Un festival para la salud vecinal
El breaker se lleva una tremenda ovación. Aplauden niños, adolescentes y adultos, hombres y mujeres, gente de tez blanca y negra, vecinos magrebíes, asiáticos y latinos. Una niña de unos cuatro años, pantalón de peto y coletas, toma el relevo al veterano bailarín de la gorra negra. La breaker precoz y desacomplejada mueve el cuerpo como si hubiese visto ‘Beat street’ antes que ’Frozen’. DJ Kapi pincha el ‘Tear the show up’ de JVC Force. La niña sacude piernas y brazos. El corrillo se viene arriba. Es el delirio. Tras ella, se anima un rubiales de ocho años y una niña de nueve o diez. La hermana de la breaker de coletas está intimidada y no quiere bailar. Normal, solo tiene dos años.
Algo pasa hoy en el parque. Los vecinos que lo cruzan camino de sus casas sonríen e improvisan algún pasito de baile. Un discjockey está pinchando hip-hop y disco-funk bajo una estructura cuadrada de cemento pintarrajeada con grafitis. Frente a él se ha organizado un corrillo con unas treinta personas. En medio, un breaker con gorra negra y barba blanquecina exhibe sus robóticas habilidades como bailarín. Si aplicásemos un filtro de blanco y negro a la escena podríamos creer que todo esto está ocurriendo en un parque del Bronx en 1981, pero estamos junto a las Tres Xemeneies del Poble-sec.
Tenía que ser en un parque
Estamos en la primera edición del festival Periferia Beat, prometedora iniciativa surgida de la alianza entre el festival de danzas urbanas Hop y el Centre Cívic Albareda del Poble-sec y que tiene su mejor activo en el espacio en el que se ha ubicado. Frente a tantos inventos que museifican, privatizan o directamente expolian la cultura urbana y popular en beneficio de la marca esponsorizadora, el Periferia Beat ha querido nacer allí donde brota el arte urbano: en el parque. Y pocos parques de Barcelona respiran tanta cultura hip-hop y urbana como el de las Tres Xemeneies, decorado desde siempre con incontables grafitis.
A lo largo del día ha habido competiciones de longboard y actuaciones de colectivos de danzas urbanas. Antes de que caiga el sol, dos grafiteras acaban de decorar uno de los muros del parque. Mientras, el corrillo se comporta como un ente vivo: crece, se contrae y se diluye según el interés que despierte cada breaker y la rivalidad que se genere entre bailarines. Cinco chicas bailan a diez metros, pero pronto se organizará otro corrillo a su alrededor. También en este, la mini-breaker hará de las suyas. Todo es mucho más relajado e inclusivo por aquí. Nada que ver con las batallas de raperos solo para machos muy machos.
El Periferia Beat es ya el festival con más diversidad de público que uno haya visto. Hay gente de todas las edades y razas. Hay turistas e indigentes, vecinos paquistanís que se arriman a ver qué pasa y matrimonios mestizos que echarán la tarde. Una mujer pasa empujando la silla de ruedas de una anciana y se arranca a bailar. DJ Kapi pincha el ‘Bring the noise’ de Public Enemy y un perro patanero se alza a ladrar a dos patas. Cuatro adolescentes se acercan al corro con cara de malotes, pero al minuto ya están aplaudiendo a las breakers. Varias madres suben a hombros a sus hijos para que vean mejor. Una pareja baila salsa aprovechando que suenan Pucho & His Latin Soul Brothers. A los Ghetto Brothers se les saltarían las lágrimas si pudiesen contemplar todo esto.
El rapero que llegó en patera
La voluntad inclusiva del Periferia Beat se hace aún más evidente en el primer concierto de la noche. Khalifa Kha Klandestino es un senegalés que llegó a España en patera hace una década. El rap es calle y él conoce perfectamente las de Zaragoza y Barcelona. DJ Mapuche le lanza las bases, un colega le hace segundas voces y uno tercero se le sumará hacia el final con una guitarra acústica. “Banderas, banderas, me parecen feas”, rima en castellano. También improvisará versos en wolof sobre un tema del productor californiano Dr. Dre.
Un borrachito descansa apoyado en el borde del escenario. “Perseguid a los banqueros, no a los manteros”, canta Khalifa Kha. Las dos grafiteras ya han acabado su obra y bailan. Mohammed y Saidi, dos chavales del barrio, llevan un rato mareando al discjockey para que les deje cantar. Así de horizontal e informal es todo en el parque. Y se saldrán con la suya. Cuando vuelvan a casa podrán explicar que hoy debutaron como raperos de barrio: había un concierto en el parque, pidieron cantar y les dejaron dos micros. Al terminar su actuación, el rapero senegalés se dirige a todos los técnicos para agradecerles su trabajo.
El Periferia Beat no busca estrellas que deslumbren, sino artistas que encajen en un festival de calle, que encajen en el parque. Y para esta primera edición han contactado con Los Secuaces, veterana crew barcelonesa de rap underground fundada en el año 97 del siglo pasado. Seis micrófonos para seis cantantes. Un lío de cables. En primera fila, los amigos y familiares filman y recitan orgullosos sus rimas hardcore. Varios hijos de Los Secuaces contemplan la escena desde los cochecitos. “Ya se invertirán los papeles, ya”, exclaman desde el escenario.
Se masca la tragedia
Un indigente no soporta más tanto acople de sonido. Lanza cuatro gritos en italiano y dice que si no lo arreglan nos explotará la cabeza. Tiene razón, pero lleva demasiado alcohol en vena. Al cabo de un rato vuelve enajenado y vacía una botella de dos litros sobre uno de los raperos. Se masca la tragedia, pero los organizadores se llevan al indigente y su carro de muy buenos modos. Son aspectos que hay que tener en cuenta también cuando planeas un evento en el espacio público. Afortunadamente, Los Secuaces son gente de barrio y de paz. “Esto hace diez años hubiese acabado con veinte heridos”, suelta uno de los raperos empapado de bebida. “Pero el hip-hop está aquí para unirnos. Esto ha ocurrido, pero hay que pasar página”, añade. Y justo en ese instante despega el concierto.
Aún tienen que actuar Senyor Oca, trío del vecino barrio de Sant Antoni que cultiva rap de la terra y que aglutinará la mayor audiencia de la noche, pero ya está claro que el Periferia Beat ha sido un éxito en muchos sentidos. Todos los parques de Barcelona deberían organizar un festival así. Para la salud vecinal.
(Publicat el 8 d’octubre de 2017)