“Estamos todos juntos en esto, ¿no?”
La puerta metálica del número 20 de la calle Alzina se ha convertido en apenas dos años en un elemento icónico del barrio de Gràcia. Sus doce metros de ancho por seis de alto están decorados con lo que parecen ser instrucciones de un ritual esotérico. Es, en realidad, una representación del proceso de la creatividad lleno de códigos, simbología e imágenes esperando a ser descifradas. El mural, obra del artista plástico, profesor de filosofía y tatuador Leon Ka, decora la entrada de Màgia Roja, un local musical especializado en sonidos extremos y de riesgo.
Para acceder al Màgia Roja hay que pulsar un timbre muy discretamente ubicado en la parte alta del mural. Alguien abrirá una puertecilla que hay justo debajo de la imagen de una nube de la que llueve la inspiración y luego una segunda puerta corredera interior. Una vez dentro, es imprescindible confirmar que ya eres socio o, en caso contrario, asociarte. La cuota anual es de diez euros. En el mostrador de la entrada, hay oscuros vinilos a la venta y tres casetes de la artista que actúa hoy. Se trata de Muyassar Kurdi, una creadora multidisciplinar estadounidense que opera entre el arte sonoro, la performance, la danza, el canto, la fotografía y el cine. En su ficha biográfica, Kurdi especifica que estudió voz y danza con la prestigiosa compositora y performer Meredith Monk.
Ni escenario ni instrumentos
Muyassar lleva un rato curioseando por el interior del local. Es una costumbre suya: explorar el espacio donde actúa con la intención de interactuar con él. Ya ha echado un vistazo a las fotografías expuestas y a los objetos que decoran el primero de los tres habitáculos que hay a la izquierda del local. Ya ha dispuesto en el centro de la sala todo lo que utilizará en su actuación. No hay escenario ni instrumentos convencionales. Solo una lámpara, un manojo de cables y un par de cacharros de incierta utilidad. Mientras el público sigue llegando, ella pide salir un minuto a la calle. Le abren la puerta corredera y la puertecilla metálica.
Buena parte de público de hoy es habitual del local. Se nota porque se comportan como si acabasen de llegar a casa de un amigo. En cuanto entran, conversan unos minutos con Ramon, que hoy se encarga de la barra, o con Silvia, que inscribe a los nuevos socios. Solo después toman posiciones: en el sofá, en los taburetes, en las sillas, en el suelo, de pie… Hoy hay casi tantas mujeres como hombres. Un 41% de los socios del Màgia Roja son mujeres.
Hoy dominan las ropas de color negro. Muyassar luce un vestido negro y zapatos negros. Se coloca el reproductor de sonido en el costado, a la altura de los riñones, se sujeta el manojo de cables en la mano derecha y, dirigiéndose a la treintena de personas que la rodean, dice: “Acercáos, acercáos. Estamos todos juntos en esto, ¿no?”. Pulsa un botón del reproductor y se hace el ruido.
Más de seis mil socios
Este local que en su día debió ser un taller o un almacén y que en los últimos años se había reconvertido en agencia de castings y espacio de coworking, se transformó definitivamente en lugar para actuaciones y sesiones musicales la última noche de 2014. Antes de inaugurarlo, sus responsables visitaron a los vecinos con un sonómetro para detectar qué frecuencias se filtraban por las paredes del edificio y ajustar la ecualización de la música de modo que pudiera sonar como es debido dentro del local, pero que fuera no molestase a nadie.
Aun así, y visto el interés que ha despertado el Màgia Roja entre los fans de las músicas de riesgo, en mayo lanzaron una campaña de micromecenazgo para insonorizar del local. Publicaciones de referencia mundial como ‘The Wire’ y ‘The Quietus’ se hicieron eco de la llamada. Dado que en apenas año y medio como asociación han sumado más de seis mil socios de los cinco continentes, en un mes llegaron los quince mil euros. Además, algunos socios del local, físicos acústicos y arquitectos, echarán una mano en el proyecto para reducir costes.
La música que se programa en Màgia Roja no es para todos los públicos, pero tiene un público. Y este ha asumido que debe organizarse y tejer redes de apoyo que permitan la existencia de un lugar en el que reunirse a escuchar música, bailar y conversar. El “estamos todos juntos en esto, ¿no?” que ha lanzado Muyassar al inicio de su actuación adquiere todo el sentido aquí. Sin esa complicidad entre empresarios y usuarios, este local no existiría. El Màgia Roja ya tiene una familia detrás. Tras las obras, ya será un poco más de todos.
Distorsión y alaridos
Muyassar se desplaza impulsada por estridencias y espasmos sonoros. Baila como un theremin humano, con movimientos asensuales que unas veces te hacen imaginar un pájaro picoteando y otras, un robot entumecido. Se acerca al público hasta casi rozarlo con sus dedos. Dialoga con la distorsión mediante alaridos y gemidos explorando la elasticidad de sus cuerdas vocales. Muyassar persigue algo. Y el público también espera algo. Todo aquí funciona en base a un pacto no escrito de confianza en el momento. Es música no reglada.
Ramón lo está filmando todo desde detrás de la nevera de las bebidas. Tras apenas veinte minutos, Kurdi da la actuación por finalizada. Hoy no habrá más. La estadounidense se despide agradeciendo que el Màgia Roja la haya acogido y diciendo que tiene muchas ganas de hacer amistades en Barcelona. “Si aún me queréis”, añade entre risas, en referencia a su actuación. Silvia toma la palabra y recuerda que toda contribución será bienvenida para que la artista pueda seguir su gira. Recogerá los donativos en una maceta de color rojo. La tapa de la papelera que hay en el lavabo también es roja.
Víctor L. Crux, otro de los impulsores del local, regresa a su puesto como discjockey. Seguirá pinchando músicas de miedo. Hoy solo hasta medianoche. El próximo fin de semana celebrarán las dos últimas sesiones hasta altas horas de la madrugada y cerrarán hasta nuevo aviso. Cuentan que en noches de luna nueva la gente baila en el Màgia Roja al son de Throbbing Gristle, Burzum y Shellac. Así volverá a ser a partir de diciembre, cuando se reabra este club del ruido al que se accede cruzando una misteriosa puerta metálica. Y asociándose.
(Publicat el 10 de setembre de 2017)