¿Qué vale más, tu vida o mi vida?
Dos y media de la madrugada en Poblenou. Hay control de alcoholemia en el cruce de Àlaba con Pallars. Un puñado de veteranos heavies estiran la noche tras el concierto de Accept en Razzmatazz. Una cola infinita de jóvenes dobla la esquina de Almogàvers. Para ellos, la noche está a punto de empezar. En la cabina de la sala 1, el incombustible DJ 2D2 pincha ‘Chambea’, de Bad Bunny. El público baila y responde al estribillo: “¡Jala, cabrón, ya no te quedan balas!”.
El Club Fuego es el templo de peregrinación para los jóvenes aficionados al trap, el reggaeton, el dembow, el r&b, el dancehall y demás ritmos urbanos calientes. La sala ya está bien prieta, pero sigue entrando gente que busca un hueco o se distribuye por las otras salas de Razzmatazz. La juventud baila con los brazos abiertos, mirando al techo mientras su cuerpo cae y cae hacia atrás, impulsado por una fuerza invisible. Su coreografía es una precisa metáfora del futuro de esta generación, la del 50% de paro juvenil y el trabajador pobre.
Ese que anda con un chándal azul Kappa es Miquel Sanahuja, un licenciado en sociología reciclado en promotor de club que tras años enganchado al house y el techno ha buscado nuevos alicientes musicales en el último r&b yanqui y las músicas urbanas. En enero de 2017 inauguró el club Fuego y la media de edad de Razzmatazz se ha rejuvenecido por completo. Una de sus fijaciones es feminizar los escenarios. Por eso Fuego está afianzándose como escaparate para las mujeres españolas y extranjeras que pujan en las músicas urbanas.
La brasileña afincada en Amsterdam Lyzza ya ha tomado el relevo a DJ 2D2 en el escenario. Pincha cortes de jovencísimos rimadores del sur de Estados Unidos como Yung Bans y Travis Scott. También, al dominicano Rainey. “Tíramelo por encima, mami, tíramelo”. En la pista abundan los chándales y algunas trenzas africanas. Pandillas de guiris suben la media de edad. También hay migrantes de raza negra, cosa impensable en otros contextos musicales de esta ciudad. Todos están a punto de asistir a la breve puesta de largo de La Zowi, una cantante de trap de 24 años criada en Granada y afincada en Barcelona.
La Monalisa fumando tate
“¡La Zowi puta!”, suelta ella misma. Será la máxima que más veces pronuncie en su media hora de actuación. El primer título de la noche, ‘Obra de arte’, ya es una declaración de principios donde concreta que, más allá de canciones, lo que ella expone es un producto más amplio: a sí misma como estrella de una suerte de glam urbano contemporáneo. Como Mala Rodríguez en sus inicios, su carisma escénico aún está en obras. Como Almodóvar y McNamara en su día, irradia un magnetismo sórdido. “Soy la Monalisa fumando tate“, suelta a las primeras de cambio en un argot fácil de descifrar.
Sin disco en el mercado y solo con la decena de canciones y videoclips que ha ido subiendo a la red, La Zowi tiene ante sí un millar de espectadores. Muchos se saben sus letras de memoria. Unos las recitan mientras se filman con el móvil. Otras las gritan con visible orgullo. Suena ‘Random hoe’ y algunos llevan varios minutos boquiabiertos. La Zowi recorre el inmenso escenario de Razzmatazz de izquierda a derecha una y otra vez. No tiene mucho más que hacer, mientras el autotune afea su registro chillón y apitufa su voz.
Su amiga Jihan sale de un lateral de escenario a cantar ‘High’ y la cosa mejora. “Yo solo pienso en ponerme high / Hacer dinero y ponerme high”, dice, en lo que parece la síntesis de la filosofía trap. Y un sensacional estribillo, todo sea dicho. El argot callejero latino y el del sur de Estados Unidos han calado fuerte en el trap español. También, ese imaginario de trapicheos para subsistir, de sexo y drogas para sobrellevar la falta de perspectivas y de ostentación de posesiones efímeras. El materialismo, follar y colocarse, como nuevo nihilismo.
Jihan no es la única invitada de la noche, pero casi. El trapero El Mini o ha llegado tarde a Razzmatazz o se ha despistado por el camerino, así que sale a escena con la canción empezada y quitándose la camiseta a la carrera. Título: ‘Puta’. La palabra maldita también se proyectará en la pantalla de fondo. Muchas traperas buscan resignificarla denominando así a las mujeres que marcan sus propias reglas en el juego sexual y que toman las riendas de su vida en un contexto doblemente hostil de machismo y pobreza.
¿Dónde está la juventud?
¿Dónde está la juventud? Hay muchas maneras de responder a esta pregunta que suelen hacerse los melómanos adultos cuando no ven a nadie menor de treinta años en los conciertos de sus grupos favoritos. “Están en el club Fuego” sería una respuesta. Para la inmensa mayoría del público reunido aquí, la música de guitarras es un anacronismo. Pero no nos engañemos: múltiples estudios prueban que esta juventud escucha más música que nunca y está más al día. No sólo eso: la escuchan y disfrutan con todo el cuerpo, no solo con los oídos.
La brecha estética, moral y generacional se sigue ensanchando conforme La Zowi rima sobre goonies y bunnies, bitches y papichulos, raxets coquetas y joseadores, cadenas a la altura del toto y billetes de quinientos euros en el tendedero. “¿Qué vale más, tu vida o la mía?”, pregunta en ‘Tú o yo’. Tamaña cuestión bien podría reinterpretarse como el desafío frontal de esta nueva generación de artistas y público a la vieja guardia. Es una generación que existe en un mercado paralelo y que baila en masa de madrugada, cuando los adultos ya duermen.
La recta final del concierto es más oscura. Bases más turbias e imágenes que ya no se limitan a proyectar la silueta de la cantante. La pantalla muestra a una mujer llorando en la cama. “No tengáis miedo de vuestros sentimientos. No tengáis miedo a llorar. Es lo más puro”, suelta La Zowi, en la proclama más solemne y sincera de la noche. Está sonando su nueva canción ‘Llámame’.
Carnaval de roles
Cuando La Zowi desaparece, parte del público se dispersa. El club Fuego está caliente. DJ Lyzza vuelve a su puesto. Una pareja de algún país al norte se frota a más no poder. Un hombre con edad y aspecto de haber disfrutado en su día de Los Chichos se deja llevar por el flow del rapero A$ap Rocky. Tres chicos flexionan las rodillas y mueven el culo p’abajo, p’abajo. Dos chavalas los observan disimuladamente con cara de ‘bueno, al menos lo intentan’. La pista de baile es ese perpetuo carnaval donde cada fin de semana puedes adoptar otros roles: más osado, más malote, más elástico, más sensual, más sexual…
Mientras Lyzza cuela un fragmento de la ‘Gasolina’ de Daddy Yankee, un portero explica ocho veces a un turista que no le va dejar salir de la sala con la bebida. Ya en la calle, una pareja esquiva una vomitada del diámetro del cráter del Teide. Ocho taxis esperan clientes. Los lateros siguen en la esquina con Pamplona. Un cartel anuncia el próximo concierto de Gigatrón en la sala Bóveda.
(Publicat el 28 de gener de 2018)