El gallinero de la Mercè
Hasta un rincón en el que la sierra de Collserola casi invade la salida de Barcelona por la avenida Meridiana, más allá del Nus de la Trinitat. Hasta allí se ha expandido este año la programación musical de la Mercè en busca de espacios al aire libre donde disfrutar de los conciertos. Y hasta allí llegó el público atraído por el asturiano Rodrigo Cuevas. Tres señoras paseaban por el camino que ladea la Casa de l’Aigua y al oír la prueba de sonido dudaron de si la actuación era de pago o no. Cuando les explicaron que para entrar tenían que haber reservado entrada por internet días atrás arrugaron la nariz, lanzaron un uffff de fatiga y dificultad y siguieron su paseo.
Justo entonces llegó un taxi. Bajaron dos barceloneses y se pusieron en la cola de gente con entrada. Una vecina bailoteaba una muñeira que servía para ajustar la ecualización. “Me quedé sin entrada, pero como vivo aquí delante, me he acercado a ver qué tal”, explicaba. Mientras los que consiguieron entrada tomaban asiento, una voz en off anunciaba que ese edificio modernista fue la primera planta potabilizadora de agua del país y que se podía visitar cualquier día del año. Más de uno estaba descubriendo este insólito rincón de Barcelona. A ellos iba destinado en mensaje de megafonía. Pero, ¿y la gente del barrio de la Trinitat Nova? La vecina que bailaba muñeiras se situó en otra cola, la de la gente que ocuparían las sillas de los que reservaron plaza y al final no se presentaron al concierto. Apenas sobró una veintena de sillas. Una fue para ella.
Zuecos, bata y montera picona
Salió Rodrigo Cuevas de la planta potabilizadora con zuecos, bata roja, montera picona con borlas y caidita de ojos. Pudo haber llegado con un rebaño de ovejas desde de la ladera o lanzándose en parapente desde la torre de electricidad que había tras el escenario y el impacto hubiese sido similar. Un vecino que había salido a pasear a su perrito volvía justo entonces del Mirador d’Aiguablava, oyó música en la Casa de l’Aigua y se detuvo a curiosear. Desde ahí arriba se veía estupendo. Tanto, que decidió que el perrito tenía que verlo. Y lo subió en brazos para que conociese al asturiano.
“¿Estáis bien? ¡Pues gritad como vuestras abuelas!”, soltó este hijo no reconocido de Mercedes Peón y Tino Casal. Y su despendolado magnetismo empezó a surtir efecto. Todos los vecinos sin entrada que asomaron la cabeza por la reja que rodeaba el recinto se quedaron pegados como moscas a la miel. Cuevas es un imán que atrae por igual a modernos de libro que a paisanas del extrarradio. Lo consigue cuando canta y también cuando cuenta historias propias o ajenas: sobre los conflictos internos que él tuvo como adolescente homosexual o sobre esa Rosa Parks asturiana que fue Milia la Miruxana. Cuando el imán de Piloña está en escena, no puedes desviar la vista. “Yo vengo a taichí cada semana y tampoco tengo entrada”, explicaba otra señora del barrio. Y ahí estaba, con las amigas, escuchando, riendo y tarareando sorprendida versos tradicionales que conoció de joven escuchando a Imperio Argentina o tal vez a su abuela.
“Yo entiendo que así sentados es un poco difícil vivir la vida a tope”, asumía Cuevas con resignación. Porque la estampa era la siguiente. En el escenario, esta Grace Jones asturiana. En platea, doscientos disciplinados espectadores inmóviles en sus doscientas sillas. Y fuera, una treintena de vecinos meneando levemente el trasero al son de muñeiras y xiringüelus amorrados a las rejas forjadas de la Casa d’Aigua. Era el gallinero de la Mercè. En un año tan complicado organizativamente, la expansión de escenarios ha permitido, por fin, que la fiesta mayor de Barcelona llegue a muchos más barrios. Otro asunto es que los vecinos de esos barrios hayan podido disfrutar de las actividades. En el Ateneu Popular 9 Barris, para evitar que la brecha digital dejase sin entradas a un barrio duramente castigado por el coronavirus, pidieron al ayuntamiento poder gestionar y distribuir entre el vecindario el 50% de las entradas de los espectáculos circenses que han acogido en su edificio.
Tiraos por el barranco
El de Rodrigo Cuevas fue el típico concierto con tantas anécdotas y momentos especiales que llevaría más tiempo explicarlo que volverlo a vivir. Un espectáculo que funciona en múltiples niveles y en todos te deja boquiabierto porque Cuevas es un radiante animal escénico. Multiinstrumentista de conservatorio, depositario del cancionero de incontables viellas, showman desacomplejado y conferenciante de historias populares. Miel de Babia y labia de vendedor de mercado. “Quiero que al acabar el concierto os tiréis por ese barranco”, propuso en un momento de la actuación, sabedor de que anunciando un concierto de bajona depresiva, el público lo tomaría como un acontecimiento aún más excepcional y prestaría aún más atención a todo el contenido del espectáculo.
Para colmo, aquel día era el aniversario de Cuevas, de modo que parte del público y la organización le cantaron el ‘Cumpleaños feliz’. Y él devolvió el gesto entonando ‘El meu avi’, habanera que aprendió cuando estudiaba en la Esmuc, trasnochaba en la okupa La Makabra y que ya cantó alguna noche en El Llantiol. En esta época de restricciones y miedos, en la que el público con mascarilla y silla asignada no osa levantarse para nada, aquella tarde en la Casa de l’Aigua, en ese rincón de Barcelona donde la sierra de Collserola casi invade las autovías de salida, se produjo un último milagro. Acabó el concierto y todo el público se levantó instintivamente para aplaudirle. Todo, no. Los vecinos que para entonces rodeaban todo el perímetro del recinto, más de sesenta ya, no se levantaron. Estaban de pie porque nunca tuvieron asiento.
(Publicat el 27 de setembre de 2020)