidades. Con el mismo objetivo, se hizo una ronda de reuniones con todas las comunidades de vecinos de la calle y representantes del distrito de Nou Barris y de la Oficina de Asuntos Religiosos.
Paralelamente, las entidades de Prosperitat se han comprometido de una forma muy clara en la reivindicación de la diversidad cultural y religiosa como un valor para el barrio. Por eso han hecho una labor de denuncia y sensibilización con la publicación de manifiestos y la organización de actos públicos para celebrar la convivencia intercultural e interreligiosa; han dado apoyo de modo muy concreto a la comunidad islámica, acompañándoles a denunciar las agresiones recibidas en el local o cediéndoles espacios para sus actividades mientras el oratorio estaba en obras, y han realizado el seguimiento del proceso al lado del Ayuntamiento, en un ejercicio de confianza y exigencia mutuas poco confortable pero muy necesario.
“Situaciones como la que se ha dado en la calle Japó representan una muestra de las dificultades y los retos del encaje de la diversidad cultural y religiosa a escala global, de ciudad.”
Por otro lado, ha sido necesario tomar conciencia de que la comunidad islámica tiene que ser protagonista y responsable de su proyecto y de sus acciones, al mismo tiempo que establece alianzas y colaboraciones con otras entidades del territorio y que hace uso de los recursos que ofrece el Ayuntamiento. Con este acompañamiento, la comunidad ha podido explicar su proyecto al vecindario y hacerle partícipe del proceso de apertura del centro de culto. Los vecinos de la calle Japó tuvieron la oportunidad de visitar el local durante las obras y la comunidad organizó jornadas de puertas abiertas antes y después de la inauguración del oratorio, en un gesto de transparencia y de apertura hacia el vecindario y hacia la ciudad.
Para que todo este trabajo sea posible, no obstante, es necesario tener los objetivos claros y los recursos a punto desde mucho antes de que el conflicto ni siquiera empiece a asomar. En Barcelona hace tiempo que se optó por dar una atención específica a la diversidad religiosa desde la perspectiva de la laicidad, entendida como la garantía de un espacio público neutro donde todas las opciones, religiosas o no, y todas las diversidades tienen cabida, y la garantía de los derechos fundamentales. El reconocimiento del hecho religioso y su inclusión en la gestión de la ciudad son imprescindibles para hacer posible un espacio público verdaderamente abierto y diverso.
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