Macromassa vive, la lucha sigue
Una de las posibilidades más impagables que ofrece la música es la de transportarte a lugares insólitos. Las melodías y los versos se encargarán de activar tu imaginación hasta que, zas, emprenderás un viaje a quién sabe dónde.
Pero esa capacidad de llevarte a paisajes desconocidos puede ser incluso literal. Un ejemplo: el dúo Macromassa programó un concierto en un lugar de fantasía. En Barcelona, sí, pero es desconocido para la inmensa mayoría de barceloneses. El recinto de la Escola Industrial es un oasis de pasajes peatonales y edificios modernistas. Uno de ellos es el Colegio Mayor Ramon Llull, residencia de estudiantes que desde 1929 ha acogido nombres ilustres como el poeta Bartomeu Rosselló-Pòrcel. Una huésped más reciente fue la también mallorquina Maria Vadell, filóloga y miembro del colectivo Gràcia Territori Sonor que impulsa el festival LEM. En una reciente visita imaginó cómo sonaría un concierto de músicas experimentales en la imponente capilla modernista a la que se accede subiendo por la solemne escalinata central del edificio. Es un tesoro escondido en pleno Eixample.
Pasaban por aquí
La ceremonia sonora está a punto de empezar. Todos los bancos están ocupados por feligreses del LEM. Quien llegue tarde lo verá de pie. La capilla está a oscuras y apenas se intuyen las vidrieras. Los únicos focos instalados para la ocasión iluminan la pared tras el altar para realzar su inusual curvatura. Abajo, en penumbra, se intuyen las siluetas de Víctor Nubla y Juan Crek, que se acercan con esa actitud tan suya de ‘nosotros sólo pasábamos por aquí’, se dan la mano, sonríen sin exagerar y se sientan frente a una mesa flanqueada por dos monitores.
Enfrentarse a Macromassa es un eterno volver a empezar. Sus actuaciones son directos en el sentido más libérrimo e impredecible del término. La improvisación lo rige todo. Con ojos entornados, cautivo de la arquitectura del lugar, el público se concentra sin apenas esfuerzo en una música que siempre corre el peligro de generar dispersión. La capilla del colegio mayor se revela como un entorno ideal para cultivar la escucha: un espacio de recogimiento, contemplación y admiración que realzará su agreste cascada de sonidos exomusicales.
De repente crees oír un didgeridoo. Y un helicóptero. Y burbujas que estallan con pereza y derraman un líquido gris. Y psicofonías de una orquesta de jazz de preguerras. Pero en el altar solo están ellos dos, cual amanuenses de la Santa Congregación de las Hermanas Cacofónicas. Crek, manipulando botones para sembrar el desorden sensorial y declamando como una deidad del inframundo. Nubla, mirándose el clarinete como si lo acabase de encontrar bajo la mesa, tosiendo sobre su boquilla. Juntos deconstruyen la música y la guían hasta el desagüe de la historia: ritmos intestinales, detritus y magma viscoso.
Pese a su sobrio quehacer sonoro, Macromassa andan más cerca de Tip y Coll que de The Orb. Su circunspección es muy graciosa. Sólo les faltaría un cubata y unos cacahuetes para picar mientras perpetran sus gamberradas. Nubla acerca el clarinete al monitor y desata una sinfonía de acoples agudos que causan escalofríos en las vidrieras policromadas. El fantasma de Bernard Herrmann asoma la nariz intrigado. A ese hombre sentado en el cuarto banco le han caído las gafas al suelo y no se ha dado cuenta. Esa mujer se cimbrea al son de lo que ella percibe como una cadencia rítmica. Difícilmente había nacido cuando Macromassa publicó su primer disco en 1976, como buena parte de las doscientas personas que hoy han acudido a verlos. Todos aplaudirán cuando Juan Crek aclare que el concierto está dedicado a la memoria de Anton Ignorant, tercer miembro de Macromassa durante los años 80, que falleció este verano.
Taquilla inversa por si acaso
Por primera vez, Macromassa ha actuado en el LEM. Algo insólito, teniendo en cuenta que Nubla es el fundador y principal impulsor del festival. Y aún más insólito cuando esto de dirigir festivales con dinero público y colocar grupos de tu empresa privada es tan habitual. Para evitar sospechas de prevaricación, Macromassa no cobra caché por este concierto. El dúo preferido que quien que no pudo o no quiso pagar 58 euros por verlos en el Sónar pueda verlos en el LEM. Y gratis. Eso sí, a la salida hay un bote para recoger donativos. Taquilla inversa para un dúo sin el que no se puede relatar la historia del underground español.
Como proclamaba días atrás un tuitero: “Macromassa vive, la lucha sigue”. La célula durmiente está más activa que nunca tras publicar tres álbumes en la última década. Cuentan que ya tienen otro preparado. Pronto hará medio siglo de su primer disco. Y en 2020 se celebrará la edición número 25 del festival. “Programamos conciertos enteros de músicas que no son canciones y que hacen pensar y sentir y descubrir que la música no tiene límites”, anuncia el programa de mano. Quien desee vivir la sensación de asistir a un concierto en una capilla modernista escondida en pleno Eixample, este sábado tiene otra oportunidad: el LEM programa a la compositora electroacústica turca Tuna Pase.
(Publicat el 13 d’octubre de 2019)