Oriol Pla, un ragazzo de carne y sangre
No quería ser estatua. No quería ser piedra. Quería ser carne, ser sangre. Quería mirar a los ojos de la gente que se encontraba por la calle y quería que la gente le mirara a los ojos, que la policía le mirara a los ojos, porque sabía que cuando miras a los ojos de alguien a quien ves es a la persona y a las personas difícilmente les podrás hacer daño.
Así era Carlo Giuliani, el chico asesinado durante la cumbre del G8 en Génova en el 2001. Y estas son las voluntades no escritas que Lali Álvarez y Oriol Pla han trasladado al escenario. Bajan a Carlo Giuliani de cualquier pedestal. Le devuelven la carne y la sangre. Y consiguen que el espectador le mire a los ojos y le vea tal y como era: un chaval de 23 años que encontró una muerte que ni quería ni buscaba ni merecía; un chaval, con contradicciones, con anhelos, con sueños, con tonterías de chaval... un ragazzo que se vio abocado a vivir una violencia que no formaba parte de su ADN, un chaval que murió asesinado no sólo por quién le disparó un tiro sino por el sistema que convirtió Génova aquel verano del 2001 en una ciudad en estado de guerra.
Ragazzo, el texto que Lali Álvarez escribió y reescribió mientras lo compartía con Oriol Pla, el actor que le tenía que dar vida, es un golpe al estómago del espectador que no puede evitar enamorarse de Carlo, con sus tonterías y sus contradicciones; que no puede evitar entenderle y entender cómo las casualidades del destino le situaron en aquella manifestación; que conoce su miedo, su ira y su angustia; y que llora su muerte.
Los espectadores que asistieron jueves 22 de marzo en Parc Sandaru a la primera de las cinco representaciones de Ragazzo en el circuito del Barcelona Districe Cultural sintieron ese golpe directo al estómago, ese puntapié que te deja sin palabras y desboca una emoción que se convierte en aplauso primero y después en ovación. Oriol Pla se la ganó. Con creces. Porque él es la sangre y la carne de Giuliani. Él es quien lo baja del pedestal y nos lo acerca.