Playa, sol y rock’n’roll
Si en vez de andar 70 veces el quilómetro y pico que separa los extremos más alejados del Primavera Sound, caminas en línea recta y dirección sur, llegas al Camping Arc de Barà. El ambiente es mucho menos estresante. Los niños se bañan en la piscina, no hay cola en el súper y solo de vez en cuando te cruzas a alguien. ¡Qué casualidad! Por ahí va un tipo con camiseta del bar Barbara Ann. ¡Carai! Una mujer con mallas de leopardo y camiseta de los Cramps.
Aquí pasa algo raro. ¿Otra campista con camiseta de los Dwarves? ¿Y ese tipo con la cabeza tatuada? La explicación es aún más chocante que este desfile de personajes con pintas rockeras. Darren Ward, un inglés residente en Suecia, organiza desde 2012 un festival de sonidos garajeros y cavernícolas en este camping de la Costa Dorada. Tras dos ediciones en Pineda de Mar, peinó todo el litoral catalán con google maps hasta que dio con este de Roda de Berà. Bienvenidos a la octava edición de la terrorífica Munster Raving Loony Party.
Desmadre en familia
Estos días el Camping Arc de Bará hospeda bandas de Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Y público de Suecia, Alemania, Dinamarca y varios rincones de España. También hay una delegación canadiense y un grupo neozelandés. Todos componen esta gran familia garagera. De hecho, algunos vienen con la familia. A Darren le acompaña su mujer y sus tres hijos. “Es un festival familiar. No tenemos ni seguridad”, celebra. Lo más intimidante que hay a la entrada de la cantina de madera de los conciertos es un gran jefe apache de cartón-piedra.
Un niño de ocho años atiende fascinado la primera actuación del sábado. En escena, Mossèn Bramit Morera i Els Morts. Vienen desde Valencia con sus levitas, sus pantalones de cuero, sus levitas y sus sombreros de copa. Traen un directo apabullante y delirante que mezcla electricidad, odas anticapitalistas y humor negro. Ese que alza el puño entre el público es Xavi Vendrell, cantante del grupo BB Sin Sed. Es un fiel del festival. Asiste cada año y se queda los tres días. “Es de los pocos tesoros que quedan”, celebra. Frente a una industria que potencia los macroeventos masificados, esta fiesta retro del desmadre chiflado mantiene su tamaño modesto y sostenible. Un escenario, 14 conciertos y poco más de 200 espectadores. Sin espónsores, sin dinero público y sin pérdidas.
Y el mar a cien metros
La playa está a solo cien metros, pero pocos se animan a visitarla. Un tipo con camisa negra y pantalón negro sale decidido tras el primer concierto. El sol aún baña el paisaje. Cuando está a tres pasos de la arena, mira el horizonte, inspira la brisa marina y da media vuelta. Las inglesas Ye Nuns toman el relevo. Las seis llevan una soga al cuello. Incluso, la cantante, disfrazada de monja. No en vano tocan versiones del grupo proto-garajero The Monks. La ‘monja’ del banjo es, sorpresa, Debbie Smith. En su otra vida tocaba en el grupo indie Echobelly.
La cantina está llena cuando sale The Gravemen, el dúo del organizador del sarao. “¡Cuántos viejos amigos! ¡Y cuántos nuevos! ¡Fantástico!”, exclama. Se arma el primer pogo de la jornada. Una reproducción gigante de la cara de Herman, el patriarca de ‘La familia Munster’, bendice la escena con su sonrisa bonachona. Son como niños, parece suspirar. La clientela del camping también está sintiendo la llamada del rock y un abuelo con bigote estilo Josė Luis López Vázquez se ha colado a ver qué pasa con su nieto de un año. Le quiere explicar qué es una batería. Cada vez que Darren golpea los platillos del charles, ese cráneo de plástico blanco que ha colocado encima da un saltito de alegría.
El grupo estrella de tan disfuncional firmamento es Ug & the Cavemen. En los años 80, estos ingleses ya paseaban su revival garajero trash y su estética Picapiedra. Han vuelto a enfundarse el traje de piel de león recién cazado y tres niñas los espían desde un lateral agitando la mano en plan: ‘ufff, qué fuerte’. No ves cada día señores que podrían ser tus abuelos gritando como orangutanes. Las tres aplauden a rabiar cuando al final de cada canción. A la salida, un calavera del puesto de merchandising les regalará tres chapas de los Cramps.
Desde el colon del mundo
“¡Venimos del colon del mundo!”, proclama la neozelandesa Labretta Suede. Y su grupo, Motel 6, va a poner la cantina patas arriba, cabe añadir. El abuelo del bigotito López Vázquez ha vuelto con toda la familia. Hay un tipo con cabeza de caballo bailando y relinchando. La primera fila es un maremoto de avalanchas que derriban los altavoces. Los roqueros más maduros y cocidos caen al suelo. “Sed cuidadosos con el viejo grandote”, exige Labretta. Lo levantan y sigue la fiesta. Este cuarteto es una apisonadora. El de hoy es el noveno concierto de su gira española y les quedan 15. Los próximos, en Tarragona y Salou. Aquí no se firman exclusivas. Pese a su fascinación por la muerte, este festival deja vivir.
Es medianoche y en la jornada central del Munster Raving Loony Party han actuado 13 hombres y ocho mujeres. La batalla por la igualdad de género también se libra en festivales aparentemente en la edad de piedra como este. Y todas las discjockeys que pincharán el resto de la noche son mujeres. Así es desde el primer año. Frente al mar, el El Chiringuito de Pepe, la clientela apura sus mejillones sin saber que una afable horda de ahijados de la familia Munster ha transformado el camping vecino en el cementerio más rockero de Europa.