Cultivando la proximidad
La chelista Marina Parellada ha sufrido en primera persona la separación que impone la música clásica entre artista y público. Por eso, su sueño era tener un local donde disfrutar la música en vivo sin distancias artificiales. Hace cinco años abrió La Iguana en una antigua caserna de la guardia civil de Sants. Es un local más parecido a la sociedad recreativa de un pueblo que a un bar de copas de capital moderna. A veces entran curiosos y dudan: ¿es un centro cívico o un club privado? Y a Marina le halaga ese desconcierto. La Iguana es un bar concebido para el barrio. Por eso su agenda de actividades incluye veladas de tango y de blues, pero también un exitoso taller de música para niños y niñas de hasta cuatro años. Su lema ‘Cultura de proximidad’ persigue una doble cercanía: entre artistas y público, sí, pero también entre el local y su vecindario.
El viernes hubo concierto en La Iguana, pero nadie pisó el escenario. Público y artistas se sentaron en círculo en medio del local, parapetados por las robustas columnas griegas que lo sostienen. Se celebraba un discofórum, uno de los encuentros mensuales que el Equip Discofòrum organiza en distintos barrios de la ciudad y en los que cada asistente trae una canción que comenta al resto de personas y luego todos escuchan. Son ceremonias de audición colectiva donde los recuerdos íntimos se imponen a los créditos y a los méritos artísticos. Estos confesionarios musicales son ideales para calibrar el incalculable valor emocional que puede esconder una canción; cualquier canción.
Hazlo con otras personas
El discofórum del viernes tenía una particularidad: cuatro de sus participantes eran los miembros del grupo Seward, que estos días ha celebrado su décimo aniversario con diez conciertos en diez días y en diez ubicaciones distintas. Un periplo que les ha llevado por centro cívicos, bares, naves industriales, asociaciones culturales, salas de cine y de conciertos y restaurantes. Unas ochocientas personas los han visto en este aniversario itinerante, pero la cifra más despampanante son las cuarenta y dos personas y doce colectivos que han colaborado activamente en la organización de la gira. Seward siempre fue más propenso al ‘hazlo con otras personas’ que al lema punk del ‘hazlo tú mismo’.
A esa constelación de alianzas cabe que añadir las personas que intervinieron en el discofórum, pues al participar con sus comentarios musicales dejaban de ser público sin voz y pasaban a ser aliados de esta penúltima actuación de Seward. Y así, esa proximidad, esa ausencia de barreras que persigue La Iguana, se materializó en todo su esplendor. Porque cuando la primera participante, otra Marina, habló de ‘La ingrata’, un ska de los mexicanos Café Tacuba cuya explícita violencia machista ha cobrado nueva y feminista vida con ayuda la de la cantante del grupo Aterciopelados, ella fue la protagonista. Y cuando Pepe explicó que esa romanza de Salvador Bacarisse que le transportaba a los días más negros del franquismo pertenecía a una radionovela que escuchaba de niño, el protagonista fue él.
Cualquier participante del discofórum cautivó al resto en su intervención. Sin micrófonos, focos ni escenario. Pocos conferenciantes profesionales despertarían más interés que esas microponencias al oído. La clientela del bar, sentada en mesas alejadas al círculo, también había aparcado sus conversaciones para escuchar. A Pablo, a Judith, a Pedro… Y cuando no sonaba un vals ecuatoriano del siglo XIX, lo hacían Mercedes Sosa o Lorena Álvarez. Tal vez por el influjo de Pájaros, plataforma que conecta artistas latinoamericanos y peninsulares y que el viernes también fue un aliado clave de esta penúltima escala de la gira de cumpleaños de Seward, la mayoría de canciones seleccionadas esa noche procedieron el infinito cofre del folclor y la canción iberoamericana de ayer y hoy.
Es importante dar las gracias
La particularidad de este discofórum era que los miembros de Seward también comentarían canciones y, además, las interpretarían. Y así vimos al percusionista Juan Berbín bailar un merengue rucaneao venezolano que cantó, su pareja Karen. Y a Pablo Schvarzman abordar con guitarra acústica unas coplas campesinas. Y a Adriano Galante estrenarse en castellano con ‘Amapola’, una delicia de Juan Luis Guerra. Y al saxofonista Marcel·lí Bayer interpretando ‘Thank you, friends’, canción del grupo estadounidense de rock Big Star, como un regalo a sus compañeros por estos años de vivencias juntos. “Es un canto a la amistad. Sé que suena cursi, pero pienso que siempre es importante dar las gracias”. Fue la escena más emotiva de un discofórum algo inusual y que, como el bar La Iguana y los propios Seward, se dedica a tejer esos lazos invisibles, a cultivar esos chispazos en las distancias cortas que nos unen con más fuerza. Al final se trata de lo de siempre: coser y cantar.
(Publicat el 27 de gener de 2020)