La artista mexicana vuelve a mezclar las tradiciones con las corrientes musicales más nuevas en un disco que nos habla de las crisis y carencias de las sociedades latinoamericanas, pero también de sus sueños, esperanzas y alegrías.
Con una madre cantante y un padre profesor de arte y director de cine, el espectáculo era el mundo natural de una artista (y antropóloga) mexicana que no pierde ocasión de reivindicar la herencia cultural de su país. Lo hace otra vez en un nuevo disco de estudio (el número nueve), en el que ha contado con la colaboración de grandes artistas como por ejemplo Juanes. Las canciones que forman parte de este disco proyectan una mirada profunda hacia una América que vive conflictos sociales y está desencantada del poder, pero que aun así mantiene vivos sus sueños y esperanzas. Son las balas y el chocolate a los que alude el título del disco y que simbolizan por una parte la violencia y por otra los excesos y el placer, que son también un signo de los tiempos que vivimos. Este trabajo está dedicado al Día de Difuntos, una celebración muy popular en México en la que se canta y se baila combinando melancolía y alegría. Es lo que nos propone Balas y chocolate, en el que las alegrías y las penas se expresan mediante ritmos que van del bolero y la cumbia al hip hop y el ska.
Veu, guitarra i percussió: Lila Downs ; Saxo: Paul Cohen ; Clarinet: Paul Cohen ; Guitarres: Rafael Gomez ; Baix: Luis Guzman ; Percussió: Paty Piñon ; Trombó: George Saenz ; Acordió: George Saenz ; Bateria: Edgardo Serka ; Acordió, jarana, teclats: Leo Soqui ; Producció executiva: WAM; Fotografia: Elena Pardolow;
