El pogo feminista
Estamos acostumbrados, muy desgraciadamente acostumbrados, a acudir a festivales en los que no actúa ni una sola mujer. Y a otros en los que apenas hay mujeres en el público. El Ladyfest Barcelona ha demostrado este fin de semana, como hizo el año pasado el festival de hip-hop feminista La Rima, que existe un público para estos eventos; un público entusiasta, agradecido, participativo y que, por supuesto, trasciende la militancia feminista.
El primer gran éxito del Ladyfest Barcelona no fue de público, sino logístico. Instalarse en la Nau Bòstik, una fábrica en desuso junto a la estación de tren de La Sagrera, ha sido un acierto. Es un espacio inmenso con zonas al aire libre y varias naves semiabiertas para ubicar los distintos escenarios y, en su caso, también una exposición de arte feminista. A destacar, en esta última las piezas textiles del Grup de Mitja Subversiva, resignificando una práctica tan presuntamente apolítica como reunirse a coser y conversar.
Pero, ¿qué sucede en un festival en el que todas las protagonistas son mujeres? La primera respuesta, como espectador masculino, sería esta: nada especial. Hay conciertos más entretenidos que otros, como en todo festival. Descubres grupos que merecerían más visibilidad como Meconio, Las Odio o Las Ovarios; estas últimas tocaron en una de las fiestas previas al festival. Y percibes que en el éxito de alguna sesión, como la de DJ Mini Ovni, influye la fuerte identificación de público con su repertorio; aunque es muy normal que te exciten más las canciones que mejor te representan.
Más allá de los conciertos, sí llama la atención el contenido de charlas, conferencias y talleres. Ahora que hasta los festivales teóricamente alternativos son embudo y motor de las prácticas neoliberales más nocivas, el Ladyfest es el más politizado y contracultural que se ha visto en mucho tiempo en esta festivalera ciudad. Aquí no se presentan apps para aumentar beneficios, sino que se habla de cómo recuperar el espacio público, de cómo visibilizar colectivos minoritarios, del arte como bien común…
Y, atención, se convive con la autocrítica. El viernes, el programa de radio feminista Sangre Fucsia se desplazó desde Madrid para entrevistas en la Nau Bòstik a tres responsables del Ladyfest y su primera pregunta fue sobre la ausencia de actividades sobre sexualidad y deconstrucción del cuerpo. Así nació un debate no previsto que empujó al festival a reflexionar sobre ello y tomar nota. Vamos, que no se les retiró la acreditación.
A bailar como tú sabes
Pero, ¿realmente no hay ninguna diferencia en un festival protagonizado por mujeres? Sí, claro. Para empezar, entre el público había muchísimas más mujeres de lo habitual. El sábado acudió mucho público masculino a los conciertos programados en La Capsa de El Prat del Llobregat, pero nunca llego al 50%. Y la primera fila siempre fue de ellas. Bailaban con una soltura y libertad inviables en muchas discotecas porque sabían que aquella noche estaban en territorio Ladyfest y no llegaría un machote a entrometerse e incluso a propasarse. Muchas mujeres denuncian que no pueden bailar como quieren en muchísimos espacios porque siempre habrá hombres convencidos de que pueden acosarlas cómo y cuando les apetezca.
Cuando Las Odio anunciaron ‘el pogo feminista’ de las asturianas Chiquita y Chatarra, la primera fila de La Capsa se transformó en un polvorín saltarín. A diferencia de muchos pogos masculinos, donde algunos hombres intentan demostrar lo fuertes que son, este pogo era un ir y venir de risas y carcajadas. Tal vez alguna facción feminista radical vea aquí la reproducción de estereotipos rockeropatriarcales, pero, desde luego, en ese pogo no se percibía odio ni la necesidad de desahogarse de las tensiones de la semana. Era un pogo de celebración y hermandad. No había nada por lo que competir.
¿Loba o Lagarta?
En la barra de La Capsa se vendía cerveza artesanal. Cuando la pedías, te preguntaban: ¿Loba o Lagarta? Eran los dos modelos de cerveza a la venta. Y de las dos agotaron existencias antes que saliera la venezolana Isamit Morales. Una lástima porque su explosiva sesión de global bass era de las que excitan y disparan el consumo de alcohol. Música de alto voltaje y potentes bajos, tan bailable que a la propia Isamit le saltaron varias veces los auriculares de la cabeza mientras daba rienda suelta a sus coreografías.
La euforia por todo lo conseguido estos días en el Ladyfest se desató en el set final del valenciano Underground Female Collective: drum’n’bass del bruto. Y esa euforia se mezcló también con problemas de última hora como la doble cancelación del vuelo de la inglesa Lesley Woods, que obligó a trasladar su actuación al domingo en el centro social ocupado L’Astilla de L’Hospitalet. El sinfín de anécdotas y vivencias acumuladas daría para montar otro ciclo de conferencias. De hecho, de la mesa redonda sobre autogestión feminista saldrá una memoria para que quien lo desee pueda poner en práctica algunas de las experiencias compartidas allí.
A diferencia de muchísimos otros festivales, en un Ladyfest los conocimientos adquiridos no son un secreto a guardar bajo llave, sino un tesoro a compartir. Cuesta creer que con todo el aprendizaje acumulado en un año de asambleas, con el éxito de público cosechado, con las amistades e ideas que habrán surgido estos cuatro días y con la cantidad de mujeres que se habrán acercado por primera vez a un evento de estas características, no se vaya a celebrar otro Ladyfest en Barcelona. En 2017, 2018 o cuando sea.
(Publicat el 26 de juny de 2016)