Aquí se baila, no se habla
“¡Quiero competir!”, gritaba el breaker francés. Decenas de asistentes a la Lunatik Jam le pedían que aceptase la derrota, que su equipo había sido eliminado, como tantos otros, y que ya no podía participar en los cuartos de final. Pero el chaval no lo aceptaba. Y empezó a despreciar a otros equipos que sí habían pasado la eliminatoria. Hasta que otro breaker se le encaró. “¿Te estás metiendo con mi equipo?”. Lo que hasta entonces era una sana celebración de la cultura hip-hop estaba a punto de derivar en pelea.
Hubo empujones. Hubo gritos. Hubo forcejeos. Los organizadores trataban de evitar lo inevitable. El responsable del Ateneu Popular 9 Barris se situó estratégicamente por si había que echar a alguien. La tangana estaba en su punto hasta que el presentador agarró el micro: “¡Vamos a bailar!”. El público jaleó: “¡Battle! ¡Battle! ¡Battle!”. Un niño con chándal rojo se sumó al clamor: “¡Battle!”. Todos querían batalla. El discjockey lanzó una base. El coordinador del encuentro encogió los hombros en señal de derrota: “Me han reventado el horario”. Parecía una escena preparada, pero la tensión era real.
Se abrió un círculo en la pista y el breaker de Perpinyà, una suerte de Cristiano Ronaldo más por su incapacidad para aceptar la derrota que por sus habilidades, se batió con todo el que se le puso a tiro. Bailaron con violencia, pero no hubo puñetazos sino top rocks, footworks y molinillos. El presentador zanjó la batalla cuando calculó que la rabia se había evaporado a través del sudor y la adrenalina. El público aplaudió enloquecido, pues había vivido una batalla al rojo vivo, un espectáculo fuera de guión, un duelo de verdad. Los contrincantes se abrazaron y aquí rap y después gloria.
Veinte años antes…
La Lunatik Jam que se celebró el sábado en el Ateneu Popular 9 Barris era una reunión de breakers a nivel estatal y, también, un homenaje a la Lunatik Jam original, la que se celebró en 1998 en este mismo lugar. Rudy y Mike, dos de los organizadores de aquel evento que reunió en su día a gente de Zaragoza, Valencia, Cádiz y León, tenían entonces 17 años y formaban parte de Lunatiks Crew, uno de los ocho equipos que hoy han llegado a cuartos de final en este simposio. Aquí hoy hay más de cuatrocientos breakers de toda España e incluso de Francia y Alemania dispuestos a exhibir sus malabarismos corporales.
Sankofa Crew son de Múnich, aunque viven en Marsella. Han venido en bus y se deshacen de Floor Playerz, colectivo de Canarias y Vigo. La decisión la han tomado los tres expertos del jurado: Kapi, un bailarín que formaba parte de Toyacos, la crew que ganó la edición del 98, el suizo Pegaso y la componente de Lunaticks Crew Movie One. El segundo cruce enfrenta a los barceloneses Follen Inglés con los almerienses R4M. Como en el primero, las sonrisas han sustituido los insultos. Los breakers se burlan de los errores del oponente, pero resaltan sus piruetas más brillantes. Se provocan, pero con movimientos. “¡Aquí se baila, no se habla!”, ha exclamado alguien en la tangana.
¿Y la música? El italiano DJ Uragun está lanzando vibrantes producciones que sacan las mejores prestaciones de los bailarines. Ahora suena una base latina a ritmo de rap que provoca que dos tipos al fondo de la sala bailen salsa en pareja. Además del corro central donde se libra el concurso, se abren pequeños círculos en cada rincón de la sala donde otros breakers bailan por puro placer, sin competir. También, en el bar y en el vestíbulo. Por cierto, no hay un solo logo en todo el Ateneu. Lunatik Jam es un intento de mantener el baile urbano en el barrio, en la calle, en su contexto original comunitario, lejos de las garras de las bebidas que te dan alas y demás marcas que se quieren apropiar de un imaginario cultural ajeno para extraer beneficio económico.
Una final anticipada
“¡Esta sí que va a ser una batalla de nivel!”, anuncia un espectador a otro. Se enfrentan los valencianos Special K y los locales Actitud Salvaje. Sus piruetas están acompañadas de coreografías grupales. Son más pandilla que suma de breakers y eso es más vistoso. La crew valenciana, además, incluye dos chicas. Y eso sí es llamativo. Hay manos en el paquete y miradas en plan ‘¿qué haces en mi barrio?’. Algunas piruetas rebasan la línea del contrario. Alguna casi se lleva por delante la mandíbula de un miembro del jurado. Es otro nivel, sí. Es la típica final anticipada de Champions. Pasa la crew Actitud Salvaje.
La última eliminatoria enfrenta a La Nueva Escuela Española, un joven colectivo con bailarines de todo el país, con los veteranos Lunaticks Crew. Esa mujer que baila con los segundos es Raza. Ya participó en la Lunatik Jam de 1998. Aquel día Raza fue la única mujer que salió a bailar. Hoy hay muchas más bailando por la sala. Uno de los breakers de La Nueva Escuela Española lleva una camiseta en cuyo reverso se lee la frase ‘See You Soon’. Nos vemos pronto, sí. Su grupo pasa a semifinales. De nuevo, sin mosqueos ni gritos. Solo abrazos.
En la pausa previa a las semifinales, el público sale al callejón. Allí Briky López, veterano breaker de la Barcelona de los años 80, ha sacado un monumental radiocasete conectado a un iPod desde este lanza cortes de hip-hop de viejísima escuela. El breaker francés sigue enzarzado con uno de R4M. El almeriense intenta decirle que si en diez años de breakdance no llega a una competición sabiendo que lo más normal es perder, aún no sabe nada. Y que competir solo es una faceta del hip-hop, pero que antes hay otra de aprendizaje y de laboratorio. Etapas tan importante o más que lo que ocurra en el concurso.
El Ateneu huele a camaradería y sudor. Son ya muchas horas de breaking. Dos jóvenes intercambian números de móvil. Otro tiene la rodilla contusionada. Este es un baile de riesgo. Incluso paseando por el recinto te puedes llevar un susto si no vigilas. Las semifinales enfrentan a R4M con Sankofa Crew. Una vez más, los de Múnich se salen con la suya. Actitud Salvaje caerán ante La Nueva Escuela Española. Disputarán la final chavales que apenas habían nacido cuando se celebró la Lunatik Jam de 1998.
La semilla ha crecido
La gran sorpresa es que la final no se disputará con música enlatada, sino interpretada en riguroso directo. Ya está en el escenario el cuarteto Back To The Sound, pero antes hay que rendir homenaje a Rudy y Mike. “Aquello fue una semilla y… la semilla ha crecido”, concluye Rudy ante las cuatrocientas personas que ha convocado este encuentro. Todas, incluso los concursantes, han pagado cinco euros de entrada. Este encuentro no lo ha costeado ningún patrocinador. Lo organiza el BCN HH Collective, pero lo sostienen entre todos.
Los alemanes vuelven a pista comiendo una manzana. Deben reponer fuerzas si quieren derrotar a La Nueva. Ellos también tienen 20 y 21 años, pero son tres frente a siete. Y aun así, se llevarán el trofeo y los quinientos euros de premio. Decenas y decenas de breakers abrazan y chocan las manos de la Sankofa Crew. Y estos dan brincos de alegría. Todos están embriagados de felicidad. Esta es una victoria colectiva. Un espectáculo que todos han disfrutado y al que todos han contribuido. ¿Y quién acaba de entrar desde la calle solo para felicitar a los ganadores? Exacto, el Cristiano Ronaldo de Perpinyà.
La competición ha terminado, pero la fiesta continua. La banda toca y el público se reparte por la pista para seguir bailando. Algunos se reservan para mañana, pues hay un último encuentro donde cada espectador recibe una pulsera que entregará al bailarín más habilidoso. Los mismos breakers también darán su pulsera al oponente más deslumbrante. Sí, en el breakdance se respira más deportividad que en el muchos deportes de élite. Y en el breakdance se puede aprender más sobre la cultura hip-hop que en un concierto de rap en una discoteca del Port Olímpic o viendo cómo El Chojin incita a la juventud a adentrarse en el devastador mundo de las casas de apuestas.
(Publicat l’11 de novembre de 2018)