Controlar la inteligencia artificial
Los avances en inteligencia artificial (IA) despiertan tanta expectación como recelos. La irrupción de ChatGPT muestra que esta tecnología avanza más rápido que la capacidad de la sociedad para asumir sus consecuencias. La dificultad para comprender su alcance y la falta de control sobre sus aplicaciones engendran toda clase de temores, hasta el punto de que más de un millar de científicos han pedido una moratoria para debatir su regulación antes de que sea demasiado tarde. Voces muy reconocidas han advertido sobre el peligro de que, algún día, la IA sea tan poderosa que pueda someter a la inteligencia humana, en la línea de lo que dijo Claude Shannon, precursor de la teoría de la información: “Visualizo un momento en que seremos para los robots lo que los perros son ahora para los humanos”.
En realidad, la IA está lejos de poder superar a la inteligencia humana corpórea, entre otras cosas porque no tiene la capacidad de interactuar con el entorno, que es la forma en que el cerebro humano es capaz de crear un tipo de conocimiento que ninguna máquina ha podido imitar. Una cosa es ganar al ajedrez y otra muy diferente es responder ante una situación inesperada, como lo hace el engranaje emocional y racional de nuestro cerebro. Pero mientras nos distraemos imaginando futuros distópicos, dejamos sin control las aplicaciones que ya existen. Más que lo que puede hacer la inteligencia artificial por sí misma, debe preocuparnos lo que alguna gente puede llegar a hacer con ella.
Como sucede con todas las tecnologías fuertemente disruptivas, el potencial de la IA es enorme. Está presente en muchas de las herramientas que utilizamos, desde los navegadores hasta las aplicaciones de internet; está aportando avances en sectores como la medicina, y, también, puede ayudar a las ciudades a gestionar procesos complejos como la movilidad o la logística. Pero, del mismo modo que puede ser muy útil para procesar una gran cantidad de datos y simplificar tareas, también puede servir para crear sistemas de control y vigilancia de la ciudadanía. Debemos plantearnos, por tanto, bajo qué reglas queremos que la IA opere. No puede ser que una herramienta tan poderosa esté, en la práctica, en manos de unas pocas corporaciones privadas que operan sin ningún control.
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