Quizás perdáis los zapatos, pero seguro que recuperaráis la sonrisa. Es difícil separarse de ella durante la representación de 'Libél·lula', el espectáculo de Toti Toronell, una verdadera obra de artesanía: escénica, pero también de escenografía.

Toti Toronell ha plantado un pequeño teatrillo de feria en el centro de la sala de actos del Casal Font d'en Fargues, que con este espectáculo se estrenaba en el Barcelona Districte Cultural. Para poder entrar en él tienes que vértelas con una taquillera que tiene una retirada al propio Toti Toronell; y después con un acomodador que también se le parece. Cuando ya estás dentro de su pequeña carpa (no caben más de 50 personas), después de haberte sentado donde él te ha dicho, aparece Toti con sus maletas y cuando las abre empieza a producirse la magia: salen globos y aparecen muñecos que andan por un hilo hecho de papel del lavabo como si fueran equilibristas; y nos encontramos con autómatas que son capaces de charlar y darnos la bienvenida; y vemos como Toti baila como una estrella del rock; y cómo se enamora de una fregona después de barrer con ella el suelo; y cómo roba los zapatos de los espectadores porque se han declarado en rebeldía y no paran de llorar. Toti hace el payaso sin llevar la nariz roja, aunque al final se la ponga y se pinte la cara. Toti no hace el payaso; Toti lo es. Y es muy difícil resistirse, ya seas pequeño o mayor, a un payaso haciendo payasadas. Porque el payaso siempre gana. Y Toti nos roba el corazón.

Sólo es al final, cuando el show ya se ha acabado y quiere echar el público que se resiste a marcharse, cuando se le escucha la voz: "Si tenéis un momento perdido, dejad que la felicidad os atrape". Así que ya lo sabéis. A su lado, seguro que la encontraréis.