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Creatividad al poder. Así son los escenarios iraníes
Por Lluís Miquel Hurtado desde Teherán
Las prisas en el teatro Paliz comienzan el miércoles al terminar los postres. Entre la nobleza del Teatro de la Ciudad, un edificio de columnas esbeltas y planta circular, y la sobriedad majestuosa del auditorio Vahdat, el Paliz, con un patio de butacas cubierto por una característica bóveda roja similar a una manguera cortada por la mitad , expira frescura en el juvenil 'downtown' de Teherán. A su alrededor surgen cada vez más cafeterías, que son, en un país donde el alcohol está proscrito, el punto de partida de historias adolescentes, quizás inolvidables.
Son las cuatro de la tarde y el productor Noureddin Heidarimaher pide un café; a su lado, la actriz Diana Fathi, un té. Ambos han trabajado juntos en varios proyectos durante los últimos años. Actualmente representan en el Paliz 'Réquiem por una chica', una adaptación de la obra original 'Réquiem por una doncella'. Esta tarde, ella representa tres veces, en dos salas diferentes, una adaptación tétrica llamada 'Romeo y Julieta Diabólico'. Él llena salas con 'L’Envers du décor', del dramaturgo francés Florian Zeller. Están muy ajetreados.
—Señor Nouri —así quiere que le llamemos—, ¿qué tipo de guión le gusta más?
—Cualquiera que encuentre bueno —responde él, pillo y enigmático.
—¿Y qué considera bueno?
—Las obras de temática social son más de mi gusto. No me gusta la política y menos, con perdón, la comedia barata. Es cierto que, cuando trabajas con obras sociales, las cuestiones políticas y la comedia aparecen tenuemente en una especie de trasfondo, y ya basta. Para mí lo más importante es que te hagan pensar. 'L’Envers du décor', por ejemplo, sí es una comedia, pero te hace pensar. Y funciona tanto con espectadores franceses como con iraníes.
Con estas palabras, uno de los productores más conocidos de la escena teatral iraní reivindica su éxito en un entorno artístico complejo que, reconoce, se hace cada vez más empinado. La falta de subvenciones estatales más allá de las concedidas a los elegidos para participar del festival anual del Fajr, y la ausencia de patrocinadores, lamenta, incrementa la dependencia de las taquillas de productores, directores y actores. Y aunque aparentemente sea positivo, continúa, el incremento de salas de teatro pequeñas en la capital, en los últimos tiempos, está llevando a la dispersión de espectadores y la caída de las recaudaciones.
MEDIO CENTENAR DE ESCENARIOS
Nouri y Diana estiman que cerca de medio centenar de escenarios registran actividad cada semanaen Teherán. Un número muy superior, añaden, al de ciudades secundarias, donde no más de dos o tres telones se levantan periódicamente. De las escuelas de teatro, añaden, no dejan de salir profesionales: "De 13 millones de habitantes que hay en Teherán, cada año se gradúan cerca de 200. Todas estas personas necesitan trabajar", sentencia pesimista ante lo que considera una falta de apoyo para su actividad.
Con todo, Nouri subraya que "por conceptos, talento e ideas, los dramaturgos iraníes son mejores que los de otros países". Recuerda a Mohammad Yaghoubi, dramaturgo, director y guionista que reside en Canadá, a Behram Beyzai, uno de los precursores de la galardonada nueva ola de cine iraní que actualmente trabaja como profesor en la Universidad de Stanford. O a Naghme Samimi, la primera guionista iraní de prestigio, que ha llevado sus obras en países como Francia y la India. Y nosotros añadimos a Sachli Gholamalizad, que vive en Bélgica, y que presentará en el Grec 2018 'A Reason to Talk', una pieza producida por el KVS de Bruselas.
Samimi es, además, doctora en dramaturgia y mitología por la Universidad de Teherán. No es casualidad: el teatro iraní tiene un arraigo poderoso en el mito, sobre todo el religioso. Durante el mes iraní de Moharram, las calles y plazas son escenario de la llamada 'Ta'zieh', una representación de la batalla que terminó con la muerte del Imam Hussein. Es uno de los acontecimientos capitales en el nacimiento de la rama chií del Islam. La solemnidad y dramatismo de la 'Ta'zieh' arrancan lágrimas de fieles y curiosos.
Otra tradición teatral en Irán mezcla deporte y fe: se realiza en los conocidos como 'zurjané' o casas de la fuerza. Durante la representación, de carácter ritual, un grupo de hombres realizan una serie de movimientos esotéricos, elevando pesos de madera y metal, mientras recitan versos religiosos al ritmo de una percusión. Y por último, esta arraigada en la milenaria literaria persa, es el 'naqqali'. Se recitan versos con tono dramático acompañados de música y decoración. Los más conocidos son los del 'Libro de los Reyes', el poema épico más importante en persa escrito por Ferdosí.
BAJO EL CANON RIGORISTA
La instauración de la República Islámica en 1979, en lucha contra "la influencia cultural occidental", supuso un nuevo paradigma. El ministerio de Cultura y Orientación Islámica, mediante funcionarios preparados para esta tarea, tiene la misión de autorizar toda expresión artística que se quiera escenificar en público. Sin este permiso, sus impulsores pueden recibir multas y suspensiones del derecho al ejercicio. Los dramaturgos no son una excepción. La escena teatral, sin embargo, ha sabido adaptarse a los cánones rigoristas.
"La limitación fuerza la creatividad", sentencia Nouri Heidarimaher todo satisfecho. "Tenemos limitaciones, pero no son excesivas. Para superarlas, buscamos formas alternativas de enseñar sobre el escenario lo que exactamente queremos expresar ", explica. Lo ejemplifica con el velo que las actrices deben llevar en todo momento, incluso en escenas en el interior de su casa o en la cama, donde el espectador puede encontrar una anormalidad: "En estos casos, intentamos crear una atmósfera dramática poderosa que haga que el velo pase desapercibido ", dice el productor.
Las normas están para respetarse y para jugar con ellas, manifiestan Diana y Nouri. Y con estas pautas, prosiguen, el número de obras extranjeras que consiguen permiso para ofrecerse en los teatros iraníes crece. "Menos de la mitad de representaciones de hoy están basadas en textos de autores nacionales", afirma Nouri. "Hace diez años todo era Shakespeare. Ahora, tenemos más traductores, más dramaturgos modernos, más lazos internacionales y una generación joven que sabe idiomas. Solo de Zeller hay cuatro obras ahora en escena".
SIN OLVIDAR LA RAÍCES
Esta nueva hornada de artistas iraníes quiere hacer mundo sin olvidar las raíces. Ya sea en música, en cine, en pintura o en teatro, lucen con orgullo rasgos distintivos de la cultura persa, que entronca 2.000 años atrás para posteriormente recoger la influencia islámica. A pesar de la religión, comenta Nouri con sarcasmo, el nombre de una de las obras que produce, y que es todo un éxito de asistencia, hace referencia a un licor: Zahremani. Ali Ghahremani, con su guitarra y sus composiciones, quiere hacer lo mismo con el jazz por bandera.
—El jazz te permite ser libre como un pájaro. Quería ser libre para decir lo que pienso con el lenguaje de la música. En un lenguaje propio.
Asegura Ali, uno de los pocos músicos que lucha hoy en día para popularizar el jazz en un panorama musical local dominado por el pop y la electrónica. Con este objetivo, y aprovechando que las autoridades no exigen tener permiso para exhibir música instrumental sin letra, hizo del Instituto de la Música de Teherán, donde trabaja, un refugio para los amantes de la improvisación. Sus 'masterclasses' y 'jam sessions' semanales le sirven de plataforma para ganar experiencia musical, experimentar con sonidos y rodearse de un buen grupo de amigos músicos.
"Empecé repitiendo 'covers' hace quince años. Al mismo tiempo me inspiraba a través de músicos de todo el mundo, ya fueran latinos, africanos o españoles. Como guitarrista, por ejemplo, el flamenco me es crucial. Tanto como Billie Holiday y el jazz original ", explica. "Por otra parte, me inspira la música étnica y religiosa iraní. En Irán tenemos unas canciones tradicionales, llamadas 'maqam', que varían según las personas y los lugares donde se toca". Con esta fusión como referencia, el joven músico busca colaboraciones y actuaciones por todo el país.
Ali Ghahremani recuerda entusiasmado los viajes hechos por su tierra en busca de un sonido propio. Habla de horas compartidas con las comunidades afroiraníes de la costa del Golfo Pérsico, formadas por descendientes de los esclavos negros africanos traídos por los portugueses hace 500 años. Relata la historia de un anciano músico de dotar, que conoció en la remota provincia nororiental de Jorasán, que le contó como enterró durante catorce años su preciado instrumento, de cuerdas de seda, para evitar que los rigoristas del 79 lo rompieran.
EN BÚSQUEDA DEL PÚBLICO
De manera semejante al teatro, pequeñas salas de conciertos, a menudo integradas en el mismo espacio que cafeterías e incluso librerías, se han empezado a prodigar por Teherán en los últimos tiempos. Al sur del país, ciudades como Shiraz, cuna de poetas, y Bandar Abbas mantienen un cartel musical atractivo para todos los públicos. Ya no es raro ver a chicas y chicos tocando incluso en las calles, a pesar de que se mantiene una prohibición oficial a que las chicas canten como solistas en un auditorio con hombres. Ali reconoce que sólo una minoría de ellos pueden vivir del arte. El techo de la mayoría es hacerse un nombre y una pequeña legión de seguidores fieles.
Uno de los mayores problemas en la República Islámica, opina Ali, es la imposibilidad de recrear en ella el ambiente característico de un club de jazz. "En el Instituto de la Música lo conseguimos de manera virtual", reconoce, "pero cuesta encontrar un lugar donde actuar periódicamente, donde los músicos no aprovechen la sesión para llamar la atención en vez de colaborar con colegas para encontrar un sonido común, como en una buena jam". Uno de los pocos lugares propicios, dice, es la cafetería Lucky Clover de Teherán, con 'jam sessions' y micro abierto todos los miércoles.
En el otro extremo están los grandes auditorios, que suelen acoger músicos consagrados, preferentemente de estilos clásicos o tradicionales y con letras sin altisonancia. Curiosamente, a pesar de los obstáculos que los artistas heterodoxos deben superar para obtener luz verde del gobierno, uno de los más queridos en Irán, los Gipsy Kings, tocarán el 30 de abril por tercera vez. Meses antes de sentir el 'Bamboleo' de nuevo, en diciembre pasado, el apasionado público iraní pudo disfrutar del primer gran concierto 'oficial' de sonido electrónico, del grupo Schiller. Bailar estaba prohibido.