La historia se repite
Fundada en 1891, la cooperativa obrera La Lleialtat Santsenca tuvo varias sedes hasta que en 1927 inauguró su local definitivo en la calle Olzinelles. No duraría mucho porque tras la Guerra Civil, el edificio pasó a manos privadas. En ese mismo local se instaló la fábrica de turrones Viar, la sala de fiestas Bahía y, en los años 80, la discoteca heavy Rainbow. Se cuenta que, ya en el siglo XXI, cuando el edificio fue okupado, convivían conciertos punk y sesiones dominicales en las que los vecinos de la tercera edad bailaban boleros y demás ritmos de su juventud.
La música es clave para explicar la historia de la Lleialtat, pero también lo son las luchas vecinales y el espíritu cooperativista. El vecindario batalló para que el ayuntamiento, tras desalojarlo, rehabilitara el edificio y aceptara un plan de gestión comunitaria. Desde su reapertura en 2017, es un espacio de usos vecinales y cooperativos en el que participan decenas de entidades y donde la cultura popular juega un papel crucial. Y precisamente este es el lugar que eligió La Sra. Tomasa, formación de sonidos latinos que ha crecido apostando por las dinámicas colaborativas, para ubicar su espectáculo más ambicioso.
Un año haciendo amigos
Desde la edición del disco ‘Nuestra clave’ (2017), La Sra. Tomasa se ha aliado con diferentes músicos de Barcelona para grabar tomas extendidas y en vivo de algunas canciones. El resultado ha emergido en youtube en forma de videoclips y bajo el epígrafe ‘Live Sessions’. Hoy todos esos amigos van a coincidir en el auditorio de la segunda planta de la Lleialtat Santsenca. Música colaborativa en un espacio de referencia para la historia del cooperativismo de Barcelona. Todo cuadra.
El espectáculo, producido en alianza con el festival cooperativo Say It Loud (y todo sigue cuadrando), se desarrolla en un escenario con laterales abiertos para que el público rodee al grupo. “Acercaos a nosotros porque todo esto lo hacemos para acercarnos a vosotros”, anunciará el cantante Pau Lobo al empezar. No hace falta; las doscientas personas que llenan la sala ya se han distribuido alrededor de un escenario sin altura delimitado por una alfombra, unas cintas adhesivas fosforescentes y unos focos decorados con cañas. El detalle con que se ha decorado todo y la inequívoca sensación de velada excepcional nubla la vista. ¿Estamos en un plató de televisión o en el mítico Apolo del Harlem de Nueva York?
Una tarde en la salsoteca
Y empieza la fiesta. “Buah, estoy súper nervioso”, confiesa el cantante. Quiere arrancar, pero el cuerpo no le deja. “Esto va a ser increíble”, añade, mientras la banda prende ya la salsoteca. Por ahí entra el primer invitado, Marcio. Con él entomarán el ‘Calle luna, calle sol’ de Héctor Lavoe y Willie Colón. Este club inventado en la segunda planta de una cooperativa está lleno de veinteañeros, de esos que dicen que solo escuchan trap, pero que rápido se han entregado a la descarga salsera. Cuando el público está caliente, La Sra. Tomasa exhibe sus dotes transformistas y la orquesta se convierte en una banda de dancehall en cuanto entra Sr. Wilson. Y así será toda la velada. Cada invitado aporta un ingrediente y La Sra. Tomasa cocina para resaltarlo. Desiree Diouf trae suntuoso r&b. El rapero Juli Giuliani, rimas jazzy. Adala, su humeante y cálido reggae.
Hablando de calidez: el sistema de ventilación ha fallado y, por mucho que el público baile en manga corta a finales de noviembre, esto es una sauna. En la grada, un tipo se suma al ritmo de la noche percutiéndose el tórax con las manos. Cuando descansa se puede leer lo que pone en su camiseta: ‘Adri, et volem a casa’. El teclista intenta secar con su camisa el sudor que empapa las teclas, pero no hay manera. Y más aún subirá la temperatura cuando llegue Niño Maldito, la ‘Timba negra’ y su trote electrónico. O cuando la trompeta de ‘Ella’ anuncie la aparición de Ahyvin Bruno. Y esta, aprovechando la fogosa conexión del momento, hablará sobre las penosas condiciones laborales de los músicos.
“La pureza está en la mezcla”, ha proclamado alguien en algún momento de la tarde. Y aquí está la batidora tomasera para certificarlo: agitando timba e IDM, reggae y jungle, son cubano y drum’n’bass. Rumba, guaracha y bembé. Apenas cabe un invitado más en el cuadrilátero cuando la mayoría de colaboradores de estas live sessions se unen para entonar ‘El colectivo’, la canción del estribillo clave. “La historia se repite”, corea todo el público. Se repite porque el grupo ya montó un sarao similar en 2018. Y porque su manera de entender la música aviva la llama cooperativista de la Lleialtat Santsenca. Y porque este solo era el primero de los cinco pases programados; todos con entradas agotadas.
La Sra. Tomasa podría haber organizado un gran concierto en una sala con capacidad para mil personas, pero nada hubiese sido igual. “Si algo puedo decir sobre la felicidad es que es compartida”, se ha oído. Y la felicidad de hoy ha sido ampliamente compartida: por el grupo, por los artistas invitados, por el público y por el recinto escogido.
(Publicat el 8 de desembre de 2019)