Nada frena a un buscavidas
El coronavirus ha paralizado por completo el circuito de conciertos de este país. Todos los músicos llevan meses encerrados sin tocar ni generar ingresos. ¿Todos? No. A las afueras de una pequeña aldea llamada Sant Pere de Torelló, un cantautor barcelonés sigue actuando como si nada. Ofrece tres conciertos cada semana y los retransmite vía streaming gracias a la milagrosa red inalámbrica de Mas Pedroses, la casa rural en la que está pasando el confinamiento.
Si alguien creyó que una pandemia capaz de generar una crisis económica mundial sin precedentes acabaría con El Sobrino del Diablo, se equivocaba. Haría falta algo más contundente: que un meteorito cayera sobre su cabeza, que un rayo que lo partiese en dos o que un ejército de pirañas le mordiera los brazos cada vez que intentase coger la guitarra. Y aun así, se las apañaría para tocar con el meteorito por sombrero, medio cuerpo calcinado y las pirañas haciendo coros. Hablamos de un tipo que lleva años sobreviviendo única y exclusivamente con sus canciones. ¿Cómo? Tocando doce días al mes desde 2002.
¿Conocen un bar en el barrio de Sant Antoni llamado El Nostre Secret? ¿Y La Revolta de El Clot? ¿Y la cafetería Monty’s de Horta? ¿Y el restaurante mexicano El Aguacates del barrio de Porta? ¿Y La Terrasseta de Montbau? ¿Y el Ruta 66 de Sant Andreu? ¿Y la peluquería La Perrockia de Sant Gervasi? En todos estos locales, y más, actuó El Sobrino del Diablo en 2020 antes de la llegada del coronavirus. Esto, en Barcelona. También había tocado en Vilafranca del Penedés, Collbató, Tiurana, Rosselló, Organyà, Viladecans, Sabadell, Sant Celoni, Cardedeu, Santa Coloma de Gramenet… Y en Soria, Logroño, Madrid…
Este año había realizado 28 conciertos cuando se decretó el estado alarma; más de los que suman muchos grupos de este país por temporada. Algunos están mejor pagados que otros. Pero él los encara todos como una posibilidad de que lo vea alguien y le ofrezca otro concierto. Así ha amasado una infinita agenda de locales. Esta dinámica quedó truncada el 13 de marzo. Ese día se canceló el pase del Centre Cívic La Sedeta; precisamente uno bien pagado. Para colmo, en enero se había mudado a los pies del Puigsacalm. El confinamiento no le ha podido pillar más lejos de los escenarios que frecuenta.
Cada martes, jueves y sábado
El primero domingo de confinamiento, El Sobrino del Diablo actuó vía streaming en el festival virtual Panxing Fest. Jijí-jajá, pero no ganó un euro. Y no puedes tocar gratis si todo apuntaba a que el parón sería largo. Sobrino, sí; primo, no. Al día siguiente trazó el nuevo plan: consistiría en seguir tocando tres veces por semana como lleva haciendo los últimos 20 años. Haría conciertos cada martes, jueves y sábado por streaming y utilizaría su número de teléfono para recibir donaciones. Los días que lo filma Marta, su compañera, muestra su número de móvil escrito en un tronco de árbol. Si está solo y retransmite en modo selfie, muestra el mismo número, escrito al revés sobre una caja de fichas de dominó. Hablamos de un tipo obstinado y con recursos, mezcla de Profesor Franz de Copenhague del ‘TBO’ y vendedor de pócimas milagrosas del lejano oeste.
Juan Gómez González, este es su nombre real, no se anda con metáforas. Debe pagar una hipoteca y mantener a dos hijos. Así lo explica en sus conciertos y así lo asumen sus fieles, adictos a sus modos de monologuista y trovador. Con la humildad y discreción que ha caracterizado su carrera, El Sobrino del Diablo ha toreado el coronavirus por todo lo alto. El confinamiento le ha obligado a cancelar 28 conciertos en estos tres meses, sí, pero él ya ha ofrecido 33. Apenas se conecta una treintena de personas a cada recital, pero una de cada tres aporta dinero. Muchos sueltan diez euros. Suficiente para subsistir en esta etapa tan crítica en la que, eso sí, ahorra en gasolina y horas de carretera.
El sábado volvió a insistir a quienes estén afectados por ERTEs o se hayan quedado sin trabajo que no diesen nada, pero recordó al resto que los músicos están viviendo la peor crisis del último siglo. Y eso que él vivió la de 2008. Para ilustrar los gajes de su oficio narró su parábola del músico precario: ‘Por la pasta’. Luego cantó esa otra en la que dice: “Jo vull ser teloner del Quimi Portet i sortir abraçadets per TV3”. Sin nadie que le parase los pies, estrenó ‘Hacerse el feminista para ligar’, versionó a los Proclaimers, citó a Amaral y a Freddie King. De vez en cuando, Marta improvisaba nuevos encuadres para amenizar el concierto con los paisajes que rodean la masía e improvisaba algunos coros. Y en cuanto acabó el recital, el cantautor confinado tomó nota de hasta nueve canciones que le solicitó el público para el próximo pase, el del martes.
“Gracias por ayudarme a seguir viviendo de mi música una semana más”, dice antes de despedirse. Su idea es seguir con los conciertos en streaming en junio. En julio, y si nada lo impide, ya tiene cerradas actuaciones en varios locales de Barcelona. Y en septiembre, para cerrar el círculo coronavírico y zanjar el enésimo obstáculo en la carrera de este obrero de la música, Marta quiere montar un festival en Mas Pedroses: el Ruc & Roll Fest. Por supuesto, actuará El Sobrino del Diablo, cantautor buscavidas y terco como una mula.