Lamentos kurdos en el monasterio
No es muy habitual cruzarte, camino de un concierto, con montañas de troncos talados, ciclistas pedaleando tranquilamente entre baches y familias paseando entre los pinos. Pero así son los sábados por la tarde en el Parc de la Serralada de Marina, pulmón verde que se abre al norte de Badalona y Santa Coloma de Gramenet. Echando la vista atrás, aparece el Mediterráneo. Azul y verde. Mar y bosque. Todo, a solo 10 minutos a pie de la bulliciosa B-20. Y esa construcción imponente que asoma por allí es el Monestir de Sant Jeroni de la Murta, un edificio gótico del siglo XV que aún hoy ejerce de espacio de reposo religioso.
Aquí no hay cobertura de móvil. A los pies del monasterio se extiende el huerto donde cultivan las frutas y verduras que se venden los fines de semana. En el claustro hay un rótulo de madera: ‘Esteu en un monestir. Respecteu el silenci’. En la antigua cocina, varios productores del parque exponen viandas y bebidas. Forman parte de la iniciativa ‘Parc a la Taula’ que promociona la productos de proximidad. Un cuadro de la Última Cena preside la capilla donde se celebra misa. ‘Preneu i mengeu-ne tots: això és el meu cos’, reza la pintura. este insólito escenario acoge hoy el primer recital del ciclo ‘Música als parcs’.
Inspiración, energía, salud y paz
Suenan las campanas. Siete de la tarde. El coordinador de la Xarxa d’Espais Naturals de Barcelona presenta el programa reivindicando los parques como algo más que la suma de su flora y fauna. Los parques también los conforman las gentes que los habitan y pasean. Los parques han sido y son fuente de inspiración para los artistas. Y también aporta energía, salud y paz. Paz… El concierto de esta tarde quisiera hablar de la paz, pero su protagonista proviene de un rincón del planeta en permanente lucha por su subsistencia cultural.
Gani Mirzo es kurdo, lleva casi tres décadas instalado en Catalunya y hace unas horas que ha aterrizado de Siria, donde colabora con varios campos de refugiados. Trae buenas noticias: las milicias kurdas han derrotado al ejército de Estado Islámico. Dicho esto, interpreta una pieza instrumental que dedica a las mujeres kurdas que han sufrido durante años el terror de Isis. Las notas que brotan de su oud no suenan a victoria, sino a lamento sanador. Tal vez se haya ganado la guerra, pero lo que Mirzo pide con su música es que esas mujeres puedan recuperar su vida. Y eso puede llevarles toda una vida.
Al lado de Mirzo está la argelina Neila Benbey. Y junto a ella, el guitarrista flamenco Juan José Barreda. Llevan años tocando juntos. En su repertorio no se percibe colisión cultural. El sutil ventilador rumbero de Barrera, los melismas de Neila y el punteo áspero de Mirzo avanzan al unísono como barcas mecidas por el mismo oleaje. No hay fusión o tensión. Solo una naturalidad ancestral y la conexión instintiva de las músicas surgidas del mismo entorno: el Mediterráneo.
En ‘Marfa’ uno cree detectar lejanísimos de ‘La tarara’. Luego dedicarán unas danzas de libertad al pueblo kurdo y catalán. Y esos versos que evocan el dolor que supone la ausencia del ser amado no pueden sonar más universales. Mirzo con su oud, Barrera con su guitarra y Neila con su voz derraman en este absorto monasterio de Sant Jeroni de la Murtra, en plena Serralada de Marina, unos arabescos flamenkurdos que cautivan y desarman al público poco a poco.
Serenidad panmediterránea
Los tres visten de negro. Corre el rumor de que Neila está acatarrada, pero su timbre agudo avanza con una nitidez escalofriante en piezas como ‘Sharazad’, compuesta para un montaje de Els Comediants. Algunos espectadores siguen el concierto de pie al fondo de la capilla. Hay huecos libres en los bancos, pero prefieren no molestar a los que están sentados. Nadie osa quebrar el hechizo, el turbador silencio que ha impuesto esta música serena y panmediterránea.
Al acabar el concierto, la gente aplaude en pie. Algunos aúllan. Es por la música. Pero también, por el entorno. Y por el paseo hasta llegar al monasterio. Todo, incluso el kilómetro y medio de pista forestal, forma parte del concierto. Y no son pocos los que se han apuntado a la excursión musical. “¡He contado 120 personas!”, asegura un hombre en la entrada. El éxito de convocatoria ha sido totalmente inesperado. Y ún más desbordados están los responsables del Obrador de Gramenet; han vendido toda la coca de verduras en un santiamén.
Los responsables del monasterio recolocan los bancos para la misa del domingo. Fuera ya es noche cerrada. Cielo estrellado y ese silencio oxigenante y sanador inviable al salir de un concierto en la ciudad. Esta primavera el ciclo ‘Música als parcs’ ofrecerá cuatro conciertos más en otros tantos parques de la provincia de Barcelona. Cuatro escenarios insólitos en los que conectar con la naturaleza a través de la música y viceversa.