Maig di Gras

Y Nueva Orleans se instaló en Borriana

¿Imaginan salir del mercado cargados con la compra para el fin de semana y toparse con una banda de músicos que tocan el Sexual healing de Marvin Gaye? En plena calle, sí. Con trombones, tubas, trompetas, bombos, cajas y un cantante con un megáfono. Y también por los pasillos del mercado. Así fue como los ciudadanos de Borriana supieron que el festival Maig Di Gras había empezado. Los músicos en cuestión eran la 40 Funk Brass Band, una formación valenciana que ameniza fallas, carnavales y todo tipo de festejos mediante un repertorio con un marcado sabor al jazz de Nueva Orleans.

El efecto natural de la música en plena calle es lo más pedagógico que existe para demostrar que la música no es un problema de civismo sino un valor cultural. Sirve más esto que mil manifiestos. Conforme la 40 Funk Brass Band avanzaba por la calle de la Tanda, comerciantes y transeúntes esbozaban una sonrisa de satisfacción. Una niña montada en un cochecito a monedas de la pastelería Angulo bajó y se puso a bailar. Un gesto más que simbólico, ya que el cochecito a monedas era de policía.

Un hombre bajito de acento andaluz y pelo blanco se arrancó a bailar al frente de la comitiva. Estaba poseído. Gritaba: ‘¡Auténtico, auténtico!’. Cuando la banda paró a respirar, preguntó: “¿Quién es el jefe?”. El jefe de la banda era el saxofonista, que llevaba sus partituras en un iPod sujeto al saxo. Le rogó que tocasen ‘el marchinín’, es decir, “When the saints go marchin’ in”, el clásico más clásico de la música de Nueva Orleans, pero el jefe se hizo el remolón y la 40 Funk Brass Band enfiló calle arriba sin tocarla. Completaban el desfile Tremé varias mujeres empuñando paraguas de colores. Una de ellas regalaba collares a todo el que se acercaba.

TOCAR SIN PROBAR SONIDO

El Maig di Gras es un festival gratuito de música negra y brass bands. Y una de las ventajas de las bandas de metales callejeras es que no necesitan escenario ni probar sonido. Su autonomía es lo que da vida a su música. Aun así, el festival tiene un centro fijo de operaciones. Es un párking al aire libre junto a la céntrica calle de Sant Vicent. Los vecinos lo llaman el párking’del oro’ porque es de zona azul. Antes, en la Terrassa Payà, porque así se llama el espacio, se proyectaba cada verano cine al aire libre.

La Terrassa Payà está tomada por media docena de food trucks, el vehículo antes conocido como churrería. También hay barras con bebidas, mesas y sillas para escuchar la música cómodamente y un escenario del que a media tarde bajar un tipo calcado al bluesman estadounidense Seasick Steve. Viste pantalón tejano de peto y camisa a cuadros y se hace llamar Méter (de Emeterio) porque así llamaban a su padre. No solo toca guitarras que él se construye con cajas de puros, maletas y madera de olivo sino que organiza talleres para enseñar a los niños y niñas a fabricarlas. Material: un listón de madera, alcayatas, cola, rotuladores para decorar el mástil y una sola cuerda. En una hora fabrican 45. “Avui batirem el récord! Borriana eixirà al llibre Guinness!”, exclama el brico-guitarrista de L’Alcora.

Mientras el discjockey pincha una potente versión del “Ghost town” de los Specials con aroma a Nueva Orleans a cargo de la Hot 8 Brass Band, se anuncia el taller de cocina. La receta del día es el gumbo, el plato más típico y humilde del estado de Luisiana. Ingredientes: harina y aceite para cuajar el roux en el fondo de una gigantesca olla, verduras de todo tipo, caldo, media decena de especias, una cerveza y, para la ocasión, salchicha y pollo de Borriana. Los cocineros vienen de Pamplona y transforman el taller en una muy educativa y amena conferencia trilingüe (en castellano, catalán y euskera) sobre gastronomía de emergencia, activismo y política.

Anochece y sube al escenario la Broken Brothers Brass Band, una formación también de Pamplona que ya ha recorrido las calles de Borriana por la tarde. El cantante tiene la voz rota, pero la banda, en la que coinciden músicos de 20, 30 y 40 años, echa el resto. El momento más intenso llega cuando bajan del escenario y siguen tocando. Es entonces cuando la lían más parda, cuando la gente baila más, cuando la banda siente más el calor del público. ¡Y tocan el ‘marchinín’! El ritmo de Nueva Orleans atrae a curiosos de todas las edades. De dos a 88 años. Esa es la característica principal de la música popular.

Pasada la media noche seguían llegando tropas a la Terrassa Payà: de adolescentes, de treintañeros y de jubilados. Cuentan que a las seis de la madrugada el cocinero repartía raciones de gumbo a los sin sueño. Borriana no quería irse a dormir. ¡Era Maig di Gras! Acababa de nacer el festival revelación de 2016. Ya solo faltan 51 semanas para la segunda edición.