Un vagón de tren llamado la Saltó
Algo raro pasa en la calle Blesa a la altura de la Bodega Saltó. Son las ocho de la tarde y no para de llegar gente con botellas de aceite. Explicación: el concierto de esta tarde no es gratuito, sino que el precio sugerido de entrada es una botella de aceite de un litro. La recaudación se repartirá entre las familias más necesitadas del barrio del Poble-sec.
En la terraza de la bodega está sentado José Luis Cánovas, alias El Tigre. Es el dueño del local. Lo compró con el cambio de siglo a su antiguo propietario, pero la bodega existe desde principio del siglo XX. El Tigre anda con bastón, lo cual le confiere aún más aire de patriarca. Se le acerca un amigo y le regala un tarro de paté casero de ciervo. No es un cliente cualquiera: es Madjid Fahem, el guitarrista de Manu Chao. Su amistad es tal que a veces El Tigre hace de canguro para Madjid. Son amigos dos del barrio.
Madjid actuará esta noche junto a Joan Garriga, líder de La Troba Kung-Fú. Son pareja habitual en este bar que ha celebrado mil trescientos conciertos antes de que el ayuntamiento lanzara la circular que legaliza su situación y que seguirá programando música y siendo punto de encuentro para la gente del barrio. Hoy llega público (y botellas de aceite) de toda la ciudad. Los pases de Garriga y Fahem en la Saltó son famosos. Es lo más parecido a viajar en el vagón de madera de un tren sin frenos y centenario como esta bodega.
“Bona tarda, Poble-sec! Bona tarda, tabernícoles!”, grita Joan Garriga. Su característica gorra parece hoy la de un maquinista ferroviario. Y el tren echa a andar. Aquí no hay técnico de sonido así que Madjid autogestiona el volumen desde la mesa que tiene al lado. Tampoco hay camerinos, así que Garriga cuelga la chaqueta en el respaldo de su silla. “Calor, calor, que em falta calor, acosteu-vos una mica, per favor”, reclama con aires rumberos. Y el público se arrima hasta cercar a los músicos por completo.
No es muy habitual tener que apartar un barril para hacerte un hueco y ver un concierto, pero la bodega está tan abarrotada que el público tiene que llevar la cerveza a los músicos. Está tan abarrotada que a la media hora Garriga ya tiene toda la espalda empapada en sudor. Tan abarrotada, que algunas espectadoras se suben a las sillas para ver y bailar mejor. Tan abarrotada, que alguien descubrirá en un altillo una decena de cartas con los precios del local y las repartirá para que el público se abanique; los unos a los otros. La gente se quita toda la ropa que puede dentro de la legalidad vigente.
Estando en una taberna tan cerca del puerto, Garriga aprovecha para cantar ‘Les rondes del vi’ de Jaume Arnella. Pero, a lo largo de la noche, además de las canciones de La Troba Kung-Fú, también sonarán versiones de Bob Marley, de Mocedades (¡’Amor de hombre’!), de Harry Belafonte, de Radio Tarifa… También arremeten con una polka norteña. Un mexicano del público se siente febrilmente integrado en la juerga, aunque duda si la canción es de Los Tigres del Norte o de Los Tucanes de Tijuana.
Acordeón lesionado
El ritmo sigue subiendo y también, la temperatura. El traqueteo del tren es cada vez más vertiginoso. Tanto, que el acordeón de Garriga causa baja por lesión. Una pieza se ha despegado y hay que cambiar de acordeón. Pero, y no es exageración, la humedad del ambiente es tal que ni la cinta americana que debería pegar el cable del micrófono al acordeón funciona. ¡Hace tanto calor que no engancha! Son, son, son pura maldición. ‘Cançó del lladre’ y ‘Volant’ provocan que este abarrotado Expreso del Paral·lel descarrile de júbilo. ¡Más madera! La bodega del Poble-seec parece una taberna vikinga. Por cierto, en la calle no se oye absolutamente nada.
“Canteu més fort, més fort! Així El Tigre i la Colau ens deixaran tocar fins les dotze!”, exclamaba Garriga hace hora y media para calentar al personal. Pero son las diez y hay que terminar. Balance del concierto: 130 litros de aceite y un acordeón lesionado. Lo peor es que Joan Garriga ha olvidado traer camiseta de recambio y va empapado. Lo mejor, que un amigo de entre el público le presta una. Otra escena típica de la Saltó.
No estaría mal que hubiese bodegas con tanta vida musical en cada barrio y en cada pueblo. No sería un mal plan de entre semana. Salir empapado de sudor de un concierto un miércoles por la noche. Eliminar toxinas, reír y bailar. Llegar reventado a casa. Darte una ducha y después dormir como un tronco. Y al día siguiente, como nuevo.
(Publicat el 22 de maig de 2016)