Como si tal y cual Pascual
Hace poco más de dos años, el barrio entero se plantaba a las puertas del recinto de la fábrica Fabra i Coats, cerrado y custodiado por la Guardia Urbana y los Mossos d’Esquadra, para reclamar la conversión de uno de sus edificios en sede definitiva del Ateneu L’Harmonia. Una pancarta preside hoy el edificio: ‘Obrim fronteres: Volem acollir’. Dentro, hay una exposición fotográfica sobre Kobane, la ciudad kurda en territorio sirio que plantó cara al ejército del Daes. En las mesas, dos jóvenes juegan al dominó y cuatro abuelas, al Rummikub. Juegan para tener algo entre las manos, pero, sobre todo, conversan.
El Ateneu L’Harmonia se está convirtiendo en un centro de reunión para el barrio de Sant Andreu del Palomar. “Teixim comunitat”, reza un mural en el que aparecen varias trabajadoras de la antigua fábrica textil. Y no debe existir actividad cultural más adecuada para tejer comunidad que la música en vivo. L’Harmonia es prácticamente el único espacio del barrio y del distrito que programa conciertos. Hablamos de un distrito con 150.000 habitantes.
Quatre de Fresques
La semana pasada el ateneo organizó un ciclo de cuatro actuaciones al aire libre, el Quatre de Fresques. El escenario, de apenas cuatro palmos de altura, estaba situado en un callejón anexo a L’Harmonia, entre la sala de máquinas de la fábrica y la sede de la Germandat de Trabucaires, Geganters i Grallers de Sant Andreu. Enfrente, los barracones grises e impersonales que sirven de escuela provisional y que el barrio quiere que desaparezcan para siempre.
L’Harmonia ya es un punto de reunión del barrio. Falta un rato para que Xarim Aresté salga a cantar y ya hay más público del que suele acudir a un concierto del de Flix en una sala comercial. Hoy la entrada es gratuita, claro, y hay tantos seguidores como curiosos. Unos pasean perros; otros, bebés; otro, una bolsa con un hule de plástico recién comprado. En la barra venden coques de recapte, gambas marinadas y quiches y croquetas caseras.
‘Piti’ y pipi
La sola idea de poder ver un concierto a las ocho de la tarde, en tu barrio, mientras te comes unas fabulosas croquetas de carn d’olla da una dimensión nueva al hecho de ir a un concierto. A la mayoría de músicos la tensión les cierra el estómago, pero el ambiente es tan relajado que Xarim se zampa dos croquetas 10 minutos antes de actuar. Cuando le preguntan si puede empezar en cinco minutos responde: “Sí, piti y pipi”. Traducción: tiempo suficiente para un cigarrito y una visita al baño para orinar.
Aresté está ciertamente parlanchín. Reconoce que hace una hora y media estaba dormido y ha sido su técnico de sonido el que le ha puesto en marcha. Aclara que lleva pantalones de payés porque todos los demás los tiene sucios, pero que, considerando que él viene de las Terres del Rebre y hoy actúa en un pueblo de Barcelona, le quedan bien. Un espectador ya adulto luce una camiseta del grupo Grateful Dead. Xarim le señala y lo celebra. Xarim charla y canta con igual naturalidad. Com si tal i qual Pasqual.
Una ‘borrassa’ en la Fabra
Hace ya diez años que Aresté vive en Barcelona, pero nunca había estado en la Fabra i Coats. “Sou d’aquest poble o veniu de la ciutat?”, pregunta el de Flix, al ver que el ambiente no parece el de un concierto en Barcelona. Algún vecino descubrirá hoy sus canciones y, de igual modo, él descubrirá Sant Andreu. Él probará la cerveza artesanal Secrets de Linyola de El Clot y los urbanitas aprenderemos que una borrassa es esa red que se pone bajo los olivos para que cuando golpeen las ramas con las varas y caigan las aceitunas, no se pierda ni una. Salir a cantar es enseñar y es aprender. “De poble en poble, ofici noble”, dicen los de La Troba Kung-Fú, con más razón que un sabio.
Dice Xarim que cantar una canción nueva es como cabalgar un potro salvaje: no se deja dominar tanto como lo hace un caballo ya domado. Pero se diría que a Aresté nunca le ha gustado que sus canciones estén domadas del todo. El público que conoce su repertorio puede percibir perfectamente cómo pellizca la guitarra con un nervio distinto o cómo exagera un agudo para resaltar esa palabra. Al final de ‘La cançó de la Bulma’ (de ‘Bola de drac’), canta: “Amb la teva absència el meu cor és trist”. Pero pronuncia trist con acento inglés: chruist. Como lo haría su amigo Paul Fustér. Y todos reímos.
Pasa el rato y el cantante se va metiendo al público en el bolsillo con su manera de recomponer las canciones, que es como reordenar un estante o volver a explicar una misma historia, pero poniendo el acento en otras anécdotas, en otras palabras, en otros detalles, en otras notas, en otras sílabas. Los hombres observan atentos. Varias mujeres susurran las letras. Un perro muerde una botella de plástico. Es el único ruido que estorba la interpretación de ‘Bon vent’. Su voz y su guitarra, amplificadas a un volumen nada excesivo, se cuelan por las ventanas rotas de la fábrica, se expanden hacia el fondo del callejón donde unos jóvenes juegan a fútbol sala y se escapa por el pasillo principal. Una pintada recuerda que el barrio de Sant Andreu no aceptará que las obras de la escuela no estén acabada para septiembre.
(Publicat el 10 de juliol de 2016)