Cómo bailar en una sucursal bancaria
“CaixaBank convierte una vieja sucursal en un café para milenials”. La noticia saltó en diciembre, dos semanas antes del Día de los Inocentes, de modo que no podía ser una broma. Comprobado: aquel edificio gris ubicado en la céntrica esquina de las calles Balmes y Pelai y cuyos cajeros automáticos cobijaron a muchos sintecho se ha transformado ya en un espacio en el que disfrutar, compartir y crear. (‘Disfrutar_Compartir_Crear es la clave del wifi. En inglés, of course).
En el vestíbulo ya no hay mostradores en los que renovar los talonarios, abonar la factura de la luz o sacar doce mil pesetas de la libreta para gastarlas en las tiendas de discos de la calle Tallers. Esa era su utilidad en el siglo XX. Hoy es un espacio diáfano que aún conserva aquella solemne escalinata central de mármol que a medio recorrido se bifurca en dos y conduce hasta la balconada de la primera planta sobrevolando y rodeando todo el vestíbulo. A la izquierda de la escalera está el escenario. A la derecha, tras ese mural art-decó ochentero, un bar gestionado por Rodilla, la cadena de bocadillos más madrileña ever.
Gratis, si te enteras
Aquel joven que años atrás organizó un festival punk autogestionado presenta el evento de hoy con su pantalón de chándal y su camiseta de banda metalera. Pide excusas por el retraso, pues el avión de los músicos ha tardado más de la cuenta en aterrizar. Pero aquí nadie se ha quejado. Tampoco ha pagado nadie. Para que alguno de los recepcionistas te diera acceso solo tenías que registrarse en la web del local y pedir tu entrada. Precio: 0 euros. Gastos de gestión: 0 euros. Eso sí, para ello antes tenías que saber que el Imagin Café existe y programa conciertos. Una ocupación del moderno local es estar al día de todo lo que ocurre en la ciudad.
La misma semana que CaixaBank anuncia que en 2017 batió su récord de beneficios, su cantina milenial acoge a Equiknoxx, el colectivo jamaicano de dancehall futurista cuyo ‘Bird sound power’ fue elegido segundo mejor disco de 2016 tanto por la prestigiosa revista inglesa ‘The Fact’ como por la tienda digital Boomkat. Y aquí están tres de sus componentes, ejemplificando ese futuro de la música en el que los artistas más creativos sobrevivirán cediendo su nombre y prestigio a bancos y demás empresas necesitadas de modernizar, potenciar o blanquear su imagen frente a las nuevas generaciones de clientes. Por mucho que, de momento, milenial y ahorros sean conceptos opuestos.
“¡Quiero veros bailar, Barcelona!”, exclama Shanique Marie, la vocalista que potencia con sus enérgicas rimas los ritmos que moldean Gavsborg y Time Cow desde la mesa de control. No lo tiene fácil. Esto parece más la fiesta seria de una convención de endoscopistas que un club. Y tampoco ayuda que las cristaleras permitan ver desde la calle todo lo que pasa dentro. Ni siquiera es así: a las nueve de la noche este cruce entre Balmes y Pelai está desierto.
Solo siete de las ochenta personas presentes en el exclusivo segundo directo de Equiknoxx en Barcelona (el primero fue en el festival BAM) bailan en la discoteca-escaparate-ex-sucursal-bancaria-para-milenials. Las siete son mujeres. Cuatro lo hacen tímidamente para contentar a la esforzada Shanique. La quinta sí muestra ganas reales mientras se apoya con elegancia en el paraguas. Las dos restantes bailan como jamaicanas aunque no lo son. Destacan entre el estático moderneo. Son blanquísimas. Y periodistas. ¡Periodistas musicales bailando!
Shanique suelta: “Cuando veas al enemigo dile, ¡pírate, pírate!”. Pero aquí estamos todos. “Are we irie?“, pregunta ahora. Traducción: ¿sentimos paz interior? Nada: solo murmullos en el mismísimo corazón de la grande Babylon. Esos tres hablan sobre cumbiatune. “Es cumbia a tope de autotune”, aclara uno.
Coworking y micro meeting
Desde la primera planta, la escena resulta aún más extraña. No hay el más mínimo detalle que nos recuerde que el evento está organizado por la entidad bancaria. Bueno, nada excepto los subliminales tonos azulados de los focos. Shanique intenta una y otra vez que el público se deje llevar: “¡Acercaos!”. “¡Quiero veros bailar!”. “¡Repetid conmigo!”. La vibración es contagiosa, pero el recinto está helado. ¡Esto era un banco, joder! Aunque, hey, ahora es un espacio de música y tecnología y si un joven sufre un apretón de creatividad, puede refugiarse en su zona Imaginers, en la de coworking o citarse con otros jóvenes creadores repentinos en el Garden by Samsung o incluso en el rincón de micro meetings.
Todos los espacios tienen esa estética de recién inaugurado. Tabiques, puertas y estructuras para sentarse (no les llamemos mesas ni sillas) son de madera vista y tienen ese toque de ‘por ahora lo dejamos así, pero ya vendrá algún artista genial y lo pintará’. En las salas no hay nada. Son no-espacios. A la entrada de la sala Big Table han colocado varias revistas de tendencias que fueron modernas hace más de una década: ‘I-D’, ‘Dazed’, ‘Metal’… A saber si le sonarán a un milenial. También hay un libro de Luis Goytisolo: ‘Liberación’.
Equiknoxx termina su concierto. No entrará en la lista de los 200 mejores del 2018. El contexto en el que se enmarca una actuación es tan determinante o más que la música y hoy su dancehall inquieto lo tenía todo en contra. Segundo intento: por la escalinata de la antigua sucursal desciende ahora un tipo negro con rastas. Es uno de los dos cantantes de STILL (con mayúsculas), proyecto del italiano Simone Trabucchi, también orientado al dancehall, y cuyo disco reflexiona sobre la ocupación de Etiopía, la figura del emperador Haile Selassie y la espiritualidad de la religión rastafari. Sus vocalistas, sin embargo, tirarán más de sus recursos físicos y sensuales para calentar de una vez el vestíbulo.
Equiknoxx se marchan ya de la vieja sucursal. Les esperan en el CTM de Berlín, un festival de música experimental y electrónica enfocada a los clubs que funciona de forma independiente desde 1999. En la calle, una pareja retira dinero del cajero. Mientras esperan los billetes, miran a través de los cristales sin entender nada: “No sé qué coño han hecho aquí. Es muy raro”, concluyen.
(Publicat el 4 de febrer de 2018)