Exposición

Futuros abandonados. Mañana ya era la cuestión

De 17 Octubre, 2014 hasta 18 Enero, 2015

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Xavier Arenós, Casa común, 2014

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Dani Montlleó, Del Weimar-cut al Googie-cut, 2014.

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Rikrit Tiravanija, Untitled 2012 (Demà és la qüestió), 2012.

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Jordi Colomer, L'Avenir, 2011

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Oriol Vilanova, El passat del futur, 2011–en curs.

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Gustav Klucis, Ràdio Orador, núm. 3

Xavier Arenós, Anna Artaker / Meike S. Gleim, Joan Bennàssar Cerdà, Jordi Colomer, Eva Fàbregas, Claire Fontaine, Gustav Klucis, Jordi Mitjà, Dani Montlleó, Société Réaliste, Rirkrit Tiravanija, Todo por la Praxis y Oriol Vilanova.

Comisariada por Martí Peran

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La exposición "Futuros abandonados. Ayer ya era la cuestión" inaugura la temporada 2014-2015 de Fabra i Coats Centre d’Art Contemporani, dirigida por Martí Peran.

Una historia muy reciente de la idea de futuro, al llegar al último capítulo, no puede esquivar una evidencia: tras una dilatada biografía y desde hace algunas décadas, la noción de futuro ha caído en una situación de sospecha y descrédito.1 Es verdad que en los últimos años asistimos a varios movimientos colectivos que responden a esta circunstancia con la recuperación literal de una política prefigurativa, que tiende a anticipar nuevas prácticas, pero su emergencia, al fin y al cabo, también es el último y más evidente síntoma de la magnitud del colapso que ha afectado a la idea de futuro. El mejor prisma para discernir las causas que justifican esta dificultad a la hora de pensar en un futuro diferente es lo que ofrece su principal consecuencia: la dictadura del presente. En efecto, si se mide la dimensión y las causas de esta apoteosis del presente, de rebote quedan argumentadas las motivaciones principales que hacen imposible atreverse a imaginar futuros. La lista no es corta. El indecente triunfo del presente se fundamenta en primer lugar en el hedonismo del consumo, en el imperativo de una actualización constante basada en la lógica de la obsolescencia programada. Por otro lado, el consumidor compulsivo se ve abocado a una situación de precariedad generalizada que impide encarar la vida como proyecto; tanto la esfera laboral como la afectiva se sitúan en la órbita de la flexibilidad necesaria para vivir solo en tiempo real. Asimismo, la política del miedo incita a un recogimiento que instala el sujeto en una actitud atónita, detenida y cerrada ante cualquier tentación de permitir experiencias desconocidas. El consumidor, precario y asustado, tampoco se encuentra en condiciones demasiado óptimas para imaginar algo distinto después de que la coartada del bienestar le haya domado y ablandado la imaginación. Si a estos motivos, de una incidencia centrada en el ámbito individual —mecanismos biopolíticos, pues—, añadimos, ahora en relación con los relatos colectivos, que ya se ha proclamado el fin de la política, el fin de la historia y el fracaso de las utopías de masas, entonces, debajo de esta retahíla de argumentos, la dictadura del presente resulta tan radicalmente abrumadora que no queda ningún margen legítimo para soñar futuros prometedores. El futuro ha sido cancelado en la célebre expresión thatcherista «No hay alternativa».

Pensar en el futuro se ha convertido en algo angustioso, aparece convertido en el espacio de la reiteración, de la repetición insoportable de un presente que no hace más que clonarse una y otra vez. En el otro extremo, una pequeña clase privilegiada ha desplazado la idea de futuro hacia una extravagante idea de inmortalidad, confiando en la revolución biotecnológica, la única acreditada. En este escenario, resulta imprescindible reconocer como un imperativo reparar los estropicios provocados por la dictadura del presente y rehabilitar otras formas de conjugar nuestro tiempo. La reacción más común para reparar la ausencia de futuro ha sido la nostalgia. El pasado y la memoria se han convertido en los principales correctores ante el exceso de presente. Este impulso hacia atrás se ha traducido en una eclosión museológica; en todas partes hay museos de todo. Aun así, como se ha señalado, este giro museográfico solo consigue cumplir una función compensatoria. El museo afianza un orden simbólico de significaciones que solo amortigua nuestra pobreza de experiencia2 y que, sobre todo, no garantiza la articulación de expectativas de futuro. El giro historiográfico también ha infectado, de modo muy especial, el ámbito de las prácticas artísticas, abriendo de par en par la posibilidad de elaborar historias paralelas a la oficial, especular sobre posibilidades históricas más o menos verosímiles e, incluso, deconstruir la historia para desvelar los rostros ocultos de los hechos consignados.3 La figura del artista arqueólogo se ha generalizado tanto que hasta se ha llegado a proponer identificarlos como los «artistas de la pala».4

El arte de la excavación, con todas sus virtudes —cuestionar los sistemas tradicionales de clasificación, complementar o desvirtuar la historia convencional...—, se limita a una extracción de la memoria en bruto, así como aparece en función de la profundidad de los estratos explorados y este tipo de operación solo garantiza desvelar pasados, apenas teoriza el presente y, sobre todo, no aporta casi nada a la necesidad de pensar futuros. No basta con replicar al presente absoluto mediante la memoria. El pasado en bruto, sin filtros, no puede darnos lo que no nos ofrece la idea de futuro. Como dice Andreas Huyssen, quizá haya llegado la hora «de recordar el futuro en lugar de preocuparnos por el futuro de la memoria».5 Recordar el futuro significa distinguir del pasado las líneas de escape que hoy todavía apuntan hacia delante. De este modo, la aproximación al pasado ya no se produce de forma desideologizada, sino que, por el contrario, ahora la memoria opera ya con un filtro que le permite rescatar lo pertinente para responder al imperativo de abrir horizontes. Para desarrollar esta arqueología de futuros, hay que partir de la convicción de que la historia puede modularse de distintos modos. En vez de una simple linealidad que se ordena con la secuencia pasadopresente- futuro, el tiempo histórico puede conjugarse con todas la combinaciones posibles de las tres unidades temporales, de modo que, así como hay un presente presente, también puede pensarse desde un futuro pasado —agotado, pues— o desde un pasado futuro repleto de posibilidades pendientes de desarrollar.6 En efecto, esta pluralidad de conjugaciones de la historia es lo que le permite distinguir del pasado donde se producen aceleraciones, retrasos y, entre otras posibles determinaciones, donde podríamos localizar del pasado el todavía-no.

Para Ernst Bloch, el todavía-no, más que un acontecimiento o un dato histórico que podríamos recuperar para rehabilitarlo, es una pulsión de la conciencia, una fantasía anticipatoria que se expresa por todas partes, en gestos de la vida cotidiana o en determinadas creaciones estéticas.7 La confianza que pone Bloch en la «conciencia anticipatoria», capaz de dibujar las huellas de lo que todavía no ha sido, hoy es lo que resulta ingenuo. Todos los argumentos que justificaban la dictadura del presente impedían imaginar futuros, precisamente porque han conseguido desactivar la conciencia capaz de la que se fía Bloch. El todavía-no, la línea de escape hacia un futuro distinto, habrá que buscarlo mirando hacia atrás, en los futuros pasados, aquellos para los que el mañana ya era la cuestión. Recordar el futuro, buscar en el pasado el todavía-no, tiene un primer foco de atención en una determinada ruina. Es verdad que la ruina convencional es una cifra de la nostalgia, una presencia material evocadora de pasado, del mismo modo que la utopía combina su textualidad presente con el futuro que promete. Entre el vestigio y la utopía, hay una especie de simetría invertida8 que induce a pensar que la ruina no es el mejor umbral para encontrar futuros pasados susceptibles de proyectarse. Pero hay otra ruina, una ruina premonitoria, la que detecta Robert Smithson ante los restos del pasado industrial de Passaic, convertidos en «vestigios de memoria de un juego de futuros abandonados».9 Esta ruina es la que genera un panorama cero, un punto temporal en el que aparece lo obsoleto al revés, una promesa aparentemente caduca que se abre de nuevo adelante, pues nunca se consumó.

La ruina premonitoria es, en este sentido, una herramienta que desata una verdadera crítica del instante que reconoce que un pasado no acontecido todavía pertenece a un tiempo activo y que, en consecuencia, conserva la esperanza de su acontecimiento. Las ruinas prometedoras —ya sean de naturaleza material, textual, ideológica o poética—, las que mantienen la historia como un proceso abierto, tienen una dimensión política, dado que nos devuelven lo que el pensamiento dominante venció y olvidó. Los sueños no realizados son siempre los vencidos, de modo que, al volver a instalarlos en el horizonte del presente, se sacude la historia para darle la oportunidad de realizar lo que todavía no ha sido. Esta operación que se escapa de la simple representación del pasado y que pretende establecer una relación con las oportunidades perdidas es lo que según Walter Benjamin define al materialismo histórico.10 Dicha proximidad resulta de lo más pertinente para añadir una última consideración en este elogio de la potencialidad de las ruinas prometedoras o de los futuros abandonados. En efecto, tal como expresa Benjamin, a pesar de la fascinación que puede producir cualquier pasado cargado de posibilidades, el impulso transformador debe mantenerse siempre abierto, sin reconciliación con ningún modelo por atractivo que pueda ser. No se trata de consumar expectativas sin resolver para celebrar un anacronismo rebelde, sino de provocar el choque entre aquellas ilusiones y un presente escaso de expectativas propias. Solo así el resquicio del futuro permanecerá abierto, tanto para hoy como para mañana.

Martí Peran

 

1. Lucian Hölscher, El descubrimiento del futuro, Madrid, Siglo XXI, 2014.

2. Sobre este tema consúltese sobre todo Andreas Huyssen, En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización, Madrid, FCE, 2002. Véase también Jean Baudrillard, La transparencia del mal, Barcelona, Anagrama, 2001, y Marc Augé, Las formas del olvido, Barcelona, Gedisa, 1998.

3. Para un resumen general sobre la dimensión del «giro historiográfico», véase Miguel Ángel Hernández-Navarro, Hacer visible el pasado: el artista como historiador (benjaminiano), Madrid, Actas del Congreso Europeo

de Estética, 2010.

4. Dieter Roelstraete, «After the Historiographic Turn: Current Findings», a E-flux Journal, n.o 6, mayo de 2009.

5. Andreas Huyssen, op cit. Véase en especial el apartado IV. «Utopías del pasado, recuerdos del futuro».

6. Esta invitación a repensar la historia desde distintas conjugaciones del tiempo ha sido la aportación fundamental de Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Paidós, Barcelona, 1993.

7. Ernst Bloch, El principio esperanza. Vol. 1, Madrid, Trotta, 2004. Véase especialmente la «Parte segunda. La conciencia anticipadora», p. 71 y sig.

8. Véase Fredric Jameson, «La utopía hoy», en Arqueologías del futuro, Madrid, Akal, 2009, p. 12.

9. Robert Smithson, «Un recorrido por los monumentos de Passaic (1967)», en Robert Smithson. El paisaje antrópico, València, IVAM, 1993.

10. Walter Benjamin, «Tesis de filosofía de la historia», en Discursos interrumpidos I, Madrid, Taurus, 1982, p. 188.

 

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