El conflicto es inherente a la vida social, y la búsqueda de seguridad en la convivencia, una necesidad universal. El riesgo cero es imposible. Los motivos de conflicto evolucionan y, con ellos, las percepciones sociales de inseguridad. Lo que preocupaba en el área metropolitana de Barcelona en los años ochenta es muy distinto de lo que preocupa ahora. Las desigualdades sociales, los problemas de convivencia en el espacio y la criminalización del conflicto son ahora factores clave de la construcción social de la seguridad.
Los seres humanos no conocemos sino la vida en común, y allí donde hay un grupo de personas que conviven juntas, acaba surgiendo la necesidad de componer mecanismos que permitan custodiar el entorno y gestionar esas relaciones que, o bien constituyen una amenaza objetiva para la integridad física y material, o bien se interpretan como un peligro para la continuidad de la vida social. Así planteada, la búsqueda de seguridad en la convivencia se convierte en un fenómeno universal. En las sociedades contemporáneas, las respuestas a los problemas y a los conflictos que emergen en la convivencia cotidiana suelen estar profesionalmente administradas por las instituciones del gobierno y de la justicia, y cuentan con la participación de operadores de índole muy diversa, cada uno con distintos grados de influencia, así como de proximidad, en los territorios.
Hay que tener en cuenta que el conflicto es inherente a la vida social. Eso significa, por un lado, que el riesgo cero es imposible; por el otro, que en un entorno tan densamente poblado como el metropolitano, donde constantemente se producen infinidad de encuentros y de relaciones, algunos son susceptibles de derivar en confrontación explícita o tácita, sistemática o puntual. Los motivos de conflictividad cambian con el paso del tiempo porque las sociedades no son realidades inmutables y sus estructuras están sometidas a transformaciones que afectan desigualmente a sus poblaciones y que tienen la capacidad de generar nuevas formas de diferenciación y antagonismos entre sus habitantes.
Lo que se acaba de exponer también se aplica a la metrópolis barcelonesa, y tanto los conflictos que se manifiestan en la convivencia cotidiana como las maneras de abordarlos han variado en las últimas décadas, a medida que los procesos demográficos, económicos y urbanísticos modificaban las ciudades y sus espacios, y cambiaban las personas que usan las urbes y que conviven en ellas. En efecto, hoy son motivo de confrontación y de temor fenómenos que antes no se daban o resultaban menos problemáticos. Y, a la inversa, otras situaciones suscitan ahora niveles menores de preocupación de lo que lo hacían en el pasado.
En una situación como esta, disponer de sistemas de información que inviten a la reflexión y la toma de decisiones políticas es perentorio. El Instituto de Estudios Regionales y Metropolitanos de Barcelona, centro de investigación donde confluyen la Administración local y la universidad, ha contribuido a esta tarea. Como organismo encargado de la realización de la Encuesta de Victimización del Área Metropolitana de Barcelona (EVAMB), dispone de una base de datos sobre la victimización y las preocupaciones acerca de la seguridad que cuenta con una serie de treinta años.[1] También se han llevado a cabo estudios sobre políticas de prevención, usos sociales de los barrios y, desde 2017, se ha impulsado la Encuesta de Relaciones Vecinales y Convivencia (ECAMB), orientada al estudio de las relaciones de sociabilidad, de conflicto y de discriminación, así como de las situaciones de soledad relacional. La implementación de estos trabajos ha sido gradual y, en cierto modo, refleja la evolución de las problemáticas que en cada momento preocupaban a técnicos y políticos, así como a la población de la metrópolis. Al observar esta evolución, y sin ánimo de sistematización ni exhaustividad, se pueden vislumbrar hasta tres grandes periodos en función de la forma bajo la cual las inseguridades se manifiestan, se interpretan, se analizan y se abordan.
Barrios para vivir y para trabajar. La producción desigual de la delincuencia y de la peligrosidad
A principios de la década de los ochenta, la Administración local se encontraba con un aumento imprevisto de la delincuencia urbana y la aparición de un sentimiento colectivo de preocupación por la seguridad. Así fue como en 1983 se constituyó la Comisión Técnica Especial de Seguridad de Barcelona, con el objetivo de elaborar un programa que definiese los aspectos básicos y propusiera al equipo de gobierno las medidas que había que emprender para una actuación eficaz en el ámbito de la seguridad ciudadana. Esta era la primera vez que la Administración local democrática se convertía en actor y no era mera espectadora de la política de seguridad. La propuesta resultante hablaba de coordinación institucional, proponía una política descentralizada y planteaba la necesidad de sistemas de información. La Encuesta de Victimización y Opinión sobre la Seguridad (EVB) aparecía así, en 1984, como una herramienta para la información, la reflexión y el diseño de la política local.
[1]Para más información, se puede consultar el libro 30 anys de l’Enquesta de Victimització de l’Àrea Metropolitana de Barcelona. Vigència i ús de les enquestes de seguretat a les metròpolis. https://iermb.uab.cat/ca/altrepublicacion/30-anys-de-lenquesta-de-victimitzacio-de-larea-metropolitana-de-barcelona/.
Los barrios considerados como peligrosos no eran (ni son) aquellos en los que pasan más hechos delictivos. Intervienen componentes de desigualdad social y de marginalidad urbana en que suele intervenir el estereotipo.
Durante esos años, el índice de victimización de Barcelona informaba de que hasta una cuarta parte de la población barcelonesa había sufrido un hecho que consideraba delictivo durante el año anterior. La actividad delictiva era especialmente intensa contra vehículos, domicilios y en los robos y agresiones personales, y a menudo se manifestaba con dosis de violencia. La elevada victimización se correspondía con una baja valoración por parte de la población del nivel de seguridad del barrio de residencia y, sobre todo, del resto de la ciudad, con puntuaciones que se situaban en los mínimos históricos de la serie. En ese contexto las demandas de seguridad ciudadana cobraban un protagonismo creciente en las reivindicaciones locales.
Los esfuerzos por desagregar territorialmente los indicadores permitieron observar uno de los principales rasgos definitorios de la seguridad en este periodo: la desigual producción y distribución espacial de la delincuencia y de la percepción de peligrosidad. En primer lugar, se constató la racionalidad de la delincuencia y la atracción de la centralidad: la actividad delictiva no se distribuye de manera aleatoria en el territorio, sino que se producen regularidades que recorren los ritmos de vida de la población. La atracción por la centralidad demostraba la intencionalidad y la existencia de una lógica que permitía definir la delincuencia como una estructura regida por la lógica de la racionalidad económica: el ajuste de los medios con vistas a obtener el máximo beneficio con el mínimo coste. En segundo lugar, en cuanto al miedo colectivo a la marginalidad, los barrios considerados como peligrosos no eran (ni son) aquellos en los que pasan más hechos delictivos. En la atribución de seguridad o inseguridad en un territorio intervienen componentes de desigualdad social y de marginalidad urbana en que suele intervenir el estereotipo.
La metrópolis postolímpica. Usos del espacio y construcción social de la seguridad
Durante los años postolímpicos, Barcelona se situaba en el mapa mundial. Los barrios vivieron movimientos importantes de urbanización y de regeneración. Se había salido de una crisis y los índices de desempleo descendían a medida que se articulaba un nuevo espacio productivo y social a escala metropolitana. La terciarización de la economía y la modernización de la ciudad la configuraban como un poderoso eje de actividades y de servicios que atraía a un número creciente de no residentes. La ciudad y sus espacios cambiaban, y también las personas que los utilizaban.
Esta nueva etapa tiene menos que ver con la aparición de nuevas manifestaciones de la actividad delictiva que con un cambio profundo en la manera de percibir la seguridad. La Encuesta de Victimización recoge una disminución gradual de los índices de victimización, mientras que la valoración de la población sobre el nivel de seguridad de su barrio y del conjunto de la ciudad llega a máximos históricos. La preocupación social por la violencia o las drogas inicia una tendencia constante a la baja. En contrapartida, la delincuencia no violenta y los usos de plazas, parques y calles emergen como la nueva preocupación que marcará el objeto de interés de la seguridad durante esta fase. En un contexto en que la metrópolis se convierte en una sociedad urbana global, los espacios compartidos acogen múltiples actores con necesidades y opiniones distintas. El conflicto en el uso de estos espacios empieza a leerse en términos de seguridad, control y desviación social.
Durante estos años se llevan a cabo una serie de estudios en torno al espacio urbano y la construcción social de la inseguridad, que constatan que, mientras la configuración física de los espacios contribuye a una mayor sensación de seguridad, el uso social de estos espacios (quién los utiliza, con quién se comparten, qué prácticas sociales se llevan a cabo...) es lo que más determina la probabilidad de vivirlos con inseguridad. Y si en el primer periodo el estereotipo de la peligrosidad recaía sobre el drogadicto o el “quinqui” de los barrios marginales, ahora la población joven y sus hábitos de uso del espacio público emergen como un nuevo chivo expiatorio.
Es en esta fase cuando se inicia la preocupación por el diseño y el mantenimiento de espacios seguros y por la búsqueda de mecanismos para la regularización de sus usos, que culminará al cabo de unos años con la proliferación de ordenanzas de civismo y que seguirá en las etapas posteriores y hasta el día de hoy.
La configuración física de los espacios contribuye a una mayor sensación de seguridad; el uso social de estos espacios es lo que más determina la probabilidad de vivirlos con inseguridad.
La metrópolis global. Convivencia vecinal y seguridad en el contexto residencial
A partir del cambio de siglo, sigue la internacionalización de la metrópolis barcelonesa y su transformación demográfica y espacial. La experiencia residencial de las personas cambia, a partir del auge del alquiler y de la llegada de las olas migratorias a los barrios. Estalla la nueva crisis económica y social, y se agudiza la vivencia de la desigualdad en términos de inseguridad. Todo eso modifica las relaciones que la población establece con su territorio de residencia y sus habitantes, y se traslada, de nuevo, el centro de interés de las preocupaciones por la seguridad. En esta etapa cogen fuerza las relaciones vecinales en la construcción social de la seguridad, con una tendencia a un mayor sentimiento de inseguridad en entornos residenciales marcados por las dificultades económicas. La inseguridad se canaliza a partir de la problematización de la convivencia con los flujos migratorios que se habían asentado en el territorio metropolitano en las últimas décadas.
En el nuevo modelo de ciudad metropolitana cambian las pautas de victimización —con nuevos objetivos delictivos y polos de atracción—, adquieren importancia las movilidades y la escala metropolitana se consolida como espacio real de la actividad delictiva. Incrementa la victimización, sobre todo por robos personales sin violencia, pero también se vive un aumento sostenido y continuo de los hechos contra los domicilios. Las dificultades de acceso a la vivienda, sumadas al incremento de los hechos delictivos en el entorno habitacional, comportan una convivencia en proximidad con problemáticas sociales que generan inseguridad entre los vecinos. El nivel de seguridad percibido disminuye respecto a los momentos álgidos vividos durante el periodo anterior y, si bien se recupera y hasta se estabiliza, una proporción persistente de población declara vivir con inseguridad en su barrio. Si antes el barrio se consideraba más seguro que el resto de la ciudad, ahora las valoraciones prácticamente no difieren: la realidad de los barrios ha cambiado, y ya no se viven necesariamente como el espacio cercano y conocido.
En este contexto, los datos de la Encuesta de Victimización muestran que las personas que han vivido algún conflicto en la convivencia tienden a vivir el barrio con una sensación de seguridad menor, en algunos casos hasta con mayor intensidad que las víctimas de una delincuencia que es sobre todo no violenta. A partir de la Encuesta de Relaciones Vecinales y Convivencia, también sabemos que no todas las situaciones de conflicto vecinal se asocian a esta vivencia más intensa de inseguridad, y son principalmente las ocupaciones, los usos de viviendas para el consumo o tráfico de drogas y las peleas o situaciones violentas lo que más contribuye a ello, mientras que los ruidos, conflictos por el mantenimiento de la escalera o los impagos generan más malestar que inseguridad. Los análisis constatan una percepción de inseguridad mayor en aquellos barrios con una densidad residencial elevada, viviendas pequeñas y donde ha aumentado la población (o se ha recibido población nueva). La inestabilidad residencial comporta que las personas que habitan barrios y edificios cambien, mientras que los vecinos más arraigados al barrio viven con conflicto e inseguridad la convivencia con el otro (el pobre, el recién llegado, el racializado...).
Lo que caracteriza estos últimos años es, pues, la emergencia del entorno residencial como un ámbito estratégico para la gestión de la seguridad. Las bases sobre las que se sostiene el sentimiento de inseguridad se siguen concretando en la delincuencia y en sus comportamientos de violencia o irracionalidad. Persiste además la atribución de inseguridad a determinados usos de los espacios compartidos, y a los jóvenes se suman las personas racializadas y la manifestación de las economías de supervivencia en el espacio público (recogedores, sinhogarismo, prostitución, venta ambulante...). Aun así, la experiencia residencial y vecinal coge fuerza en la construcción social de la inseguridad.
En definitiva, sin negar el papel que tienen la realidad delictiva y las violencias en la vivencia de la inseguridad, el recorrido de todos estos años pone de manifiesto cómo los problemas generados por la desigualdad económica y social, la problematización de las relaciones de convivencia y de los usos de los espacios, y la criminalización del conflicto, sumados a la fuerza del estereotipo, son factores cruciales en la construcción de la seguridad. Y es que, tomando las palabras de Juli Sabaté, la convivencia es un espacio privilegiado para la búsqueda de seguridades. Ante esta constatación, desde el reconocimiento y la normalización de la diversidad y del conflicto, hay que seguir trabajando en un modelo de gestión de la seguridad que recupere la prevención social y comunitaria como uno de los pilares fundamentales.
Publicació recomanada
- 30 anys de L'Enquesta de Victimització de l'Àrea Metropolitana de Barcelona. Marta Murrià — Carles González. AMB. IERMB.
Del número
N119 - Sep 21 Índice
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