Un festival que escucha
Hay festivales que brotan y festivales que aterrizan, festivales que cultivan y festivales que exprimen, festivales que polinizan y festivales que parasitan, festivales que susurran y festivales que aplastan. En cualquier caso, todos generan flujos de personas que se desplazan atraídas por determinados sonidos. Dicho así posría parecer hasta bucólico. Suena bastante peor si se le llama turismo festivalero. En el Eufònic podrían agenciarse un término más sutil: turismo sonoro.
El Eufònic cultiva los sonidos inquietos. Por eso en esta novena edición han tenido cabida universos filosóficos tan distantes como los del brujo de sílabas Enric Casasses y los okupas de internet Yessi Perse; contraculturas de ayer y hoy. Por eso han coexistido psicofonías grabadas en un sanatorio con instalaciones en las que el público lanzaba piedras a un cuarteto de cuerda (instrumentos; no, músicos) que al impactar en el violonchelo o los violines, abollaban la sinfonía. La destrucción de formas artísticas perpetuadas desde el poder como camino de progreso y creación colectiva. Acabar con Haydn a pedradas. Una gamberrada más de Cabo San Roque.
Pero Eufònic es, ante todo, un festival íntimamente arraigado al territorio donde se celebra: Sant Carles de la Ràpita y, por extensión, las Terres de l’Ebre. El público acude a admirar propuestas de arte sonoro que antes el festival ha ubicado en enclaves cuidadosamente elegidos. En la escuela pública que acogió la mayoría de conciertos estudió de niño el director de la muestra, Vicent Fibla. El Eufònic es una forma de conocer las Terres del Ebre. Pero, además, a través de su programa de residencias para artistas y de algunas de sus actividades, también es una invitación a descubrir y apreciar el sonido de este territorio insólito, vivo y frágil.
La muerte del delta
El viernes por la mañana una familia de turistas paseaba en bicicleta por la Encanyissada del delta. “¡Coche! ¡Coche!”, se avisaban. Hasta cinco vehículos adelantaron a los cicloturistas por la pista de tierra. Tal vez esa fuese el mayor incomodidad que haya generado el Eufònic en el territorio. En esos coches iban los participantes de un taller sobre el sonido del delta. La pescadora Maribel Cera y el campesino Jordi Margalef explicaron los cambios que ha padecido el ecosistema. El temporal Gloria y la reducción del caudal del Ebro está acabando con el delta. El mar gana metros al río, la arena invade los arrozales, la pesca disminuye y el cangrejo azul ya ataca hasta a los pelícanos. “El delta no volverá”, lamentaba ella. “En 50 años todo esto habrá desaparecido”, estimó él.
Coordinaba el taller la etnomusicóloga italiana Ilaria Sartori, que desde hace más de una década documenta los sonidos de la zona. “¿Y cómo ha cambiado el Delta del Ebro a nivel sonoro?”, les preguntó. Al haber menos caladeros, salen menos barcos y el rumor de sus motores languidece. Las gaviotas se han vuelto urbanitas y buscan comida en la ciudad. Los grillos enmudecen poco a poco, como las ranas, debido a los pesticidas. El cambio climático también extingue el paisaje sonoro. Y mientras la pescadora y el arrocero relataban sus vivencias, el silencio de los talleristas solo se rompía cuando alguno les tiraba de la lengua para saber más.
La propuesta más ecologista, poética y reveladora de este Eufònic tenía también una vertiente práctica: un taller de escucha en el Delta de l’Ebre. Porque explorando un paisaje sonoro, que merecs la misma condición de patrimonio cultural e inmaterial que cualquier danza o género musical, percibiéndolo y disfrutándolo en toda su dimensión y riqueza, podremos defenderlo. El oído como arma política, sí. Y el festival como lugar de encuentro idóneo en el que aprender a escuchar.
Sartori siempre propone el mismo ejercicio antes de iniciar una exploración sonora: cerrar los ojos treinta segundos e inspirar y expirar profundamente seis o siete veces para tomar consciencia de nuestro cuerpo y así conectar con el entorno que nos rodea. Podría ser un buen ejercicio antes del inicio de un concierto. Ahora que son tan escasos y extraños, tal vez debamos predisponernos a cada uno como si fuese el primero o el último. Cierras los ojos, respiras profundamente unos treinta segundos y…