“Cada universidad debería tener la autonomía de decidir dónde enfoca su estrategia”

Laia de Nadal

© Claudia Frontino

Es la hora del café y en la plaza de la Mercè se respira un ambiente perezoso. Sin embargo, en el número 10 la actividad no se detiene. La rectora de la Universidad Pompeu Fabra, Laia de Nadal, nos recibe con amabilidad y encara con energía la sesión fotográfica. La solemnidad del rectorado —sofás antiguos, paredes forradas de madera oscura, cuadros imponentes— contrasta con el pasado del edificio, que durante más de medio siglo fue la sede de la sociedad Bosch y Cía, conocida por su famoso Anís del Mono. De hecho, cuando la universidad instaló sus órganos de gobierno, se encontró en una caja fuerte una escultura del famoso mono, inspirado en el propio Charles Darwin. Tras retirar una pantalla que tapaba el cartel que pintó Miquel Barceló para la inauguración del curso 1994-1995, comienza la entrevista.

Laia de Nadal (Barcelona, 1972) es rectora de la Universidad Pompeu Fabra (UPF) desde el 6 de marzo de 2023. Licenciada en Veterinaria por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y doctora en la misma disciplina en la especialidad de Biología Molecular y Bioquímica, realizó estudios postdoctorales en el Eidgenössische Technische Hochschule (ETH) de Zúrich y en la misma UPF. Codirige el Grupo de Investigación en Señalización Celular, afiliado al Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona (IRB Barcelona), que estudia cómo las células responden y se adaptan a los cambios de su entorno. En 2012 y 2020 fue galardonada con el premio ICREA Academy, y de 2021 a 2023 fue vicerrectora de Transferencia del Conocimiento de la UPF. Su programa de gobierno apuesta por una universidad plural, innovadora, crítica, abierta y comprometida.

¿Por qué decidió dedicarse a la ciencia?

No fue un momento eureka, pero recuerdo que, cuando estudiaba Veterinaria, tuve una asignatura de Biología y Genética Molecular en cuarto curso que me encantó. Mi trayectoria es algo extraña, porque los veterinarios querían dedicarse todos a trabajar con animales, pero yo con aquella asignatura vi la luz: me enamoré de la biología molecular. Luego intenté hacer de veterinaria unos meses, pero enseguida vi que lo que me gustaba era estar en el laboratorio, observar y contestar preguntas.

¿Eso de contestar preguntas que nunca ha contestado nadie antes es lo que más la atrajo de la ciencia?

Me gusta mucho observar y preguntarme por qué las cosas funcionan como funcionan, y, después, ir al laboratorio y ver si las respuestas son verdad o no. Fue amor a primera vista. Descubrí lo que quería ser y no me costó nada decidirlo.

A lo largo de su trayectoria en el mundo de la investigación, ¿qué meta ha alcanzado de la que esté especialmente orgullosa?

En aquellos momentos, quien se dedicaba a la investigación era gente que había estudiado Farmacia o Biología. Que investigara una persona que había estudiado Veterinaria era raro. Y yo notaba que me faltaba base, pero me espabilé. Estoy orgullosa porque me puse a ello y lo logré. También estoy orgullosa de haberme escuchado a mí misma y haber sido valiente, porque mucha gente me decía que era mejor que me dedicara a lo que había estudiado.

En esta trayectoria también ha habido momentos difíciles.

¡Muchos [ríe]! La carrera científica es complicada. Hay que dedicarle muchas horas, hay muchos experimentos que no salen, tienes que trabajar los fines de semana… Sobre todo, cuando preparas la tesis doctoral, parece que solo existáis tú y el problema que quieres resolver. Son horas y horas de trabajo durante las que tienes que creer que lo conseguirás.

Es la única manera de hacer ciencia, ¿verdad? Porque los resultados inmediatos cuestan de obtener.

Cuestan mucho, pero cuando consigues alguno es muy gratificante. Aunque sea algo pequeño. Cuando esperas el resultado de un experimento que te permite poner a prueba una hipótesis y, al final, ves que has podido comprobarlo, es una sensación muy bonita.

Después de muchos años dedicándose a la investigación, comienza a entrar en el mundo de la gestión.

Dentro de la investigación, cuando te independizas y tienes un laboratorio, tienes a gente a tu cargo y ya haces mucha gestión. Y, de hecho, llega un momento en que debes despegarte de tu proyecto, ampliar un poco la visión y estar por los proyectos de los demás. Eso te ayuda mucho a gestionar equipos, a tomar decisiones y a priorizar. Por otro lado, en el ámbito universitario yo soy de las que pienso que si opinas, te quejas o felicitas, también está bien formar parte de las decisiones. Además, cuando se me pidió que formara parte del equipo directivo, lo vi como un reto para ampliar la visión y conocer mejor cómo funcionan la ciencia y la docencia universitaria de este país.

Hasta el punto de que se presentó como candidata a rectora.

Me lo estuve pensando mucho, porque ser rectora implica dejar un poco a un lado la investigación directa, pero creo que es interesante formar parte de la toma de decisiones. Más allá del aprendizaje brutal que supone, es una forma de poder hablar con más coherencia y con mayor conocimiento de causa.

¿Qué valoración hace de su primer año en el cargo?

¡Que fui muy inconsciente [ríe]! Bromas aparte, la valoración que hago es que tengo un equipo fantástico. Yo creo que, si la gente que te rodea es mejor que tú, significa que vas bien. También es una valoración muy positiva en cuanto a los trabajadores de la casa, porque, a pesar de las dificultades que tenemos y todo lo que cuesta no caer en la inercia, hay mucha gente muy motivada que realmente se cree el servicio público que desempeña. Ahora bien, es un trabajo complejo. Hay que tomar muchas decisiones desde una posición en la que estás muy sola. Y después hay temas que no son estrictamente de política universitaria, donde se mezclan otras cosas que creo que no deberían mezclarse. Y esto me cuesta asumirlo.

¿A qué se refiere?

A temas más políticos o a que, cuando quieres salir a la sociedad, cuesta mucho, porque la universidad tiene inercias de encerrarse en sí misma. Entonces todo el equipo de gobierno debemos tener mucha motivación y muchas ganas de hacerlo. Hay muchas cosas que debemos hacer proactivamente porque la inercia lleva a no hacerlas.

© Claudia Frontino © Claudia Frontino

¿Añora el laboratorio?

Sí, por supuesto, he salido de mi zona de confort. Porque yo estaba en una etapa relativamente cómoda, ya lo había demostrado casi todo. Pero intento escaparme los viernes e ir al laboratorio, aunque sea un ratito.

En los últimos años, ha cambiado mucho la forma en que nos relacionamos, nos comunicamos y nos formamos y nos educamos. ¿La universidad como institución ha cambiado al mismo ritmo?

Ha habido cambios, pero es verdad que fuera el cambio está siendo tan rápido que el sistema universitario carece de la capacidad de cambiar a la misma velocidad. El reto de una universidad, y de cualquier entidad, de adaptarse a este entorno es enorme. A veces va bien no afrontar el problema como un todo, sino por partes; priorizar, anticiparte y encontrar las rendijas necesarias para moverte con cierta rapidez. Por otro lado, también es importante que haya espacios de calma, porque el cambio es tan rápido que, a veces, hay que dar marcha atrás. Es bueno pensar, para encontrar el equilibrio y engancharte lo más rápidamente posible a los cambios que crees que se quedarán.

De todos estos cambios, ¿cuáles son los que suponen mayores retos para la universidad?

Uno de los más relevantes es la flexibilidad. Tenemos un problema enorme porque estamos muy encorsetados y no podemos realizar ciertos movimientos de contratación u otros procedimientos a varios niveles. Es un reto que tenemos, que es también político. Luego, nos faltan recursos y tenemos poca autonomía. Y, finalmente, creo que debemos salir fuera y potenciar la transferencia de conocimiento, que lo estamos haciendo poco, y abordar los retos de forma interdisciplinaria. Y a eso la universidad no está acostumbrada. Hay muchos expertos en cada ámbito, pero ahora los retos son globales. La pandemia es un ejemplo de ello.

¿Cómo les afecta la falta de recursos, flexibilidad y autonomía?

Los recursos que nos llegan se dirigen a mantener la casa o, evidentemente, a pagar los sueldos de los trabajadores. Y poco más. Tenemos muy pocos recursos para hacer una política científica, de transferencia o de docencia. Por tanto, no podemos movernos. Después está la normativa. Ahora, para hacer un grado nuevo o cambiar uno que ya existe tardamos dos años. Hay que pasar informes, claro, pero no con los formatos y tiempos con los que se está haciendo. Los presupuestos, además, es cierto que han aumentado un poco, pero normalmente son finalistas y, por tanto, ya te marcan qué se debe hacer. Cada universidad es singular y debería tener la autonomía de decidir dónde enfoca su estrategia y, después, rendir cuentas. En estas condiciones, si lo hiciéramos mal, podrían criticarnos, pero deben darnos el espacio para hacerlo.

¿Cómo fomentan la interdisciplinariedad?

© Claudia Frontino © Claudia Frontino

En esta universidad estamos organizados en ocho ámbitos y esto es ya una ventaja. Hay ocho departamentos, que son grandes, sólidos y, además, están focalizados en los aspectos en los que nosotros creemos que somos fuertes. No somos una universidad que hace de todo. Y ahora nos estamos enfocando en que estos ámbitos hablen entre sí, tanto en docencia como en investigación. Cuesta, pero los resultados son espectaculares, porque cuando se combinan visiones distintas salen nuevas ideas. En lo referente a la docencia, por ejemplo, estamos impulsando grados que no dependan solo de un ámbito, como el de Ingeniería Biomédica, y fomentando la interacción entre comunicación y humanidades o entre derecho y política.

¿Qué están haciendo en materia de transferencia de conocimiento?

Aquí nos ayuda mucho nuestro Consejo Social. Estamos organizando actividades en formato de cena o desayuno, a las que invitamos a exalumnos, empresas y entidades para mostrarles los temas específicos en los que tenemos experiencia. No habrá resultados inminentes, pero dará sus frutos.

La transferencia de conocimiento es una forma de abrirse a la sociedad que permite utilizar la investigación para impulsar la actividad económica. Pero hay otra forma de abrirse, que es la pura comunicación de conocimiento con el objetivo final de promover la cultura científica en la sociedad.

Este es uno de nuestros retos y creo que no lo estamos haciendo del todo bien. Hay mucho margen de mejora, porque, en vez de esperar a que la gente venga y sepa qué estamos haciendo, tenemos la obligación y el deber en positivo de explicar qué hacemos dentro de la universidad. Esto funciona muy bien con la docencia, pero no está funcionando con la investigación. Además, la Universidad Pompeu Fabra es muy intensiva en investigación, por lo que aquí existe un espacio muy amplio de mejora. Primero, educando a los profesores y trabajadores de la casa para que entiendan que es algo más que deben hacer, y, segundo, dándoles herramientas y recursos para poder hacerlo.

Hace unos 25 años, en Cataluña se crearon unos centros de investigación independientes de las universidades con la idea de fomentar la excelencia científica. ¿Cómo conviven las universidades con estos centros de investigación?

Nosotros convivimos muy bien con ellos y les estamos muy agradecidos. La Universidad Pompeu Fabra, ya desde sus inicios, ha visto en estos centros una oportunidad de colaborar y crecer. Si a nuestro alrededor tenemos centros que han cogido altos vuelos internacionales espectaculares, nos aprovechamos y también aportamos nuestra experiencia. Un ejemplo es la relación que existe entre nuestro Departamento de Medicina y Ciencias de la Vida y el Centro de Regulación Genómica. Existen fórmulas beneficiosas para todos.

Hay quien defiende que estos centros deberían haberse integrado más en las universidades.

Yo creo que no. Estos centros se crearon para intentar superar el encorsetamiento de las universidades, y creo que compartir y buscar fórmulas de colaboración tiene ventajas para todos. Creo que nos han hecho crecer mucho y que, si somos una universidad intensiva en investigación, es también gracias a las relaciones que tenemos con ellos.

Siempre se dice que la investigación necesita más recursos, pero, si nos comparamos con países de nuestro entorno, parece que en inversión pública no estamos tan lejos. En cambio, sí que lo estamos en inversión privada.

A mí no me parece que cuantos más recursos, mejor. Se necesitan más recursos, pero deben darse de forma coherente. Y, por supuesto, en función del valor que tiene cada institución, según indicadores de docencia y de investigación. Por otra parte, es cierto que aquí no existe una tradición de invertir en investigación en el ámbito privado. Con la nueva ley, es más fácil, pero debe explicarse que esto es bueno para la sociedad. El problema es que, en general, queremos resultados inmediatos y, cuando se invierte en investigación, los resultados no son de un día para otro. Aquí es donde debemos realizar el esfuerzo de salir y explicar qué podemos ofrecer y cuáles son las herramientas para hacerlo. No solo existen las cátedras, sino la posibilidad de realizar convenios, doctorados industriales y otros instrumentos. Y esto es responsabilidad tanto de la universidad como de las empresas. Si este esfuerzo lo hacemos bien, añadirá mucho valor al país, porque de ello se aprovechará todo el mundo.

¿Debería haber un liderazgo político más claro en esa dirección?

Sí. Hace 25 años hubo una apuesta clara por la investigación y creo que ahora debería haber una apuesta muy clara por la transferencia. Y considero que falta visión a largo plazo, porque esto no se va a solucionar en un par de años. Sobre todo, hay que creérselo y ponerle los recursos. El otro tema es que faltan profesionales. Los investigadores sabemos investigar, pero no podemos hacerlo todo bien y tampoco tenemos experiencia en este ámbito. Faltan perfiles expertos, que pueden estar dentro del laboratorio o en la empresa, que articulen la transferencia de conocimiento. Pero, claro, necesitamos valentía y visión política. Si cada uno hace una pequeña cosa, no saldremos adelante, porque no tenemos el modelo para hacerlo.

Este esfuerzo realizado hace 25 años con la creación de centros de investigación se enfocó, en gran medida, al ámbito de la biomedicina. ¿Es una buena estrategia o se dejaron algunos sectores desatendidos?

Yo no diría que solo se apostara por el área de biomedicina, aunque es verdad que los centros CERCA (Centros de Investigación de Cataluña) trabajan mayoritariamente en este ámbito. Pero creo que, con la captación de fondos europeos y de talento internacional, se está demostrando que las ciencias sociales y las humanidades son necesarias. La multidisciplinariedad es muy importante. Ahora todos los problemas biomédicos o tecnológicos —la inteligencia artificial o los datos— o se tratan también desde las humanidades y las ciencias sociales o no se va a ninguna parte. Yo estoy reforzando mucho la idea de que no se trata de hacer ciencia básica por un lado y ciencia aplicada por el otro. Aquí la búsqueda es un todo. El último ejemplo es que nuestra universidad ha obtenido dos ayudas del European Research Council, ambas en humanidades y ciencias sociales. Y con este nuevo proyecto del Mercat del Peix, que forma parte de la Ciutadella del Conocimiento, nos enfocaremos hacia el bienestar, donde las humanidades y las ciencias sociales tienen un papel importante, pero siempre de la mano de la tecnología y la biomedicina.

© Claudia Frontino © Claudia Frontino

¿Cómo valora esta iniciativa?

Estoy muy entusiasmada con el proyecto. Es un proyecto valiente, que no he empezado yo. Hace ya diez años que se trabaja. La apertura del parque de la Ciutadella, con el museo, el Invernadero, el Parque de Investigación Biomédica, el Hospital del Mar y, ahora, estos tres edificios que de momento llamamos Mercat del Peix, es un acierto. Vendrán cinco de los ocho centros de investigación punteros de Cataluña. Es un proyecto en el que colaboran muchas entidades y administraciones públicas (Ayuntamiento de Barcelona, Generalitat de Catalunya, CSIC, etc.). Construir un polo biomédico con la mirada de las ciencias sociales y las humanidades, que es la que queremos dar desde la Universidad Pompeu Fabra, hará explotar proyectos con visiones muy diferentes. Estoy muy entusiasmada y tengo mucha fe en que va a funcionar. No tardaremos en ver los resultados.

¿Este proyecto contribuirá a impulsar Barcelona, que ya está bien situada, a otro nivel en el mapa internacional de la investigación?

En Barcelona hay muchos momentums. Está en una situación privilegiada, atrae mucho talento y es considerada uno de los polos de conocimiento más importantes del sur de Europa. Y debemos aprovecharlo. Debemos impulsar la innovación y la transferencia. Creo que esta Ciutadella del Conocimiento ayudará. Porque hay muchas empresas alrededor, hospitales, universidades, centros de investigación… Y, si todo el mundo se pone a ello, si hay recursos y una apuesta política, no me cabe duda de que será un proyecto importante.

Desde el punto de vista de la docencia, ¿la universidad también debe cambiar para adaptarse a las nuevas formas de aprender? Porque ahora la idea de estudiar unos años y trabajar de lo mismo toda la vida ya no es muy válida, sino que se impone más el concepto de aprender continuamente.

La docencia claramente debe cambiar. Nosotros tenemos la suerte de que hace mucho tiempo que estamos cambiando y hemos tenido siempre una docencia muy innovadora. Además de los grados interdisciplinarios, hacemos pequeños grupos, seminarios, prácticas, muchas asignaturas basadas en problemas, muchas simulaciones y muchos proyectos de innovación docente en los que los estudiantes trabajan en problemas reales desde el minuto cero.

Los contenidos, obviamente, son muy importantes, pero también hay que poner énfasis en que estamos preparando a ciudadanos que puedan trabajar donde sea y que, por tanto, necesitan competencias transversales como el trabajo en equipo, la capacidad crítica, la búsqueda coherente y rigurosa de fuentes de información, la comunicación oral y escrita, etc. Debemos enseñarles a ser adaptables. Y después está el papel que debe tener la universidad en la formación a lo largo de toda la vida, ya sea a través de microcredenciales, es decir, de cursos cortos muy enfocados a una necesidad, o a través de grados superiores de formación profesional. Yo aquí sí veo que la universidad puede tener un papel, pero también creo que debe haber recursos. Igualmente, debemos pensar en qué se quiere especializar cada universidad.

En materia de igualdad de género, en el sistema científico y universitario, en general, existe bastante equilibrio en las etapas iniciales del recorrido, pero, a medida que se avanza, los cargos importantes los siguen ocupando mayoritariamente los hombres. ¿Cómo afronta este problema desde el rectorado?

Este es un tema que me preocupa y creo que no lo estamos planteando suficientemente bien. En nuestros grados hay un 50% o un 60% de mujeres. En los doctorados, también. Las profesoras representamos un 40% y las catedráticas, un 22%. La Universidad Pompeu Fabra ha hecho muchas cosas bien por el hecho de ser joven, pero este tema creo que no lo ha afrontado. Aquí tenemos los mismos problemas que se dan en una universidad o entidad que tiene muchos años. Todo el mundo tiene el diagnóstico, pero nadie hace nada al respecto.

Yo creo que hay pequeñas acciones que pueden dar grandes frutos, sobre todo en la captación y retención de talento. Pueden ponerse incentivos para que entren más mujeres, priorizando siempre, obviamente, la excelencia. Pueden no cerrarse las convocatorias hasta que haya el 50% de mujeres candidatas y, paralelamente, fomentar que se presenten. Esto no se está haciendo. Y aquí hago autocrítica. No podemos decir que la situación es muy difícil de cambiar; debemos poner más incentivos. Por ejemplo, en un retiro de trabajo que tuvimos hace unas semanas, uno de los temas tratados fue este.

Cuando no se dedica a ser rectora, ¿qué le gusta hacer?

No tengo mucho tiempo, pero mi afición es mi familia, mi entorno y mis amigos. Y después, a mí me gusta mucho hacer puzles, pero eso no lo pongas.

¿Por qué no?

Porque no queda muy bien, pero es algo que me relaja mucho. También me gusta la montaña y hacer deporte.

¿Hay alguna serie, película o libro interesante que haya visto o leído últimamente?

Busco tiempo para poder leer bastante novela policíaca, que me ayuda a evadirme. Me gustan los autores suecos y algunos catalanes.

¿Y algún libro de ciencia?

Leo artículos científicos, obviamente, y también libros de divulgación para ampliar la visión sobre algunos temas. El otro día me pasaron El canon oculto, de José Manuel Sánchez Ron, y pensé que sería un buen libro para leer en verano.

El boletín

Suscríbete a nuestro boletín para estar informado de las novedades de Barcelona Metròpolis