Cencerros, maracas, ¡histeria!
Este verano un tuitero salsero lanzaba al aire la siguiente pregunta: “Si fueras el director más duro de la salsa y tienes como tarea armar una orquesta para hacer más giras que Fania All-Stars, ¿quiénes serían tus cinco vocalistas?”. Al rato, otro salsero tuitero respondió: “Frankie Ruiz, Ismael Rivera, Héctor Lavoe, Mariano Cívico y Luisito Carrión”. Frankie Ruiz murió en 1998. Ismael Rivera, en 1987. Héctor Lavoe, en 1993. Mariano Cívico, en el 2013. Queda vivo Luisito Carrión. Y, alegrías de la nutrida agenda de conciertos latinos de Barcelona, el cantante puertorriqueño actuó días atrás en el nuevo Grand Cabaret Parisien.
Pese a su deslumbrante nombre, el Grand Cabaret Parisien no es tan nuevo. Es la misma discoteca que en agosto aún se llamaba DKCH Privilege Club y que tiempo atrás fue el Cabaret Marwal, el Cabaret Berlín, el Gauss, el Lotus Theatre… Y por mucho que le cambien el nombre, se la sigue conociendo por su dirección, Bailén 22, que también era el nombre con el que funcionó el local como afamado club de alterne hasta que fue clausurado en 2007.
El éxito de su nuevo club, El Timbalero, parece irremediable. Se celebra cada domingo con un menú de ritmos latinos que van del guaguancó al bugalú y de la salsa choke colombiana a la timba cubana. Son las dos de la madrugada y el local está hasta arriba. Es lunes, pero como el martes es la Diada Nacional de Catalunya, El Timbalero se ha desplazado un día en el calendario y, en otro apaño trilero, anuncia el concierto de hoy como la fiesta del Día del Amor y la Amistad, que en Colombia se celebra cada tercer sábado de septiembre. Sí, cualquier excusa es válida para armar una buena rumba en lunes.
Percusión en vivo
‘Percusión en vivo’, anuncian las pantallas que promocionan las sesiones de El Timbalero. Y es rigurosamente cierto. Algunos espectadores han traído de casa sus maracas y las agitan sabrosamente. Otros traen un cencerro que percuten al son de las canciones que pincha el discjockey. Según en qué zona de la sala te sitúes, es más contagioso el compás metálico de los cencerros, que la base rítmica del disco enlatado. ¡Esa mujer esta frotando un güiro! La participación del público no se limita a la percusión. Cada vez que el discjockey pincha un corte nuevo, baja el volumen para comprobar si la gente lo goza. Ahora suena ‘Lo siento’, del salsero romántico puertorriqueño Roberto Lugo, y el público grita puño en el pecho: “Me pedirás perdón / Igual que siempre te arrepentirás”.
El local está en plena ebullición. Público de todas las razas, edades y condiciones sexuales se las apaña para bailar en los escasos centímetros que quedan entre mesa y mesa, entre cadera y cadera, entre camareros, vigilantes, relaciones públicas y más camareros. Aunque también hay público de Ecuador, Venezuela y Perú, la mayoría son colombianos. Sí, estamos en pleno Eixample, pero uno juraría estar en una salsoteca de Cali. La música te teletransporta. Las parejas se agarran duro. Suena ‘Me la respetas’, una salsa choke de Joel Mosquera: “Lunes: el cuerpo está tranquilo / Martes: el cuerpo sigue tranquilo / Miércoles: ya se empezó a mover / Jueves: ya sabe qué vamos a hacer”.
Orquestón de diez músicos
Tres y media de la madrugada. Los músicos ya están en el escenario. Son una buena tropa: saxo barítono, trombón, dos trompetas, timbales, congas, bongos, contrabajo, teclados, corista y el director. Los hay venezolanos, colombianos, cubanos, peruanos, ecuatorianos y un madrileño-catalán. Todos viven en Barcelona y alrededores. Cada músico cobra hoy 150 euros. En 2004 hubieran sido 200. A un grupo de pop amateur aún le parecerá buena cifra, pero estos son músicos de conservatorio. Además, los 150 euros incluyen los tres ensayos que han tenido que hacer (en Estados Unidos esos ensayos se cobran aparte) y cincuenta euros los van a perder en desplazamientos y demás gastos. Las entradas para el concierto de hoy cuestan entre treinta y setenta euros.
El discjockey anuncia que Luisito ya está en el local y el público lo recibe batiendo palmas según la clave de son cubano. Sí, hasta los aplausos aquí son pura música. Ahí llega el puertorriqueño con su aspecto de hombre normal. Con su camisa azulada y esa cadena con una cruz que asoma para recordarnos su fe. La máquina salsera ya prende motores. Luisito entona ‘Cúlpame’. Van a ser diez minutos entregados a esta partitura. Se avecina una velada de salsa dura y apasionada. “¡Que viva Colombia!”, exclama el de Puerto Rico, consciente de donde está hoy y agradecido del reconocimiento que siempre se le ha brindado en aquel país. “¡Cali es Cali y lo demás es loma!”, añade Carrión, sabiendo que todos aquí conocerán el orgulloso dicho de la ciudad más salsera de Colombia.
El ambiente está bien bravo hasta que el propio Carrión lo enfría de golpe ordenando a la orquesta que deje de tocar. Algo falla. Por los monitores sale un barullo insufrible. “Así no se puede trabajar”, se queja. Una vez solventado el percance, la banda retoma ‘Renta del amor’ donde la habían frenado y con una facilidad pasmosa. “¡Que siga la histeria!”, suelta Luisito. Así es. Un tipo de tez negra le pide un título que la banda no ha ensayado, pero el cantante le regala una estrofa a capella. Una mujer grita: “¡Canta ‘La fuga’ o cometeré una locura!”. Otra joven añade: “¡Te amo!”. No se sabe si es otra canción o una declaración.
Mensajes religiosos
Los títulos se van sucediendo. ‘La fuga’, ‘El señor de la señora’, ‘Modelo de la noche’, ‘Me diste de tu agua’… Cada cual, una portentosa exhibición de energía y oficio de un tipo muy dado a la improvisación. “¡Histeria colombiana!”, grita el boricua. “¡Histeria ecuatoriana!”, replica una mujer de primera fila. La orquesta está engrasada y Luisito toma las riendas para que descargue aún más salsa. Quiere prender la sala, pero también quiere insistir en su amor por Jesucristo y empieza a colar mensajes de cristiandad que poco a poco frenan la recta final del show. El público pide con creciente insistencia que cante ‘Yaré’. Ya llegará.
Un hombre retransmite el concierto con el móvil desde primera fila. En su pantalla se pueden leer los nombres de las personas que están viendo el show de Luisito gracias a él: Lucrecia, Vanessa, Claudia… Tal vez estén en casa, en algún barrio de Barcelona o alrededores, felices de poder disfrutar, aunque sea a través de la pantalla del celular, de un concierto cuyo precio era inasumible para ellas. O tal vez estén en Cali, donde ahora deben ser las diez de la noche.
Termina el concierto. Han sido dos horas de salsa y sudor. Al instante se arma una larga cola de gente que quiere fotografiarse con Luisito. Son casi las seis de la madrugada. Para los hambrientos, al fondo de la sala hay un puesto de perritos calientes. Uno a tres euros. Dos a cinco. A trescientos metros del local, los mossos custodian la estatua de Rafael de Casanovas. En dos horas empiezan las ofrendas florales de cada Diada.
Cali es Cali y lo demás es Barceloma.
(Publicat el 16 de setembre de 2018)