Espiritismo a voz y piano
Algunas canciones sonarían incómodas en una sala de conciertos. Su historial turbio y subterráneo haría que, al exponerlas bajo los focos, se requemasen. Es el caso de las maquetas que grabó Pepe Sales en los años 80 y 90 y que nunca hasta hoy habían sido publicadas. Ya tenemos el disco ‘Amor etern alt grup de risc’, pero no tenemos al autor, fallecido en 1994. Su amiga Lulú Martorell las había conservado y ocasionalmente había tocado algunas de ellas en reuniones de amigos. Presentarla ahora en público demandaba un espacio con cierta intimidad.
Ante la imposibilidad de encontrar una okupa con piano de cola, tal vez el lugar donde mejor resonarían los versos de Sales, el lugar elegido es una mansión del Putxet. El pasillo de entrada a la casa es más grande que la sala Sidecar. Al jardín, mejor no acercarse. En la puerta acristalada hacen cola los primeros espectadores. Hay uno que quiere salir. Un responsable de la discográfica le dibuja una cruz en la mano con un bolígrafo: “Aquí todo es muy underground”, bromea, para darle a entender que no tiene el tampón de las salas de conciertos. Pero el término underground no acaba de casar con este casoplón.
Techo de cinco metros con molduras, bustos de mármol, láminas doradas con relieve decorando los pomos de las puertas, bargueños nacarados, imponentes sitiales de sillería de madera esculpida y ese cuadro de un cristo de tres metros observando la mesa en la que se amontonan los vinilos y cedés que se regalan con el precio de la entrada. En el salón, hay unas cincuenta sillas de tijera distribuidas en semicírculo frente a un inmenso piano de cola. Sobrevolando el piano, un candelabro de techo más discreto que el que ilumina el resto de la estancia. El salón es inmenso, con chimenea, pero pronto se quedará pequeño y el público buscará hueco en la escalera de madera que conduce a la segunda planta.
Desde la cama del hospital
El salón parece el escenario de una sesión de espiritismo de película adolescente. Familiares y amigos se han reunido para reencontrarse con el espíritu de Pepe Sales. La primera conexión es a través de su sobrino Martí, que lee un fragmento de su dietario; uno que escribió en marzo del 81 en plena cura de desintoxicación en el hospital. “Tinc un ànsia que m’escanya”, escribió. Y Martí Sales lo relee, lo reinterpreta y lo revive. Podríamos escuchar lecturas del sobrino Sales toda la noche. El escritor y cantante de Els Surfing Sirles podría dar vida, sentido y emoción a un prospecto de Myolastan. Ahora relee una carta que su tío escribió a Lulú. Ella, al fondo del salón, subraya algunos versos con risitas cómplices y susurra comentarios tipo: “Això que deia ara és boníssim”.
Lulú Martorell sigue como cuando presentaba en 1984 el programa musical Pleitaguensam: chupa de cuero y pelo rizado. O como en el posterior Glasnost, donde ya participó activamente Pepe Sales. De este último proceden las filmaciones que ahora inundan el salón. La música suena bien, pero su silueta se desparrama borrosa y abollada sobre las cortinas y portalones blancos de la tribuna en la que está ubicado el piano de cola. Esto es un cine-club espectral.
“Pepe ya ha aparecido. Ahora todo será directo puro y duro”, proclama Lulú. Es hora de escuchar las palabras de Sales en boca de su amiga del alma. Explica la pianista Marina Herlop que “la música no tiene un cuerpo físico pero te conecta con el tuyo”, que es un arte “con sus propias reglas, unas reglas que no se ven”. Martorell es una intérprete aficionada, pero las ha descubierto. No se ha aprendido las canciones. Ha convivido con ellas hasta que se le han pegado a la piel. Algunas eran poemas que con el paso de los años suplicaban ser musicados. Y ahora, frente al piano, no tiene más que dejarlos bailar y caer.
Picos y pajas
El temario de la velada contrasta con la sobriedad del salón, pero hasta el público de más edad, y aquí lo hay de 70 años, encaja estos versos sobre picos y pajas, violaciones y talego, fascinación por los camellos, homosexualidad voraz, martirio, delirio y la libertad total del que se sabe condenado. Algunos giros poéticos despiertan risas. Casi todos los finales estallan en silencios de plomo. Por ahí anda Pau Riba, otro ilustre representante de la burguesía catalana rebotada criado a diez calles de esta mansión. Y el poeta Enric Casasses. Y Pepe Ribas, el fundador de la revista ‘Ajoblanco’. Y el joven músico Bru Ferri. Y el antropólogo Manuel Delgado, al que Lulú dedicará ‘Libre, libre’, otro de esos ‘50 poemes d’amor i droga’ que interpreta como si lo hubiese hecho siempre.
Conforme avanza la noche, los versos de Sales son cada vez menos de él y más de ella. Esa toma de ‘Hola pàtria’ suena hoy más relajada, libre e incisiva que la que grabó para el disco. “Sóc captaire del vist-i-plau dels amics / Renegaire abans morit que polit / Pardal a pics ferit / Mussol de lluna gris / Pardal a pics feliç / Tancat mussol al pis”, picoteaba Sales en el poema ‘Pellaire’. Y Lulú, su abogada plenipotenciaria, corona el poema con una jabonosa guinda que hace sonreír a los más pellejos del lugar: “Mussol, Moussel, Legrain, París”.
De vez en cuando suena el timbre, un timbre de sonido áspero; de casa con sirvienta. Pero nada puede romper el hechizo. Lulú encaja esos versos duros y cegadores como sacos de yeso y los deja caer suavemente como sacos de plumas, cómoda en este triple rol de medium: de usufructuaria de unas canciones ajenas y de experta biógrafa que las ordena por etapas (Barcelona-Mallorca-Vallclara) y las decora con detalles que ayudarán a comprenderlas mejor.
Imaginen una Marianne Faithfull sin pizca de divismo. Una Faithfull que canta en casa para los amigos. Eludiendo todo malditismo; malditismo guasón, si acaso. Recreando versos sobre mono, lujuria, jaco, lefa, sida y muerte con la tranquilidad que le da saber que está dirigiéndose a personas que conocen el planteamiento, nudo y desenlace y no necesitan juicios morales. Con una naturalidad inconcebible en un escenario profesional y artificial. Cuando acabe el concierto, Lulú se levantará y con una mano en la cintura y la otra señalando a lo alto, hacia el omni-ausente Pepe, parecerá el mismísimo Tony Manero.
¿Qué ha sido esto? ¿Un concierto privado anunciado por Facebook? ¿La presentación íntima de un disco único sin apenas prensa musical? ¿Una sesión de espiritismo? ¿La exhumación de un capítulo incómodo del underground barcelonés? ¿Una cena navideña con el ausente bien presente aunque no hubiese que ponerle plato en la mesa? ¿La lectura de un testamento con 25 años de retraso? “Una conjura extraña y bonita”, propuso Lulú. En cualquier caso, la antítesis de un funeral. A menos que fuese uno de esos en los que el personal sale en paz, tarareando esa melodía que ha sonado cuando se llevaban el ataúd.
“Udol, udol, udol, udol…”.
(Publicat el 2 de desembre de 2019)