Rumbas de barrio a pleno sol
Al área central de la rambla del Carmel nadie osaría llamarla parque, pues no hay suficientes árboles bajo los que cobijarse cuando llega el verano. Mejor no quedarse ahí cuando el sol pega duro. Son las dos del mediodía y una de las barras de bar instaladas en esa inclemente explanada de cemento durante las fiestas del barrio ha organizado un vermut rumbero. Quieren recaudar fondos para la Unión Deportiva Pastrana, el equipo de fútbol filial del Horta que este año ha quedado quinto en la Tercera División Catalana.
Ya a lo lejos se oyen las rumbas, las palmas y el jaleo. Bajo una carpa de dos por dos está el cantante y guitarrista Mario Roca Bajañí y su amigo Vitín a la percusión. Todos los presentes conocen a Mario. Vive seis calles más arriba, en Ramon Rocafull. Un espectador recuerda cómo alguna vez Mario había ido a su casa a darle clases de guitarra. Otro conoce a Juanito, el vecino que antes enseñó a tocar la guitarra a Mario. “Es un máquina”, coinciden ambos.
El concierto ni siquiera está incluido en el programa de más de cien actividades de la fiesta mayor del Carmel. “No dio tiempo; es una historia larga”, explica desde detrás de la barra Rober, uno de los organizadores. También cuenta que han servido sartená cordobesa de pisto. Los precios son más que populares: bocata y bebida a cinco euros. Cuando Mario sopla el mirlitón, esa trompetilla chirigotera que lleva instalada junto al micro, recuerda a Los Delinqüentes. También se arranca con una versión rumbera de ‘Bailando’; la de Enrique Iglesias, no la de Alaska y los Pegamoides.
Manguerazo de agua fresca
Una malla gris sirve de improvisada sombra para el público. Todo aquí está medio improvisado. Y cuando un fallo eléctrico deja el concierto sin corriente no faltan voces para seguir cantando ni manos dispuestas a reparar el apagón. Tampoco faltan ideas. Un anónimo exclama: ‘¡Pincha la luz a la farola!’. El calor es tan abrasador que Rober decide abrir la manguera y rociar a la gente con agua. Nadie se queja. Todos son amigos.
La electricidad ha vuelto, pero el agua ha llegado hasta los pies de Mario Roca, que recuerda que años atrás un músico murió electrocutado. Hace ya un rato que toca descalzo, así que para evitar males mayores le traen un cartón para mantener los pies en seco. “¿Está el Francis o ya se ha najao?”, pregunta Mario. Francis es un amigo del barrio que lleva una larga temporada viviendo en Galicia, pero que ha vuelto al Carmel para estas fiestas. Francis sustituye a Vitín en la percusión y la fiesta continúa.
Entre canción y canción, Mario evoca los días en que correteaban por La Clota. Suena ‘Compañero’, especialmente popular en el Carmel porque es parte del repertorio de Rumba Alborada, un grupo del barrio. “Muchas veces discutimos, por la vida que tú llevas. No quisiste escuchar y ahora tú pagas condena”, dice la letra. Esa canción cala hondo. Y aún genera más comunión ‘De los malos’, de El Bicho. Todos baten palmas. Todos se saben la letra. Son canciones del barrio. ‘Quiéreme’ es de El Barrio. Dos mujeres se arrancan a bailar descalzas. Son las cuatro y esto no hay quien lo pare.
Se ha acercado al concierto un hombre mayor de cuerpo menudo con una caña rociera para reforzar el compás. Le llaman El Chino. Mario lleva desde la una lanzando cantos a la amistad, al amor, al desamor y al destino. Ya se le agota el repertorio. Ya se le ha roto una uña de la mano derecha. Ya le ha dado una rampa en el brazo. “Esta es la última”, anuncia. “¡Y una polla!”, le responde una vecina. “Esta será la última canción que cante para ti”, dice la letra. Es ‘Lo voy a dividir’, de Siempre Así. Antes de empezarla, Mario recuerda cuando de más joven aprendió a tocarla en el parque del Turó de la Peira.
Nadie quiere irse
“¿Queréis que haga unas bulerías?”, pregunta. “No, Mario, hoy no es tu día”, le suelta otra espectadora. Es obvio que Mario está entre amigos. Y que nadie quiere irse. Un joven, muy probablemente jugador del equipo de fútbol, se anima con unas bulerías. “¿Este se está ahogando o el cante es así?”, pregunta uno, con exceso de veneno. Al joven le sustituye un vecino mayor. “Este canta bien. Y cuanto más cabreao está, mejor canta”, informa un amigo que luce una camiseta de un macrofestival belga de heavy.
Vuelve a fallar la corriente y un espectador, entre el cruce de cables y la euforia, grita: “¡Putos desahucios de mierda!”. No parece que esta vez se vaya a resolver el corte eléctrico. “Pasa la vida”, cantaban Pata Negra. Y ‘Pasa la vida’ canta alguien del público, a falta de electricidad. Mario ya se ha sentado a beber con sus colegas. Un viejete coge la guitarra e improvisa unos toques. Son casi las cinco, pero siguen brotando cantes y cervezas.
Actuaciones como esta son la expresión más genuina de la vida en un barrio barcelonés. Afortunadamente, la fiesta mayor del Carmel no forma parte del circuito de propuestas para turistas. A lo lejos, dos asiáticos están retratando con sus descomunales Nikon la deshidratada rambla. No es un espejismo. Seguramente bajan despistados del mirador de las baterías antiaéreas. Uno lleva una bolsa de tela de la Bienal de Arquitectura de Venecia.
(Publicat el 17 de juliol de 2016)