Fumando shisha y bailando salsa
Son las dos y media de la madrugada. La cola de jóvenes que esperan entrar a bailar techno en la sala Apolo llega hasta la avenida del Paral·lel. Trescientos metros más al sur, en dirección al mar, varios músicos conversan en la entrada de la discoteca Brisas de Luxe; también conocida como Brisas del Caribe. No han finalizado su jornada laboral. En realidad, todavía no la han empezado.
Un penetrante aroma afrutado te embriaga nada más cruzar la puerta del local. No procede de un ambientador, sino de las shishas que hay en cada una de las mesas altas distribuidas por la pista. La paradoja cultural descoloca la pituitaria más multiculti. Estamos en una discoteca latina, sí, pero esto parece un café de Marrakesh o de El Cairo. La gran mayoría del público es dominicano o, como mínimo, caribeño y mientras menean caderas al son del bachatero Luis Vargas aspiran por la boquilla y expiran ese humo blanco con olor a manzana.
Una camarera atraviesa la sala con una cubitera, una botella de Johnny Walker etiqueta roja y dos bengalas prendidas. Una clienta tararea una bachata despechada de Zacarías Ferreira con la mano en el corazón y la vista perdida. En los laterales de la pista, dos escaleras con barandas de columnas conducen al piso superior. Ahí arriba, el discjockey ameniza la velada a base de bachata, salsa, merengue ripiao y, sobre todo, mucho trap latino y dembow dominicano. Tira cortes de El Alfa, El Mayor Clásico, Shellow Shaq, Musicólogo y demás artistas de músicas urbanas que ya han pisado los escenarios barceloneses. Uno de los múltiples beneficios que aporta la inmigración es la posibilidad de disfrutar de conciertos como el de hoy. Sin embargo, el interés de los indígenas catalanes por las culturas de las comunidades migradas sigue siendo nulo.
El barrio más dominicano
A las cuatro de la madrugada, los músicos se acercan sin prisa al escenario para probar los micrófonos. David Kada acaba de recibir el premio al salsero dominicano del año y aterriza en Barcelona con todo su arsenal: cuatro vientos, cuatro percusionistas, un teclista y una contrabajista. Está iniciando su gira española en esta discoteca del Poble-sec, posiblemente el barrio más dominicano de la ciudad. El presentador sube a escena y antes de dar paso al salsero saluda por su nombre a varios espectadores. Parece que todos se conocen en el Brisas.
La banda arranca con ‘Estos celos’ y bajando por la escalera aparece el menudo Davicito trajeado y con sombrero blanco de ala ancha. Apenas tiene espacio para bailar en la tarima, acorralado entre timbales, congas y bongos. El teclista toca con el trasero apoyado en la baranda porque ya ni siquiera cabe una silla. A los de la sección de vientos apenas se les ve, pero se les debe oír desde el puerto, insuflando poderío desde el fondo de la tarima. A las primeras de cambio llega ‘Tú no eres la buena’, último exitazo de Kada cuya letra, de tan cruel con la mujer, es casi cómica. El público baila, pero cada cual en su puesto. Quien haya reservado una mesa junto al escenario, verá el concierto en primera fila. Quien no haya podido pagar tanto dinero, a las mesas de atrás.
Cuando la banda ya está bien engrasada, Kada invita a sus compatriotas a que le propongan qué títulos desean escuchar. “Aquí venimos a trabajar y ustedes vienen a disfrutar”, proclama, asumiendo públicamente su papel de currante de la salsa a sus órdenes. Si la banda no se la sabe, él la cantará a capela. Si forma parte del repertorio ensayado, los músicos buscarán rápido la partitura para interpretarla. Algunos las llevan digitalizadas en una tablet, pero la contrabajista anda medio loca plegando folios de pentagramas unidos con celo.
La predisposición del salsero dominicano hacia sus paisanos no acaba aquí. Sin dejar nunca de cantar, toma el móvil de una espectadora de primera fila, se filma unos segundos en modo selfie, devuelve el teléfono a su dueña y coge otro móvil con el que repetirá la operación. Y así seguirá el rato que haga falta. Del ‘prohibido hacer fotos’ al ‘dame tu cámara y me filmo yo’.
Salsa y control
Hay un vigilante junto al escenario. Viste un polo negro. En la espalda se lee la palabra ‘Control’. Hace lo que puede por controlarse. Se sabe de memoria la letra de ‘Siempre en mi mente’ y la canta encarándose a varios amigos. Kada tiene canciones irresistibles, como ‘Cuando tú me besas’, y cuando la banda se suelta, aún resultan más irresistibles. ‘Tu amor fue diferente’, con esos vientos soplando huracanados, suena arrolladora. El vigilante flaquea (se comprende) y se marca unos sabrosos pasos. Salsa y control, como cantaban los Hermanos Lebrón.
Una pareja ha encontrado un espacio amplio para bailar entre las mesas y la escalera, pero la mayoría de espectadores siguen firmes en sus puestos. Esto no es un salsódromo desenfrenado. Algunos siguen proponiendo títulos al cantante, pero otros ya ni miran el concierto. Aprovechando un despiste, una mujer trepa al escenario para abrazar y besar al cantante. El vigilante querría sacarla de ahí, pero no sabe cómo llegar hasta ella. El hueco entre el teclado y el atril de la bajista es tan estrecho que no puede pasar sin causar un destrozo.
Acaba de entrar un vendedor ambulante de rasgos asiáticos. El público bebe Moët Chandon y él ofrece piruletas y cachivaches de plástico. Nadie está interesado en su material. Tampoco a él se le ve desesperado por vender. Tras dos desganados intentos, se acomoda en un rincón para disfrutar del concierto y del ambiente. No debe haber mejor plan para terminar la jornada laboral. Suena ‘Todo está bien’, una insólita e irónica pieza salsera de Ruina Nueva, el anterior grupo de Kada, sobre la visita de unos alienígenas a la Tierra.
Vuelve el dembow
Tras hora y media de concierto, el obrero salsero da por concluida su faena y se esfuma escaleras arriba. El discjockey, en su puesto, dispara el ‘Marianela’ de Lírico en la Casa. “Súbeme la música diyei / ¿Qué pasa? / Bájame una botella de Grey / ¿Qué pasa? / Ando con los tígueres de Gualey / ¿Qué pasa? / Dando la para con la gente de Cristo Rey / ¡Guay!”. Vuelve a reinar el dembow.
Son casi las seis de la madrugada. El público de Apolo, como el de Razz y el de la mayoría de clubs de la ciudad, empieza a recogerse. Unos buscan taxi y otros bajan al metro. Todos creen haber exprimido la noche del único modo posible: bailando música electrónica. Los pájaros inician el cotidiano trino que anuncia la salida del sol. En Brisas de Luxe aún queda mambo pa’ rato.
(Publicat el 18 de març de 2018)