Tres años de entusiasta clandestinidad
La calle Pallars es un desierto a las ocho de la tarde de un sábado. No pasa ni un alma. Sin embargo, te cuelas por el pasaje de Caminal y todo cambia. Un centenar de treintañeros conversan de sus cosas al fondo del callejón sin salida. Una extravagante verja metálica señala la entrada a los dominios del Hijauh USB? Es la sede de la asociación por la cultura independiente del mismo nombre que esta noche celebra su tercer aniversario.
Han sido tres años de entusiasta y tímida clandestinidad. Tres años de conciertos quincenales, siempre en sábado por la tarde y siempre intentando no acabar más tarde de las diez para no tener problemas con el vecindario de esta zona del Poble Nou prácticamente despoblada. Tres años de fiestas privadas a las que solo se podía entrar asociándose al local. El trámite costaba la friolera de un euro y a cambio te expedían un monstruoso carnet de socio.
El triple concierto de esta noche cuesta cuatro euros. Uno para cada grupo y uno para la asociación. Si no eres socio no puedes entrar. Hasta la fotógrafa de este artículo debe asociarse para entrar. Es la única forma de que esto no pueda ser confundido con una sala de conciertos o con un bar. Decenas de locales organizan conciertos en Barcelona acogiéndose a esta figura administrativa de la asociación cultural. En la barra, otro cartel insiste en ello: sólo se servirá bebida a los socios. Cerveza: euro y medio. Refrescos: uno. Hay salas que no te sirven ni una cerveza por el precio por el que aquí ves a tres grupos.
Afortunadamente, hoy no han venido los 2.900 socios. La habitación del indie tiene unos 35 metros cuadrados y la mitad los ocupan el escenario y la barra. Esto es más pequeño que el camerino de Red Hot Chilli Peppers. Aquí no cabe ni la colección de comics de Daniel Johnston. La barra es un rocambolesco puzzle vertical formado por muebles de madera. Tétrico tetris. El anterior inquilino era un carpintero con muy extrañas nociones de estética.
Casa regional del indie
El escenario está a un palmo del suelo. Lo iluminan tres focos de unos 60 vatios. El cuarto foco se fundió. La mesa de sonido está instalada junto a lo que antaño era una cocina. Nadie se ha animado a desmontar el extractor de humor. Del techo, de apenas tres metros de altura, cuelgan rosarios de banderolas con escudos regionales. Las paredes son el archivo de carteles de los conciertos que ha acogido el local. Cada concierto tuvo su cartel. Es un museo del diseño cariñoso. Sumando carteles y banderolas, esto parece una casa regional del indie. Los lavabos, al fondo, como siempre.
Tras la primera actuación de Alberto Montero, es el turno de Gúdar. Son héroes locales en el sentido más estricto del término, pues varios de sus integrantes gestionan el local. Han logrado escurrirse por un vibrante atajo entre las agonías existenciales de Beef y las proclamas generacionales de Dorian. El público lo corea todo. Todos parecen amigos suyos. “¡Sécate la frente!”, exclama un espectador cómplice. Están empapados en sudor. Alguien les acerca unas servilletas de papel. En el Hijauh todo es así de modesto.
En los dos extremos de este camarote de los hermanos Marx del indie dos cajetines soplan aire acondicionado, pero en cuanto Gúdar acaban su pase toda la gente sale al callejón a respirar. Mientras se prepara la tercera actuación, unos recuerdan anteriores conciertos en el Hijauh de Sr. Chinarro y Fernando Alfaro, otros advierten que la nueva manifestación del infierno en la Tierra se llama Palo Alto Market y otras hablan de sus nuevos compañeros de piso.
Una lección de pop
En el documental ‘Kids used to sing’, un músico de Chicago explica que una de las experiencias más intensas y enriquecedoras que puede vivir un músico es ver actuar a una banda llegada de otra ciudad y comprobar que la suya todavía tiene mucho que mejorar. Pues bien, la actuación de Lawrence Arabia en el Hijauh podría servir de manual de estilo para centenares de grupos españoles. Vienen de Nueva Zelanda. Sí, de Nueva Zelanda al Poble Nou. Y la mitad de público hace callar a la otra mitad porque esto va a ser una lección de pop.
Los más atentos no salen de su asombro. ¡Qué bien suenan en esta habitación en la que lo normal no es sonar perfecto! ¡Qué gloriosas armonías vocales! ¡Qué riqueza de arreglos! ¡Qué agudos! ¡Qué envidia! ¡Pop barroco con un trío! ¿El mejor concierto de indie-pop del año en un zulo de 35 metros cuadrados? ¡Concierto del año! Van cayendo canciones y solo puedes pensar en cosas buenas: en The Apples In Stereo, Roddy Frame, los Kinks…
En primera fila hay un hombre con una camiseta de los Plimsouls. Más atrás, las mujeres bailan canciones que no habían oído en su vida. A ese tipo con gafas le cae una lágrima. Ah, no, es una gota de sudor. El calor te derrite el cerebro. Diría que aquel se ha quitado la mascarilla de oxígeno, jugándose la vida, para tararear el estribillo de ‘Apple pie bed’. Es el último concierto de su gira europea y los neozelandeses se animan a tocar una más. Empiezan ‘Waiting for your love’, pero algo falla. “¡Por fin se equivocan!”, exclama otro espectador abrumado ante tanta exquisitez pop. Una vez más, todo el público corea la canción. Acaba el concierto y James Milne, el cantante, cae rendido al suelo. Feliz y deshidratado, se ducha la cabeza con un botellín de agua. El público también sale feliz y deshidratado. En un minuto, el Hijauh está vacío. Es la ventaja que tienen los locales diminutos; se vacían en un santiamén.
Son las once de la noche y junto al moderno edificio de oficinas que hoy se alza donde estuvo la sala Garatge Club, las instalaciones del gimnasio Anytime Fitness siguen abiertas. A pie de calle, en un iluminadísimo escaparate, varios humanoides queman soledad y calorías pedaleando sobre una bicicleta estática. Ignoran que a cien metros, en el Hijaub USB?, se suda más y mejor.
(Publicat el 2 d’octubre de 2016)