Exposición

Todo orden se quiere puro, una retrospectiva de Núria Güell

​Artistas invitados: Levi Orta, Rosa Casado y Mike Brookes, Lía Vallejo, Democracia, Habacuc​
De 19 Junio, 2021 hasta 9 Enero, 2022

El poder que más inquieta a Núria Güell no es el que se legitima únicamente a través de la fuerza o la violencia, sino el que se legitima también a través de la Verdad, de la aclamación, del Bien moral. El poder que se representa como un Bien es mucho más difícil de eludir, porque los bienes no solo son respuestas a una necesidad, sino que también, y sobre todo, representan una fuente de satisfacción y goce. Comúnmente, los sujetos gozamos al corresponder a un poder o al ser correspondidos por él, y tiene poder cualquier cosa sobre la que proyectemos, consciente o inconscientemente, el valor del Bien. Esas cosas fetichizadas sobre las que se proyecta valor o poder son las que gobiernan las comunidades. ¿Y quién puede negarse a obedecer un mandato del «bien común»?

Simplificando mucho, en Todo orden se quiere puro la artista utiliza sus proyectos anteriores como canal para adentrarse en la deriva moralista y totalizadora de la opinión pública actual, claramente visible en la voluntad redentora de las instituciones culturales, y al mismo tiempo preguntarse por la implicación del artista en dicha deriva. Con esta operación, Núria responde a la demanda institucional de una exposición retrospectiva, con cinco propuestas nuevas y la complicidad de siete artistas, tres pensadoras, dos exreclusos, algunos sacerdotes y una monja youtuber.

 

1.

Normalmente tendemos a imaginar al poder como una organización de fuerzas que se encuentra en lo alto de la pirámide social y que desde su posición privilegiada dirige, oprime y abusa de los de abajo. No obstante, la mayoría de los sujetos, del género que sean, anhelan poder para sí, sueñan con el éxito social, con obtener el reconocimiento de su valía; y las comunidades oprimidas o excluidas se rebelan, quieren empoderarse, desean una porción de poder. ¿No es todo un poco confuso? ¿Pero qué es el poder? ¿Cómo se crea? ¿De dónde surge? ¿Tener poder es tener fuerza? ¿Poder y fuerza son sinónimos?

Intentamos responder a esas preguntas con la ayuda de un modelo de poder absoluto y universal, seguramente el primer poder total: Dios. El Dios de la cultura judeocristiana es todopoderoso: no solo es el Señor y Creador de todas las cosas, sino que es omnipresente, está en todas partes, lo ve y lo puede todo. Y si un ser todopoderoso, un Dios que te ha creado a ti y a todo, te dice lo que está bien y lo que está mal, pues lo aceptas y punto, claro, con fervor. Pues de ahí surge la moral, tanto la religiosa como la secular. Pero si los códigos morales religiosos vienen dictados por el ser todopoderoso o por sus representantes terrestres, en el caso de los códigos morales seculares o laicos, ¿qué poder los dicta?

Para seguir los estrictos códigos morales religiosos, es necesario creer en el poder que los dicta; se necesita fe, fe y reconocimiento. Reconocimiento porque, como Dios es invisible, se le tiene que reconocer en y por sus actos; se tiene que reconocer la mano de Dios en esa tormenta que se avecina, en el desenlace de una batalla o en la prosperidad de la comunidad. Entonces, lo que los miembros de la comunidad tienen en común es el poder alrededor del cual orbitan, es aquello en lo que creen y reconocen. La comunidad se crea en la acción ritual; los participantes en el acto ritual conforman la comunidad. Encontramos, de nuevo, una ilustración muy explícita de lo que estoy diciendo en las comunidades religiosas, pero también la podemos encontrar en todo tipo de comunidades. En las comunidades nacionales, por ejemplo, la «nación» o la «patria», que es el poder alrededor del cual orbitan, exigen tanta creencia y reconocimiento como el Dios judeocristiano, incluyendo los rituales periódicos de reconocimiento. Todas las comunidades existentes siguen el mismo patrón: poder, creencia, reconocimiento (aclamación), rituales periódicos.

Yo parto de la idea de que toda moral es pública y pertenece a un orden comunitario, y de que la comunidad se fundamenta en un poder representado por una palabra, un significante, o sea, por algo que lo significa, algo como «Dios». De acuerdo, ese «Dios» significa a un ser todopoderoso, pero ¿de dónde sale el poder que el significante señala? Responderé con otra pregunta: ¿por qué los dioses, si son tan poderosos, exigen fe y reconocimiento constante? ¿No parece incongruente? En efecto, el poder lo ponen los creyentes, los que reconocen al dios, de ahí la importancia del reconocimiento para el poder. Los sujetos se constituyen reconociendo al poder que articula su comunidad. Dicho de otra forma: sin un poder al que reconocer, el sujeto no puede constituirse como tal.

Entonces, tenemos que, desde que existe comunidad, el ser humano se ha habituado a proyectar eso que llamamos «poder» sobre algún tipo de significante, de forma que aquello significante se ha erigido como lo que ampara al poder, o sea, como su representante y portador. Los creyentes se deben, no ya al poder abstracto, imposible de determinar, sino al significante concreto que lo representa. Toda creencia es creencia en el poder del significante. Por este mismo motivo, el valor de la obra de arte se suele localizar en el objeto, y no en lo que su percepción genera o provoca.
 

2.

Si aceptamos que los sujetos, a falta de fundamento, necesitan una comunidad de pertenencia para constituirse como tales, y que dicha comunidad se articula alrededor de un poder, veremos la estrecha relación de dependencia entre el sujeto y el poder, el reconocimiento mutuo. El sujeto se fundamenta en el poder que él mismo proyecta sobre un significante. Para el sujeto, el poder es aquello que lo fundamenta, que le da una identidad, que lo identifica, y, por lo tanto, el poder es el Bien, y todo lo que se articula a través de dicho Bien es, a su vez, bien o valor. Desde el momento en que un sujeto se siente pertenecer a una comunidad, su tarea consistirá en perseguir ese «bien» que lo identifica, en acatar sus prohibiciones y deberes –que no son otra cosa que códigos morales– y en aclamar sus valores. Nos comportamos públicamente en relación con el poder que articula nuestra comunidad. ¿Y el Mal? El Mal es, evidentemente, todo aquello que contradiga los códigos morales y los valores del Bien. Y no existe Bien sin Mal.

¿Dónde está el problema? Que existen tantas comunidades humanas como identidades, y todas exigen el reconocimiento de su ámbito moral, de su poder, de sus Bienes, de sus verdades.

Para intentar que se entienda mejor lo que quiero decir, voy a poner el ejemplo del Estado político, del Estado de Derecho, que se erige como una especie de supracomunidad. Todos los individuos nacidos en el territorio que demarca el Estado pertenecen, quieran o no, a dicho Estado, se convierten en ciudadanos del Estado; pero no todos los individuos se sienten pertenecer a dicha comunidad, no todos reconocen el poder del Estado, lo que reconocen es su fuerza, y por lo tanto acatan a disgusto sus prohibiciones y deberes. Y el Estado es una supracomunidad porque en su seno alberga una infinidad de comunidades culturales a las que el sujeto, en teoría, se adhiere por voluntad propia. A su vez, el Estado puede pertenecer a una comunidad política o cultural superior, como es el caso de una comunidad económica que albergue en su seno a varios Estados.

En cuanto una mayoría de súbditos del Estado dejan de reconocerlo, este se desmorona, se descompone. ¿A dónde quiero ir a parar? El poder se crea a través del reconocimiento y la aclamación, y recurre a la violencia o a la fuerza para intentar asegurarse dicho reconocimiento; pero poder y fuerza no son sinónimos, y en cuanto un poder tiene que hacer un uso constante de la fuerza para asegurarse el reconocimiento de la mayoría de sus súbditos o creyentes, es señal de que le queda poco tiempo de gobierno. ¿Y qué sucede entonces? El rey ha muerto, viva el nuevo rey.
 

3.

En la comunidad artística llamamos «statement» a la declaración de intenciones de un artista respecto a su obra, pero este término también se utiliza para designar la declaración de intenciones de un comisario respecto a su exposición, o de un museo o centro de arte contemporáneo respecto a su programación. Pues bien, este texto que estás leyendo es el statement general de mi exposición, una exposición retrospectiva que he dividido en tres actos, con un inciso y un epílogo, y que he concebido sin la exhibición de ninguna obra anterior.

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